Uno de los lamentos recurrentes en estas elecciones presidenciales americanas es la tozuda negativa de Mitt Romney a dar detalles sobre su programa electoral. El buen hombre lleva dos años paseándose por Estados Unidos diciendo que quiere ser presidente, pero su programa electoral es un conjunto vacio un día bueno, y una imposibilidad matemática un día malo.
Lo de no decir absolutamente nada sobre lo que vamos hacer cuando ganemos las elecciones, por supuesto, no es un invento de Mitt Romney, por mucho que sea un practicante especialmente entusiasta de este arte. Mariano Rajoy, sin ir más lejos, se tiró dos años sin dar un maldito detalle sobre su agenda política, y la verdad que no le fue del todo mal electoralmente. Otra cosa es que no dijera nada porque no tuviera ni idea sobre ello, pero ese es otro tema.
La cuestión obvia, claro está, es por qué los políticos hacen esto. A fin de cuentas, los votantes probablemente aprecian que sus futuros líderes les expliquen qué quieren hacer cuando lleguen al poder, y penalizan a aquellos que se niegan a dar ninguna explicación en la mayoría de ocasiones. Es lo que haría cualquier ciudadano racional que aprecia que no le tomen por tonto, se supone.
Un estudio reciente de Michael Tomz y Robert van Houweling (enlace; vía Wonkblog), sin embargo, da a entender que la actitud de los votantes es bastante más ambigua. Los autores hicieron un experimento controlado con 1.000 «votantes». El primer paso fue preguntarles su posición inicial sobre si querían expandir, reducir o mantener igual una serie de servicios públicos. Tras esto, se les pedía que escogieran entre cuatro parejas de candidatos, la mitad viendo políticos de su propio partido, la mitad del partido contrario. Cada «elección» incluía un candidato con un programa específico que señalaba si quería recortar o expandir servicios mucho, bastante o poco, y otro ambiguo que no daba una respuesta clara. El último paso era repetir la pregunta, pero en este segundo ciclo el candidato ambiguo sí tenía una posición política clara, dando un nivel de gasto concreto.
La idea central era medir si un candidato recibe más apoyo cuando está ocultando parte de su programa / siendo ambiguo o si por el contrario los votantes lo aprecian más cuando dan una promesa específica. La respuesta es un poco deprimente: la ambigüedad aumenta el nivel de apoyo de un candidato del mismo partido en más de cinco puntos (!!!), pero no afecta el apoyo para candidatos del partido contrario de forma significativa. En casos en que el votante está a medio camino entre dos políticos, el «bonus por ambigüedad» es aún mayor, por encima de los diez puntos. Los votantes prefieren el misterio a un candidato que hable claro.
Dicho en otras palabras, cuando Mariano Rajoy se paseaba por España sin dar respuestas claras sobre lo que iba a hacer, esta «estrategia» probablemente hacía que los votantes del PP le votaran más, no menos, sin reducir su porcentaje de voto entre indecisos o socialistas desencantados de forma apreciable. Ofuscar tu programa político, según este estudio, es una estrategia electoral racional, no una trampa de políticos deshonestos.
Por supuesto, la advertencia habitual en estos casos también se aplica aquí: es un estudio experimental, los resultados deben ser replicados en otros y es posible que los votantes se comporten distinto cuando hablamos de campañas electorales en el mundo real. Aun así, es un resultado realmente curioso que vale la pena tener en mente cuando algún candidato rechace contestar preguntas directamente.
[…] "CRITEO-300×250", 300, 250); 1 meneos ¿Por qué los políticos no explican sus planes? politikon.es/2012/10/16/por-que-los-politicos-explican-su… por Spain-Is-Pain hace […]
No creo que Mariano Rajoy haya explicado todavía su agenda política.
Esto cuadra con un concido problema de percepción y es que tendemos a llenar los huecos con lo que nos gustaría ver.
Otra forma de verlo es el «efecto Donut» ™. Si el mismo Donut se elaborara sin agujero, pero con el mismo peso, sería mas pequeño, o lo que es lo mismo, por tener un agujero el Donut parece mas grande. Inconscientemente rellenamos el agujero.
Así cuando Rajoy decía «Con nuestras reformas saldremos de la crisis» (afirmación totalmente vacía) en Politikón pensaban «Bién, probablemente impulsará el contrato único», en la CEOE «Bien, probablemente bajará los impuestos» y la CECA «Bien, probablemente rescatará a las cajas».
