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Sobre la Pepa y el uso político de la historia

20 Mar, 2012 - - @jorgesmiguel

Algo que suele sorprenderme y sumirme en una cierta melancolía como español cuando estoy fuera es la diferente relación hacia los símbolos y los relatos nacionales. Incluso en naciones de problemática cohesión como Bélgica, o en Francia, donde discutir la verdadera historia de la Segunda Guerra Mundial da para muchas puñaladas civiles, se encuentran por doquier los signos de un discurso nacional compartido, ligado fundamentalmente a dos cosas que en España han sido débiles o inexistentes: la presencia de una burguesía nacional fuerte durante el auge del nacionalismo liberal, en el S. XIX, y la participación en las guerras mundiales y, de modo general, en la historia europea. Y hasta los rincones más oscuros de la historia se celebran o, al menos, revisitan, en algunos caso con cierto cinismo y posmoderna cara dura. Esto no quiere decir, por supuesto, que la historia nacional sea completamente aproblemática en los países de nuestro entorno, pero sí que las discusiones suelen producirse al menos dentro de un marco o terreno común. No tengo que explicar que en España esto es muy diferente: por diversos motivos, carecemos de relatos nacionales posteriores a la Guerra de Independencia que no sean divisivos; especialmente desde que parte de la izquierda institucional ha asumido el programa de impugnar la Transición, que antes sólo abanderaban los más radicales.

Viene esto a cuento de la conmemoración de la Constitución de 1812 y las diversas acusaciones y reproches que una vez más se han cruzado izquierda y derecha. Me ha llamado particularmente la atención este artículo de Nacho Escolar porque ilustra algunos de los problemas que acarrea el uso político de la historia. Primero, por la comparación entre las «imposiciones» de «Merkel y los mercados» y el Estatuto de Bayona. Entiendo que se trata de una broma, pero es que precisamente uno de los memes clásicos del progresismo español ha sido la idea de que hubiéramos tenido un siglo XIX mucho más presentable, moderno y fructífero si España hubiera abrazado la invasión napoleónica en lugar de combatirla. Como ya explicamos en su momento, este redescubrimiento de la «soberanía» como valor absoluto por parte de la izquierda española es relativamente reciente. De hecho, en el párrafo siguiente Nacho desliza que el Partido Popular va en contra de Europa al reformar la ley del aborto. Una reforma que yo tampoco comparto, pero que entra dentro de lo posible en un gobierno conservador con mayoría absoluta en un país «soberano». La soberanía y la idea de Europa -ayer Francia, hoy Bruselas- como modernidad parecen alternar ya en el imaginario de la izquierda española a conveniencia y de un modo no demasiado coherente.

Al margen de esto, lo que más choca del texto es la aparente sorpresa por la conmemoración institucional de una Constitución en la que, con mayor o menor razón, vemos el momento fundacional de la nación española moderna. Esto me remite de nuevo a esa sensación melancólica con la que abría el artículo. Todas las naciones precisan relatos y liturgias, ficciones necesarias que no pueden ser sino ahistóricas en el sentido de que no buscan la «verdad», lo que corresponde a la investigación histórica, sino la conmemoración de lo común, la copertenencia -de hecho, esto y no otra cosa es la «memoria histórica», un relato fundacional alternativo y ahistórico. Y por eso, por cierto, el discurso antinacionalista de algunos sectores y partidos es irremediablemente ingenuo y conduce a frecuentes contradicciones.

