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El gobierno de lo común: Recordando a Elinor Ostrom

18 Jun, 2012 - - @octavio_medina

Ha muerto Elinor Ostrom. Muchos la conocerán por ser la primera, y por ahora única, mujer ganadora de un Premio Nobel de Economía. No obstante, esta politóloga de formación y economista política de profesión se merece ser recordada por muchas más razones. Quizá la más relevante a día de hoy sea la manera en que cambió nuestra forma de pensar sobre los bienes públicos y la tragedia de los comunes.

La tragedia de los comunes es un fenómeno que describió el catedrático de biología Garrett Hardin en un artículo de 1968 en la revista Science. La palabra comunes se refiere a los pastos de uso comunal que existían antiguamente en algunos pueblos y villas. Al estar abiertos a todos, los locales podían llevar a sus animales a pastar libremente. La idea era que todos compartieran los recursos de forma responsable para así garantizar su sostenibilidad. El problema es que desde el punto de vista individual no se ve así: Si un granjero trae a una vaca más a pastar, el beneficio es para el granjero (en términos de la leche, queso o carne adicional que vende). En cambio, el coste de la hierba, que ya no puede ser aprovechada por otros, se reparte entre todos los granjeros que usan el pasto. La estrategia óptima a nivel individual es aprovecharse y traer a todas las vacas que podamos. Los recursos naturales públicos tenderán a desaparecer por su excesivo uso. De ahí la tragedia.

Ostrom, no obstante, decidió investigar si los hechos confirmaban lo que la teoría predecía. Y lo que encontró es que no siempre es así. A pesar de las muchas instancias en que la tragedia de los comunes se convierte en realidad, como ocurrió en el pasto comunal de Boston, a menudo los comunes sobreviven. Ejemplos abundan. Uno de ellos es el sistema de organización comunal de los pastos alpinos en Suiza. En valles y praderas, que gozan de un clima más predecible, predomina la propiedad privada. En las montañas, no obstante, las circunstancias son más impredecibles. Hay zonas que reciben mucha lluvia y son extremadamente fértiles un año pero pasan a estar completamente secas al año siguiente. Un sistema de propiedad comunal permite a los agricultores compartir estos riesgos.

Pero entonces la pregunta es ¿cuáles son las claves del éxito de un sistema de uso colectivo? Ostrom apuntó, entre otros factores, a lo siguiente: comunicación fluida entre participantes y costes de organización bajos. Es decir, los candidatos ideales para un modelo como el suizo son problemas relativamente locales, con usuarios que se conocen entre ellos, y pueden evitar que los no participantes abusen del bien en cuestión. Ello permite crear un arreglo institucional aceptado por todos que establezca reglas y penalizaciones para los infractores. Esto no quiere decir, no obstante, que no existan sistemas similares que hayan funcionado a gran escala, como pueden ser las normas que regulaban de forma extraoficial el comercio mediterráneo en la Edad Media.

Pero, ¿por qué molestarnos en todo esto si hay alternativas? Tenemos dos soluciones clásicas para el problema de los comunes:  La primera es otorgar derechos individuales, es decir, privatizar. La segunda es que el estado intervenga y cree regulaciones para controlar el uso de los recursos. El caso es que Ostrom también encontró ocasiones en que estos dos remedios no funcionan. Desde la perspectiva legalista un ejemplo es la deforestación. La ley existía, pero se ignoraba. Por otra parte, en Asia Central, los sistemas ruso y chino de privatización que se implementaron como parte de las reformas de descolectivización de tierras resultaron en la erosión y el uso excesivo de los recursos. En cambio, en Mongolia, que mantuvo su sistema tradicional de propiedad colectiva, la erosión fue mucho menor. La razón es obvia, pero no por ello deja de ser relevante: una ley que ni se hace cumplir ni es reconocida es una ley irrelevante. A la inversa ocurre lo opuesto: Una norma que se cumple pero no está en los libros es, a todos los efectos, una ley.

Como dice Alex Tabarrok, quizá el mayor legado de Ostrom sea el haber tratado a los comunes no como una tragedia, sino como una oportunidad. Más allá de la regulación estatal y la privatización a ultranza existe todo un abanico de opciones para solucionar problemas de gestión de bienes públicos. Se dice aquello de all politics is local. Toda la política es local. Las soluciones pueden serlo también, sin por ello perder efectividad. Ostrom lo trataba en su último artículo. Con problemas como la gobernanza económica global, el cambio climático o la desaparición de recursos, su legado académico no puede ser más relevante.


2 comentarios

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