Política

Sobre los hombres, la Historia y la figura de Santiago Carrillo

19 Sep, 2012 -

Si la memoria no me falla, era algún punto de los tres meses que preceden las vacaciones de Navidad del año 2007 y estábamos en una clase dónde nos hablaban de la transición del comunismo a la democracia en Polonia. El profesor nos hablaba del general Jaruzelski y de la mesa redonda que había dado finalmente paso a la salida relativamente pacífica del régimen. El relato que ofrecía no lo recuerdo muy bien, pero creo recordar que estaba suficientemente teñida de neutralidad científica como para que uno de mis compañeros levantara la mano y preguntara que qué opinaba él, el profesor, sobre Jaruzelski. ¿Pensaba que se trataba de un patriota o de un criminal?

El ponente respondió evocando una frase de Marc Bloch sobre el satánico enemigo de la verdadera historia y le dijo que como científico se limitaba a analizar el curso de los acontecimientos y evitar tanto como podía los juicios de valor. Pero, que si le pedían su opinión de ciudadano, pensaba que era una figura histórica que merecía un juicio matizado. El relato del Jaruzelski patriota que el propio general había ofrecido para justificar su actuación, que había decretado la ley marcial para imponer el orden y evitar la entrada de las tropas del Pacto de Varsovia era algo de cuya veracidad sólo sabría con certeza el propio mandatario, pero que en su opinión tenía una verosimilitud muy débil. Un juicio razonablemente distinto le merecía, en su opinión, la actuación de Jaruzelski en la mesa redonda, dónde en muchos momentos había tomado elecciones valientes y había probablemente jugado un papel importante en la salida pacífica.

Recuerdo también de aquella clase el papel que había jugado el aprendizaje de los actores, las circunstancias cambiantes en el paso del comunismo a la democracia. Personas que habían empezado en lados opuestos de la barricada se habían visto llevados por el peso de la historia a cambiar sus estrategias, sus preferencias y a actualizar sus creencias. Para la gente de mi generación es algo complicado de ver, pero cuando se leen las cosas que se escribían y se decían entonces, la inverosimilitud de lo que ocurrió en 1989 era monumental. Las circunstancias y las acciones se concatenaban para dar lugar a consecuencias inesperadas.

Repasaba estos recuerdos mientras leía el retrato que hacía hoy en El País Santos Juliá de Santiago Carrillo. El artículo –y sobre todo la figura de Carrillo- da para demasiadas cosas como para analizarlas en el blog. La parte para mí más impactante de todas es la resistencia del personaje a ninguna clase de juicio lineal. Mientras que la primera mitad del artículo despertaba en mí una hostilidad considerable, la figura de la transición hacía casi que me estremeciera.

El matiz que vuelve cualquier tipo de juicio particularmente difícil es que ambas figuras, la del comunista autoritario y la del reformista de la reconciliación, no son solo son internamente muy complejas, sino que además son probablemente inseparables. La razón por la que Carrillo estuvo en condiciones de jugar el papel que jugó en la Transición no es separable de su visión del Partido y la jerarquía. Fue probablemente gracias a sus méritos en la guerra y la posguerra por lo que que obtuvo los galones como comunista y por lo que su liderazgo se mantuvo más o menos incuestionado y si el PCE no hubiera canalizado y disciplinado a una masa crítica de la oposición menos moderada al régimen, no habría sido posible la transición pacífica que tuvimos.

Si no recuerdo mal, sus Memorias empiezan con una frase que dice algo así como “Hay personas a las que les viene un camino marcado desde el principio y solo tienen que seguirlo. Yo soy de esos”. Entiendo que esta frase conforta el diagnóstico que hacía ayer mi compañero de bitácora de que lo mismo que decía sobre Fraga valía para Carrillo, tomando así partido en ese debate permanente y estéril que tienen los historiadores de forma implícita sobre el papel de los hombres en la Historia. Mi posición es ligeramente distinta. Las ventanas de oportunidad tienen que aparecer y no se puede ir contra las leyes de la física y solo en alguna medida contra las regularidades empíricas bien establecidas en ciencias sociales reconfortadas por una teoría sólida. Sin embargo, existe un factor aleatorio en que los hombres correctos estén en el lugar adecuado y tomen las elecciones que son imprescindibles y, en algunos casos, críticas.