Pero lo que trasluce en muchos de los reproches que se escucharon ayer es una identificación entre la derecha actual, e incluso las instituciones actuales, y los absolutistas de entonces, que es tan absurda como ver en la izquierda actual, no digamos la de 1931, a los liberales de 1812. Como explica el profesor Álvarez Junco en un artículo reciente, el liberalismo de Cádiz no era siquiera una corriente unitaria y bebía de fuentes a veces paradójicas, como el iusnaturalismo escolástico o el pactismo medieval, que sólo con mucha imaginación podemos asimilar al progresismo de hoy. De hecho, la Pepa ya fue conmemorada en su primer centenario por iniciativa del que fuera alcalde de Cádiz, Cayetano del Toro, y con la oposición o el desprecio tanto de los tradicionalistas como de la izquierda representada entonces por el PSOE de Pablo Iglesias; lo que subraya tanto la pertinencia y legitimidad de las conmemoraciones institucionales como el dislate de pretender repartir papeles a las fuerzas políticas actuales en el drama de 1812. Es más, si quisiéramos otra muestra de por qué los anacronismos son mala idea, podemos ver cómo la simpatía hacia los particularismos o los nacionalismos periféricos que muestra históricamente la izquierda española está en las antípodas del discurso liberal unitario de 1812; especialmente cuando alguno de estos nacionalismos, como el vasco, tenía en origen mucho más que ver que la derecha española actual con las pervivencias del absolutismo que, bajo la forma del carlismo, encenagaron el S. XIX. Sirvan estos ejemplos nada más como recordatorio de la complejidad de la cuestión y de la inconveniencia de usar la historia para tirárnosla a la cabeza.


8 comentarios

  1. Alatriste dice:

    Hombre, Jorge, la verdad es que no sé que decirte… en este tema me veo «con el corazón partío». Por un lado es bonito ver esas hermosas historias de discurso nacional compartido; pero escarbas un poco y descubres que son ficciones, que por ejemplo en Francia no todo el mundo estuvo en la Résistance pintando cruces de Lorena en las paredes con tiza, más aún, que no solo estaba todo perdido de capitanes Rénault sino que en el mundo real el pérfido mayor Strasser hubiera sido otro francés. Y podría decirse lo mismo de los mitos estadounidenses o los británicos (o los escoceses o los sudistas, que los que al final perdieron no son precisamente mancos a la hora de reinventarse)

    Pero si que tengo que estar de acuerdo contigo en que el aniversario de «la Pepa» está siendo muy notable por lo grosero de las manipulaciones y lo torpe de los paralelismos. Especialmente penoso – al menos para mí – está siendo el espectáculo de ver a la Berdadera HIskierda decidida a torpedear todo lo ocurrido desde 1975 al precio que sea, incluyendo su propio papel en la creación de la democracia española.

    Y también tengo que estar de acuerdo contigo en que hay algo de grotesco en la repentina conversión a la doctrina de la soberanía nacional ilimitada de ciertas personas que se supone que tienen cerebro y lo usan de vez en cuando ¿Se les habrá ocurrido, al menos de pasada, que la soberanía nacional es completamente incompatible con la unidad europea?

    • Jorge San Miguel dice:

      Claro, a eso me refería, y he mencionado expresamente Francia porque es un caso muy claro. La verdadera historia de su implicación en la SGM, desde la «drole de guerre» hasta la fortísima represión de la inmediata posguerra,o incluso antes, prácticamente desde Versalles, es muy distinta al mito oficial. Y podríamos hablar de Bélgica, de Italia, de Alemania y la desnazificación, o más recientemente de los antiguos países del bloque comunista. Los relatos nacionales, como digo, son siempre ficciones. Pero ficciones necesarias.

      Sobre lo otro que mencionas, se sale un poco del tema de este post, pero por supuesto tengo mi opinión al respecto. Me parece que es algo también muy español: celebramos cosas bienintencionadas pero finalmente fallidas como la Pepa o la Segunda República, que fue un desastre; en cambio, despreciamos cuando no nos dedicamos directamente a sabotear lo que ha demostrado funcionar mucho mejor, como el régimen salido de la Transición.

  2. Alatriste dice:

    Creo que no me expresé bien. Ya me fijé en que tú citabas expresamente el ejemplo de Francia, por eso lo emplée yo también. Lo que quería decir es que no estoy seguro de que sea tan envidiable o conveniente celebrar en común una «mentira convenida» («la historia no es mas que una serie de mentiras convenidas», atribuido a Napoleón).

    Tampoco es cosa de caer en el exceso contrario de la autodenigración, tan común en España – al fin y al cabo es convenir en otra serie de mentiras, estas extranjeras pero igual de deformadas que las otras – pero lo de basar la convivencia nacional en la sacralización de un relato ficticio y con moraleja interesada… no me acaba de convencer. Y esto vale tanto para la historia de España «a la antigua» como para la invención de historias alternativas nuevas igual de deformadas para Cataluña o el País Vasco.