Me parece que hay poco, si algo, de sorprendente en esto.
Es evidente que si optas por Mari Puri, te metes en una opción binaria: o te ligas a Mari Puri, o te quedas para ver deuvedés el sábado por la tarde en casa con una bolsa de kikos. Solo, por supuesto.
Si, sin embargo, te mantienes en la barra de la discoteca diciendo cosas del tipo «estoy abierto al amor», «no tengo el corazón ocupado», «lo que sea, será» (aunque, en realidad, la única que te guste sea Mari Puri), mantendrás intactas tus posibilidades y, al tiempo, tendrás un Plan B, y un C, y un…
Me parece muy interesante la respuesta que dio hace unos días Obama en el debate en Univisión, cuando se le reprochó no haber elaborado la prometida legislación sobre inmigración. Yo soy presidente del gobierno, dijo; pero no de la legislatura. Tengo que colaborar con las cámaras, con los jueces. Puedo pedir perdón por no haber sido capaz de sacar adelante la ley, pero yo nunca prometí cumplir el 100% de mi programa, porque no puedo prometer tal cosa.
Al político no le interesa prometer, salvo que no tenga más remedio; y el votante, de alguna manera, reproduce esa desconfianza hacia el que promete, porque sospecha que no lo hace por convicción, sino por desesperación. Un ejemplo, en mi opinión, era la oferta de Rafael Simancas de acabar con la enseñanza concertada en Madrid si ganaba. Nunca podremos saberlo, pero estoy bastante seguro de que si no hubiese perdido el gobierno de Madrid, no habría realizado su promesa (probablemente impracticable, por otra parte). Es lógico que una parte de los votantes, sobre todo los indecisos que muchas veces tienen menor carga ideológica, perciban eso.
Desde cuando, los lobos tienen que dar explicaciones a los corderos….
Hay una frase que me rechinó.
Es cuando dices: «Ofuscar tu programa político […] es una estrategia electoral racional, no una trampa de políticos deshonestos».
Creo que debería ser «es una estrategia electoral racional, ADEMÁS DE una trampa de políticos deshonestos».
El que callar ayude a los políticos a ganar votos, y sea por tanto conveniente para ellos hacerlo, no lleva a que ocultar tus planes a los votantes deje de ser algo deshonesto.
Son dos niveles de análisis distintos, el de la «conveniencia» y el de la «ética».
Me has quitado las palabras de la boca.
No lo veo así.
Los votantes QUIEREN que no les digan las cosas con claridad.
El político les hace caso y les da lo que quieren. No es deshonesto, da lo que le piden.
Eso de que hay una ética por encima de lo que los demás te piden que hagas es como muy religioso.
Nadie se planta delante de su suegro el primer día y le dice «tío, me lo hago con tu hija en el coche un rato un rato antes de que llegue a casa». Y cuando no lo dices no eres deshonesto, eres un chico bien educado.
¿O es que crees que es poco ético ocultarle a tu suegro que te lo haces con su hija?
Si le das un par de vueltas a tu ejemplo y a lo que dices te darás cuenta de que has dado una pirueta moral de 360 grados al comparar esas dos situaciones. La ética y la razón no son dos cosas incompatibles, y siempre tiene que haber una combinación de ambas. A la razón, sin ética, le pasa como a lo que pintó Goya: que produce monstruos. Y no, yo tampoco se lo diría a mi suegro.
Siento el giliapunte, pero si das una pirueta de 360 grados terminas donde estabas.
Eso es lo que quería decir: que desde un punto de vista ético no añade nada.
«Si le das un par de vueltas a tu ejemplo y a lo que dices te darás cuenta»
No, no me doy cuenta. Es que yo creo que es lo mismo.
Tienes un interlocutor que prefiere que no le digas cosas que sabe pero no quiere oir.
No soy psiquiatra para explicarte porque, pero nos pasa a todos.
Me refería a que una cosa es el nivel mínimo de hipocresia necesario para la convivencia y otra muy distinta es hacer mangas y capirotes de cualquier principio moral en beneficio propio. Sé que es una frontera muy difusa, pero tu ejemplo y el ejemplo del post están para mi muy claramente en lados diferentes de esa frontera. Si para tí están en el mismo lado o sencillamente no ves esa frontera es otra cosa.