Pensaba en un libro que leía hace un tiempo sobre Bach y Pau Casals, el cellista que rehabilitó las suites para cello de Bach. Casals hipotecó una parte importante de su carrera profesional de la posguerra negándose a tocar en cualquier país que reconociera al régimen franquista. Uno de esos sitios fue Estados Unidos. Con el beneficio de la visión histórica retrospectiva, es fácil despreciar la actitud de Casals como una excesivamente inflexible, por haber sido incapaz de reconocer que el mundo había cambiado y que esa era una batalla perdida en el contexto de la guerra fría. Pero pienso que también es necesario destacar que en aquél momento y visto a través de sus ojos tenía sentido y era una actitud loable: Casals era un hombre que se había educado en el amor a la República y que se había aferrado al gobierno legítimo de un modo similar al que probablemente muchos de nosotros lo haríamos hoy. Pensaba que un juicio parecido se podría haber proyectado sobre el compromiso de todos los intelectuales que vivían en el exilio y que ese juicio era endiabladamente complicado.

Cuando leía el artículo de Juliá pensaba que precisamente lo que había que reconocerle a un hombre como Carrillo era al menos la habilidad de haber entendido como el aire de la historia estaba cambiando decisivamente y nuevos tiempos requerían nuevas estrategias. Siempre recuerdo la escena del documental de Victoria Prego dónde se muestra la declaración del PCE, no recuerdo si previa o a continuación de la legalización, dónde Carrillo aparece admitiendo el respeto a la bandera oficial que exigían las fuerzas armadas. En la entrevista que le hacen después, el entonces secretario del PCE dice que no iban a meterse en una nueva guerra civil por un problema de la bandera. Es este el tipo de actitud al que me refiero. Tal vez estuvo en las circunstancias adecuadas y vivió las experiencias correctas, pero supo entender que el mundo había cambiado y elegir en un momento crítico de nuestra historia el camino del pragmatismo que nos llevó a un futuro sustancialmente mejor que el pasado que dejamos atrás. Creo que me hace sentir cierta empatía hacia la figura de Carrillo es mi apego intuitivo hacia los hombres de izquierda, como Berstein, JaurésBlum, Mendes-France, partiendo de ideas suficientemente enérgicas, supieron tener el coraje de anteponer el pragmatismo, la democracia y la ética de la responsabilidades a lo demás.

Los motivos profundos que hay detrás de la conciencia del hombre son, como en el caso de Jaruzelski, algo que desconocemos y desconoceremos siempre y, mientras tanto, hacer juicios de valor será siempre exagerado. Pero para mí lo que produce un grado tan importante de desazón vital en el relato de Juliá es la velocidad a la que avanza la historia. La frase lapidaria que cita Juliá “La dureza de la lucha no dejaba márgenes”. Es esa sensación asimétrica que nace de olvidar que el siglo XX es uno en el que los contextos y las concepciones normativas han cambiado decisivamente muchas veces y, lo que en un momento parecía aceptable, dejaba de serlo en apenas una década.

Pensaba también mientras escribía este post desordenado pensando en las figuras de Fraga, Jaruzelski, Casals, Carrillo, Pétain y De Gaulle (y las elecciones asimétrica que toman en la segunda guerra mundial) , Tony Blair (con Irlanda del Norte) y en general en todos los líderes que consiguieron o fracasaron comprando su billete de entrada en el nuevo régimen, en el paralelismo con el conflicto vasco. Por muchas razones (que tienen que ver desde la estructura interna de la organización y con que quién estaba al otro lado era un Estado democrático), es probable que el independentismo vasco haya llegado tarde a su cita con la historia y fallado produciendo algún líder con el empaque suficiente para entender que la historia y las circunstancias habían cambiado. Es probable que hayan perdido.


9 comentarios

  1. Avelino dice:

    Casulidad que justo esté leyendo un libro sobre el golpe de estado, y sin haberlo acabado tengo la sensación de que Guitérrez Mellado y en cierto modo también Suárez hayan tenido papeles similares – de cambio o renuncia a sus convicciones puras por el interés general.

