Ahora & Política

Organizaciones, intereses y altruismo

6 Dic, 2012 -

«La triste realidad» era, según un órgano militar, que las autoridades civiles negligían por completo las necesidades del ejército. «No se levantó ni una sola voz en el parlamento» para expresar simpatía por los centenares de alféreces y tenientes que hacía años habían estado esperando su ascenso legal y por los 4000 sargentos que ganaban un sueldo ridículo. No era menos vergonzoso el hecho de que el ejército de  África estuviese pidiendo en vano desde hacía años un armamento más moderno «para hacer frente a las necesidades de la guerra moderna»

(…)

Los militares, sin embargo, insistían constantemente en que su preocupación esencial eran los problemas nacionales. Aunque actuando a menudo como un sindicato, preferían presentarse como los altruistas campeones de la voluntad nacional. La vindicación del honor y dignidad de España, por medio de una estrategia ofensiva en el protectorado, parecía ser, ahora, lo prioritario para el ejército»

«El cirujano de hierro» pg 43, Shlomo Ben Ami

Ben Ami se refiere al ejército en los últimos años de la Restauración. Sin embargo, la estructura de análisis se le puede aplicar a prácticamente cualquier grupo con intereses comunes.

 Coincidió que leí este párrafo el mismo día que El Diario sacaba esta entrevista al presidente de GESHTA, el sindicato del grupo B («A2») del ministerio de Hacienda de la que cito algún fragmento:

No podemos esperar a que vengan los defraudadores a regularizar lo que quieran, lo que hay que hacer es ir a por ellos. Hay que incrementar los medios y modificar sobre todo la forma de actuar de la Agencia Tributaria, que está más centrada en la supervisión de clientes controlados, de ingresos de rentas del capital y de pequeños empresarios que en la investigación e inspección de las grandes bolsas de fraude.

(…)

somos 8.000 técnicos en el Ministerio de Hacienda y consideramos que tenemos funciones muy limitadas, cada vez más en los últimos años. Decimos que tenemos las manos atadas frente al fraude. Deberíamos tener más competencias para dedicarnos más a la investigación de los grandes patrimonios y empresas que a los contribuyentes del IRPF y las rentas del trabajo.

(negritas mías)

Lo que se observa (y a mí me parece fascinante) es que hay una motivación aparentemente altruista que se dobla y se entrelaza en el discurso con algo que es es en esencia una reivindicación laboral. El subtexto de esto es obviamente que aumentar las competencias de los Técnicos es un primer paso para la equiparación (profesional y por tanto económica) con los Inspectores de Hacienda, permitiendo que los primeros puedan acceder a puestos de más prestigio (y remuneración).

Antes de que alguien salte, dejadme especificar lo que no estoy intentando decir con esta comparación: no estoy intentando enjuiciar la legitimidad de la motivación; tampoco estoy intentando estigmatizar a un grupo cuyas reivindicaciones son perfectamente legales al compararlo con militares golpistas. La comparación tiene un interés estrictamente intelectual: se trata de mostrar el alcance de un fenómeno que afecta virtualmente a cualquier organización con reivindicaciones comunes, desde un lobby hasta un sindicato; desde un partido político, hasta el crimen organizado; desde el ejército hasta los funcionarios. Este fenómeno presenta rasgos comunes.

Aunque la importancia (la intensidad) de cada uno de ellos varía de un caso (y de un individuo) a otro, casi siempre conviven dos componentes: un discurso legitimador basado en intereses altruistas doblado de un conjunto de planteamientos menos nobles, más «egoistas». Típicamente, la motivación altruista es la que es explícita en el discurso y, en cambio, la egoista suele ser implícita, incluso a veces, inconsciente para los individuos que la tienen. Hay muchos mecanismos para que esto sea así.

Las organizaciones tienen necesidades de legitimación, tanto internas, como externas: suelen tener que convencer al público y a sus adherentes de que lo que defienden es legítimo y desinteresado, de modo que competir por la influencia fuerza a enfatizar que la motivación no es el «interés desnudo». Además, como los científicos con sensibilidad marxista  hemos sospechado siempre, los individuos tienden a moldear sus creencias para hacerlas compatibles con sus intereses (de clase o del tipo que sea), disonancia cognitiva mediante. Finalmente, el hecho de pertenecer a una organización también moldea las creencias de la gente. La forma más obvia es al modificar el flujo de información (entendida de forma muy amplia) al que uno está expuesto, de modo que eso moldea también sus creencias, los valores y el aprendizaje más generalmente. Sin embargo, hay muchos otros mecanismos. Es frecuente que en una organización hayan emergido distintos mecanismos para asegurarse la lealtad de su miembros (desde mecanismos de disciplina explícitos, sanciones «sociales», hasta el efecto «compromiso» que produce para un individuo haber hecho sacrificios por la organización) .   

Hay una última dinámica que me parece especialmente interesante que son los mecanismos de autoselección en las organizaciones de adhesión voluntaria. Cuando participar en una organización es voluntario, eso suele traducirse en que la gente que decide hacerlo es aquella, y solo aquella, que ya tiene cierto aprecio por la empresa común. Las personas que deciden adherirse al ejército son, generalmente, personas que tienen cierto aprecio por los valores militares igual que los técnicos de hacienda que participan en GESHTA son aquellos que piensan que el sindicato reivindica cosas legítimas.

Todo lo anterior no significa ni que el hecho de que algo coincida con una motivación egoista lo convierta en algo menos legítimo ni  que las motivaciones altruistas sean un epifenómeno, un subproducto de las egoistas. Precisamente, algo que se ha descubierto en economía experimental es que las concepciones normativas (la idea de lo que es o no justo) tienen cierto grado de autonomía sobre el interés de «ganar» en el juego y que existen razones evolutivas para que esto sea así. Si uno piensa que las concepciones normativas son fruto de un proceso de aprendizaje y adaptación, es razonable pensar que esta autonomía siempre será menor cuanto mayor es el periodo de tiempo en el que uno se enmarca. Esto, que nos sintamos obligados a justificar nuestros intereses con motivaciones legítimas, tiene consecuencias prácticas considerables y es lo que Jon Elster llama citando a Tocqueville «la fuerza civilizadora de la hipocresía«. 

Entender este tipo de mecanismos ayuda a legitimar el hecho de empezar a estudiar un fenómeno social en términos de intereses particulares. Esto es, si uno tiene razones para pensar que el discurso va a enfatizar siempre las motivaciones altruistas disimulando los intereses egoistas, es razonable desconfiar de este discurso y de las declaraciones públicas. En particular, esto arroja luz sobre por qué las narraciones parecen distintas cuando uno mira los datos macro en la longue durée que cuando una mira la microhistoria específica de los hechos. 

En la medida en que lo correcto y lo conveniente tienden a ir muy unidos en la percepción de un individuo y, especialmente, de una organización, es perfectamente posible que abstraerse de las motivaciones altruistas no reduzca el poder explicativo lo que no significa negar que estas motivaciones existan, si por existir entendemos que los individuos las consideran subjetivamente importantes, solo significa que no añaden poder explicativo a nuestro mecanismo. Pero incluso cuando el altruismo y los intereses entran en conflicto, si el periodo es suficientemente largo, es posible y probable que el comportamiento de una organización se aproxime al que tendría si estuviera guiado solo por los intereses particulares.

 


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