Pero incluso desde el punto de vista exclusivo de la razón, se puede argumentar que la dinámica «yo miento porque es lo que quieren» o «miénteme que no te pasará nada» hay que romperla por algún lado. Por la sencilla razón de que esas dinámicas entre lo que la gente pide y lo que se le da acaban siempre en una solución esquina. Ejemplo: la telebasura. En algún momento hay que romper ese equilibrio degradado con un «shock» externo. Y realmente no se ve por ahí fuera a gente capaz de dar ese puñetazo encima de la mesa.
Pues a mí no me las has quitado (las palabras de la boca) porque no lo hubiese dicho tan bien; pero esa frase (y muchas que aparecen en este blog de ese mismo estilo) me produce exactamente esa respuesta que tan bien describes: «vamos a dejarnos de cuestiones éticas porque la razón está por encima del bien y del mal».
Vale, ya me quito el alzacuellos y sigo con mis cosas…
Era una respuesta a Pedro, pero me he saltado de línea con la emoción 🙂
Llevaba dos párrafos escritos para decir exactamente esto.
Lo que distingue a los politicuchos de los estadistas es que aquellos intentan hacer lo racional, mientras que gente como FDR (lo cito por un tuit de Roger) son capaces de superarlo.
La cuestión no es solo que los políticos sean ambiguos respecto a su programa, es que mienten por acción u omisión. Lo gordo es que no parece que en democracia sea posible ganar unas elecciones sin mentir. La pregunta lógica sería: ¿Querrían los ciudadanos que los candidatos a Presidente del Gobierno les diga la verdad de lo que piensan que se debe hacer? Es tremendo, no obstante, que una democracia como la de Estados Unidos, considerada como modélica, acepte este nivel de mentira en sus candidatos.
Recomiendo en relación con este tema el artículo siguiente: http://www.otraspoliticas.com/politica/%c2%bfes-posible-que-el-electoralismo-no-se-base-en-la-mentira
Sobre eso el mejor ejemplo serían las elecciones de 1990 en Perú: Vargas LLosa estaba tan seguro de ganar que dijo a la verdad a los votantes (que iba a aplicar reformas económicas duras y radicales), así que un casi desconocido Fujimori aseguró que él no iba a hacer nada de eso y ganó aunando los votos de todos los descontentos y los que temían las reformas de Vargas Llosa. Al llegar al poder, Fujimori hizo justo lo que había prometido Vargas Llosa, aplicando la política de shock económico, y aún así la gente lo volvió a reelegir vistos los resultados de su política. Creo que fue Tierno Galván el que dijo que los promesas electorales (o los programas electorales, ahora mismo no me acuerdo) estaban hechos para no cumplirlas.
Pienso también que en cuestión de promesas electorales la gente juzga las intenciones, más que la política realizada. Felipe González prometió 800.000 puestos de trabajo, pero el incumplimiento apenas tuvo coste electoral porque sus votantes pensaron que el de verdad había querido hacerlo, pero las circunstancias se lo impidieron. En cambio, después de muchas dudas tuvo que celebrar su referéndum sobre la OTAN porque ahí no podía justificarse con imposiciones externas o una situación sobre la que no tenía control.
No se porque dices que Romney no explica su programa, aqui en esta pagina esta todo muy claro:
http://www.romneytaxplan.com/
Es que lo que dijo Roger fue «su programa electoral es un conjunto vacio un día bueno, y una imposibilidad matemática un día malo»…
Je je, no dejéis de leer el enlace, está clarísimo.
El asunto, creo, sobre la extrañeza de que los votantes ‘prefieran’ no saber demasiado del programa de los políticos, es que no responde a una opción racional, sino de esperanza. La gente cuando votó mayoritariamente a Rajoy, en realidad votó a su propia fe o esperanza en que esto se podría arreglar, no quería saber cómo hacerlo, sólo que se arreglara de una vez.
Obviamente, estas decisiones viscerales acaban en el descontento de todos, porque ser Presidente de un pais no una cuestión de voluntariedad, sino de conocimiento y decisiones certeras. Ni de una cosa ni otra hacen gala nuestro gobierno.
Me gustan mucho tus artículos y suelo estar de acuerdo con las críticas a Rajoy. Ahora, creo que empiezas a ponerte un poco pesado cuando lo mencionas en todos tus artículos y concretamente en este no se puede decir que el programa de Rubalcaba fuera un ejemplo de transparencia y de ideas claras. Cuando uno sólo ve las cosas de un lado deja de tener credibilidad.