    Por ciento, ¿el independentismo vajco ha perdido el tren de la historia? No estoy seguro, vistos los últimos acontecimientos en Cataluña me parece realista una independencia a medio plazo, y una vez conseguida el País Vasco iría detrás seguro – aunque con resultados más heterogéneos por provincias.

  2. Ángel dice:

    Creo que Carillo fue un hombre que evolucionó con su tiempo e incluso y en algunos momentos un paso por delante. Durante la Guerra Civil y posguerra actuó con los métodos de la España y de los movimientos revolucionarios de los años 30-40 (por exagerados que nos parezcan ahora era lo «normal» en el momento), pero desde su llegada a la Secretaría General del PCE supo concentrar a la mayor parte de la oposición en el exterior sobre un cuerpo político más o menos articulado.
    Durante la Transición y los primeros años de la Democracia ésta dinámica continúa, no creo que Carrillo «ceda» a finales de los 70, sino que él mismo está convencido que el partido debe «desovietizarse» y tender hacia posiciones eurocomunistas, en busca de ese fin actúa durante todo su mandato en la Secretaría General aunque ello (y algún fracaso electoral) le costara acabar fuera de las posiciones de gobierno.

    PD: Creo que el tema vasco merecería un post aparte en su caso y una reflexión aparte en el mío.

  3. Mohorte dice:

    Me alegra leer que alguien más encuentra paralelismos entre el conflicto vasco y su evolución reciente (recta final) y lo que sucedió en la Transición. También es un juego de cesiones, tensiones, actos de cara a la galería y una victoria en base a la derrota parcial de las partes.

    La figura de Carrillo es interesante en tanto que para asegurar la viabilidad pacífica y democrática de España sacrificó su prestigio interno y se quedó solo en su propio partido. Gran parte de los protagonistas de la Transición (Tarancón, Gutiérrez Mellado, Adolfo Suárez, el propio Fraga, que votó en solitario la Constitución) son líderes que nadan a contracorriente de sus propias convicciones y, lo que considero aún más meritorio, de su propio entorno y compañeros de viaje.

    Es relativamente sencillo hacer un ovillo con los propios ideales, lanzarlos allende el Atlántico y abrazar el pragmatismo. Pero es mucho más complicado liderar y enfrentarse a un montón de gente que no está tan dispuesta como tú a abrazar la causa lógica y no la idealista. Todos los anteriormente citados terminaron, en mayor o menor medida, para siempre o temporalmente, defenestrados por los suyos. Empujados por las circunstancias, conscientes o no, supieron ver el consenso donde otros aún hoy sólo aceptarían posiciones maximalistas. Es posible que de no haber sido ellos hubieran sido otros. Pero fueron ellos, y nuestra memoria debe agradecérselo.

  4. Aúlico dice:

    «Casals hipotecó una parte importante de su carrera profesional de la posguerra negándose a tocar en cualquier país que reconociera al régimen franquista. Uno de esos sitios fue Estados Unidos.»
    En un rápido vistazo a Wikipedia veo que Casals actuó varias veces en Prades (Francia) a partir de 1950 y en EEUU en 1961 (en la misma Casa Blanca ante Kennedy), 1962 (en San Francisco) y 1963 (en Nueva York, en las Naciones Unidas). Vamos, que se ve que la inflexibilidad le duró más bien poco.

    • Athini Glaucopis dice:

      En la Wikipedia española encontramos estas palabras que Pau Casals pronunció en Naciones Unidas en 1971. A partir de ellas podemos hacernos una idea de lo profundos y objetivos que eran sus conocimientos de historia (y mucho me temo que siguen representando lo que cree saber de historia el nacionalista catalán típico):

      «Yo soy catalán. Cataluña es hoy una región de España, pero ¿qué fue Cataluña? Cataluña ha sido la nación más grande del mundo. Yo os contaré el porqué. Cataluña tuvo el primer Parlamento, mucho antes que Inglaterra. Cataluña tuvo las primeras Naciones Unidas: en el siglo XI todas las autoridades de Cataluña se reunieron en una ciudad de Francia -entonces Cataluña- para hablar de paz, en el siglo XI … Paz en el mundo y contra, contra, contra las guerras, la inhumanidad de las guerras.»