    Pero en fin, volviendo a tu argumento inicial, creo que discrepo sobre la importancia de haber tenido una burguesía fuerte. Al menos, tengo la impresión de que muchos países cuya burguesía era igual de débil o aún más débil – Polonia, Irlanda, basicamente toda Hispanoamérica – poseen poderosos mitos fundacionales, aunque el término «mitos» los describa con toda precisión.

    Yo le daría mucha más importancia a la carencia de una empresa común. España se pasó todo el siglo XX y buena parte del XIX fuera de la historia del mundo, encerrada en sí misma y ocupada exclusivamente de problemas internos. Por no tener no tuvo ni guerras extranjeras significativas aparte de la desastrosa y breve guerra de 1898, porque ni se puede llamar así a las guerras coloniales, ni fueron factor unificador sino divisor (algo que no se aplica solo a España, dicho sea de paso).

    • Jorge San Miguel dice:

      «lo de basar la convivencia nacional en la sacralización de un relato ficticio y con moraleja interesada… no me acaba de convencer. »

      Pero es que es así como se construyen las naciones. Yo es que no creo mucho en el «patriotismo constitucional» y esas cosas. No tienes más que ver ahora mismo en España quién hace construcción nacional «fuerte» y quién «débil», y los resultados de cada una. Había un post de NeG de hace un tiempo sobre eso, centrándose en las competencias educativas de las autonomías.

  3. Alatriste dice:

    Jorge, ¿Cuáles son esos resultados de los que hablas? Porque la verdad es que yo no los veo… al menos creo que en las urnas no aparecen por ninguna parte.

    Si echamos un vistazo a la elecciones vascas, en 1980 tenemos

    PNV – 38,10%
    HB – 16,55%
    PSE/PSOE – 14,21%
    EE – 9,82%
    UCD – 8,52%
    AP – 4,77%
    PCE/EPK – 4,02%

    http://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_al_Parlamento_Vasco_de_1980

    En 2005 fueron

    PNV/EA 38,67%
    PSE-EE 22,68%
    PP – 17,40%
    EHAK (HB) – 12,44%
    EB/IU – 5,37%
    Aralar – 2,33%

    http://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_al_Parlamento_Vasco_de_2005

    Y en 2009 (las únicas elecciones vascas sin presencia de HB en una forma u otra)

    PNV – 38,56%
    PSE-EE 30,7%
    PP – 14,1%
    Aralar – 6,03%
    EA – 3,69%
    EB/IU – 3,59%
    UPyD – 2,15%

    http://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_al_Parlamento_Vasco_de_2009

    En mi opinión 30 años de «construcción nacional fuerte» no han cambiado las cosas significativamente en Euskadi… el nacionalismo es hoy más débil que en 1980, cuando entre el PNV y HB sumaban ellos solos casi un 55% de los votos emitidos, sin contar a EE, que llevaría su porcentaje cerca del 65%, ni al PCE/EPK.

    • Jorge San Miguel dice:

      Mira, este es el post que te decía:

      http://www.fedeablogs.net/economia/?p=5301

      Los datos sobre educación y sentimiento nacional están en la última parte.

      Tal como lo veo, los resultados electorales no acaban de ser un buen índice del sentimiento nacional porque los votantes no eligen sólo en el eje centralismo-autonomismo o unionismo-soberanismo, sino teniendo en cuenta otros factores; y también porque algunos partidos nacionales hacen suyos en mayor o menor medida los discursos identitarios nacionalistas.

      • Alatriste dice:

        Voy a leerlo pero así de entrada soy muy escéptico, porque precisamente esos dos factores que mencionas en mi opinión deberían afectar a los porcentajes de voto de unas elecciones a otras, y no poco. Que se mantengan inalterables con esa firmeza verdaderamente férrea durante 30 años sugiere que el voto en Euskadi es identitario y punto, hasta el extremo de que no solo no hay trasvases entre nacionalistas y no nacionalistas, es que también parece que existe una considerable resistencia a pasar de un partido a otro dentro de los dos grandes campos.

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