  5. julio dice:

    Las valoraciones hagiográficas de Carrillo me alucinan, eso de que se sacrifico por el bien de la democracia. Lo cierto es que fué el hombre que destruyó (por muchos de los que nos explicaba en un post anterior Pablo Simon) el potencial político del mayor partido que había en España en la época de la transición.

  6. Carles Sirera dice:

    Cives, disculpa que, en el día que tu artículo de opinión en diario.es te abre la puerta al completo reconocimiento de la intelectualidad nacional (prepárate para lo peor), comente este artículo que me parece más interesante.
    El caso de Jaruzelsky y el recurso a March Bloch plantean un problema irresoluble sobre la “ciencia histórica” y la “neutralidad moral” de los historiadores, debate muy relacionado con el pasado de la República. Te paso el enlace a un artículo de Sebastián Faber, puede que lo conozcas, sobre Santos Juliá y el problema de la memoria histórica en España y la legitimidad moral de la II República.

    http://oberlin.academia.edu/SebastiaanFaber/Papers/472688/The_Debate_about_Spains_Past_and_the_Crisis_of_Academic_Legitimacy_The_Case_of_Santos_Julia

    Es uno de los mejores artículos que he leído en mucho tiempo y aborda el problema con nuestra opinión pública, las trincheras intelectuales y cómo lidiar con un pasado traumático, al mismo tiempo que habla del fracaso de la actual Europa.

    Por otra parte, la dicotomía Carrillo/Casals que planteas ilustra muchas de las discusiones que hemos tenido que provienen de diferencias en la ordenación de nuestras prioridades morales. Casals, al igual que esa generación de republicanos honestos y decentes que fue barrida del mapa, era un demócrata inquebrantable. Santiago Carrillo, por el contrario, era un comunista y, por lo tanto, demócrata circunstancial. De hecho, su política de reconciliación nacional fue puro pragmatismo, aunque contó con la excusa moral de que Indalecio Prieto había intentado un remedo similar mucho antes, de forma más precipitada, torpe y vergonzante. Es paradójico que los máximos valedores a día de hoy de la II República sean los círculos próximos al Partido Comunista, organización que siempre vio la República como algo instrumental y con cuya memoria y recuerdo siempre estuvieron dispuestos a transaccionar. La desaparición del clásico republicano español del espectro político es la mayor prueba del éxito del franquismo y la teoría de la modernización asociada a su segunda etapa de legitimidad.

    El tema de la bandera venía a ilustrar que la Segunda República carecía de legitimidad política y democrática mayor que el franquismo y el PC lo aceptó sin problemas, como el PSOE del interior. Es comprensible esta actitud por el bien superior que era consolidar la democracia, e incluso natural en dirigentes políticos nacidos en España después de la guerra civil sin conexión con el exilio o recuerdo directo del conflicto. Pero que alguien como Carrillo pudiese aceptar esa condición sin demasiados problemas es un indicio más de su flexibilidad moral en pos de los resultados prácticos.

    Sea como sea, es triste el recuerdo amnésico o bipolarizado de su figura. Un recuerdo que se sostiene sobre el olvido de gente de la talla de Pau Casals, Severo Ochoa, los hermanos Gaos, José Medina Echavarría o, mi favorito, el escritor Max Aub.

    PD: Espero, sinceramente, que después del éxito de tu manifiesto no te llamen a tertulias políticas y te paguen por opinar. Es la segunda vía más rápida y directa al cretinismo después de ganar un Premio Nobel.

    • Cives dice:

      Hola Carles

      Iba a responderte de forma extensa, pero tampoco sé muy bien a qué (lo que me parece natural porque en artículo tampoco saco ninguna conclusión demasiado clara).

      Solo una aclaración. El paralelismo Casals-Carrillo es solo eso, un paralelismo. No he querido hacer ningún juicio moral demasiado claro o definitivo en el artículo (y si lo parece no era mi intención). Sin embargo, sí es cierto que me plantea problema una escala de valores que desdeñe los resultados y el pragmatismo en pos de los medios para alcanzarlos. No creo que sea productivo debatir sobre esto concretamente.

      Por lo demás, por el momento no he desistido de la vía real hacia el cretinismo, pero si veo que se hace imposible optaré por ir a la radio a opinar 😉

      Me miro el artículo cuando tenga un rato.

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