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El ocaso de los viejos intermediarios y los nuevos partidos políticos

26 Ene, 2012 - - @egocrata

Cives publicaba, hace unos días, un artículo excelente sobre participación política y redistribución en las democracias modernas. Es casi obligado leerlo; es una descripción realmente imprescindible sobre cómo la participación directa y el ascenso de los grupos de presión pueden hacer que los sistemas políticos modernos sean menos representativos.

Una de las ideas más provocadoras del artículo, y que merecen ser tenidas y discutidas en detalle, es cómo el debilitamiento de las antiguas herramientas de coordinación de preferencias (los cuerpos intermedios, como les llama Cives), han llevado a que en muchas democracias actores minoritarios pero mejor organizados tengan un peso  mucho mayor en el debate. Los viejos partidos políticos de masas, sindicatos de clase, las viejas asociaciones católicas y demás reliquias de tiempos pasados han perdido la hegemonía en el sistema político, dejando paso a una pluralidad de grupos dispersos concentrados en temas específicos y mucho mejor organizados. Los clubes católicos ya no tienen el peso de antes, ni tienen el peso social de hace unos años. La vieja subcultura obrera asociada al sindicato, la casa del pueblo y demás parafernalia de los años de postguerra se ha extinguido.  El resultado es que el votante medio, que hace treinta o cuarenta años era miembro informal de un grupo social y político amplio al que le daba una respeto tácito, ahora no tiene una herramienta de participación directa. No está en el sistema.

El resultado ha sido, como señala Cives, este extraño mundo donde ahora nos movemos. Los partidos políticos actuales ha dejado de ser partidos de masas para convertise en maquinarias electorales puras – partidos cártel, en jerga de politólogos. Son organizaciones pequeñas, profesionales y disciplinadas que viven para llegar al poder e implementar su agenda, pero que no aspiran a crear las vastas organizaciones sociales de los partidos de antaño. La idea es ser ágiles, influyentes y capaces de hacer campañas efectiva – casi grupos de presión que ganan elecciones.

¿De qué viven estos partidos? Ahora que se vuelve a hablar de financiación de campañas electorales por Estados Unidos, vale la pena recordar uno de los grandes problemas de los partidos políticos europeos: el hecho que viven de subvenciones públicas. Un partido como el PSOE, los laboristas o el PSF realmente no vive de sus militantes o sus cuotas. Es más, sus militantes son una molestia desde el punto de eficiencia organizativa: las viejas estructuras del obrerismo han desaparecido, nadie se pasa por el union hall para ir a ver a los colegas al salir de la fábrica o apunta a los niños en la liga de fútbol del partido, que es lo que hacían esa gente antaño. Ahora no hacen más que lloriquear, pedir cosas extrañas como democracia interna y buscar cargos públicos, y todo sin atraer un puñetero voto.

Por mucho que algunos políticos españoles se llenen la boca con buscar militantes y animar al personal, lo cierto es que no los necesitan – el partido vive del estado, y su objetivo será el gobierno antes que la movilización social. No estoy seguro qué sucedió primero, si los votantes dándole la espalda a las viejas burocracias corporativistas de postguerra, en uno de esos ataques de individualismo, perroflautismo y postmaterialismo de los sesenta, o los partidos, sindicatos y demás descubriendo que podían aprobar subvenciones para ellos mismos para alejarse del mundanal ruído y de esos hippies malolientes.

No sé. En estos casos es muy fácil caer en eso que cualquier tiempo pasado fue mejor, y mirar con nostalgia la época en que los obreros pagaban sus cuotas y dejaban que el sindicato hablara por ellos sin rechistar. Son también los años de trade unions cargándose empresas nacionalizadas tontamente, regulaciones insostenibles y organizaciones no democráticas manteniendo unas cuotas de poder impensables. De la Iglesia y asociaciones conservadoras, poco menos que lo mismo. La paz social y los pactos entre élites caballerosas que representaban intereses más amplios que su pequeño cortijo suena maravilloso, pero es difícil creer que fuera sostenible.

La pregunta importante, y algo que el PSOE en su renovación debe plantearse, es cómo compatibilizar algo como la participación directa, que es por si misma particularista y poco igualitaria (sólo los muy motivados están en el sistema) con la necesidad de buscar los intereses más allá de sus bases. Y todo ello, por supuesto, evitando que el partido se limite a ser un organización que vive sólo para formar parte del estado.

Es un problema complicado, y que me parece que ningún partido político europeo ha sido realmente capaz de solucionar. Quizás el problema de selección de élites del viejo continente se deriva, al menos en parte, de este dilema.

Una nota final: de forma un poco extraña es en los Estados Unidos donde los políticos (que no los partidos – no existen como tales) siguen necesitando a sus «militantes». La campaña de George W. Bush le debe parte de su exito a su capacidad para movilizar a votantes evangélicos, aprovechando viejas redes sociales. Los demócratas, aún hoy, usan la vieja maquinaria sindical para movilizar votantes y conseguir recursos. Y no hay demasiado que decir del enorme esfuerzo organizativo que fue la campaña de Obama. El sistema político está muy polarizado, en no poca medida porque los partidos no son lo que eran y las viejas organizaciones de masas han caído también aquí en desgracia, pero las campañas siguen siendo a la antigua, al menos hasta ahora.

Por desgracia, Citizens United y las donaciones ilimitadas a candidatos, si alguien no le pone remedio, probablemente acaben con los restos de este sistema, con políticos que ya no deben ir a buscar apoyos del electorado en general. Siempre he creído que uno de los motivos que Estados Unidos nunca desarrollara partidos políticos sólidos ha sido que los políticos durante la segunda revolución industrial nunca tuvieron que pedir apoyo directo a los votantes como hicieron la democracia cristiana o los socialistas europeos. Los supercapitalistas aquí no andaban montando golpes bonapartistas; sólo daban dinero al partido demócrata o republicano.  Pero esa es otra historia.

PD: sí, sé que es un artículo un poco deslavazado – tiene bastante de reflexión en voz alta. El artículo de Cives me ha dado bastante que pensar; sólo estoy lanzando ideas.


7 comentarios

  1. zhurrer dice:

    En el caso del Psoe, no estaríamos hablando de la caída de ningún intermediario sino de un secretario de organización estalinista qué se cargó todo el entramado de bases y de democracia interna precisamente por eso, por que molestaba.

  2. Esther Puntero dice:

    Me parece un artículo muy interesante, pero difiero en el tipo de partido político, hoy en día los politólogos a este tipo de partidos no lo llamamos cartel (que es otro tipo) lo llamamos partidos «Cach All» (definido así por Kirchheimer) un partido que quiere «atrapar» a todo tipo de votantes sin que la ideología sea algo importante para ellos. En el modelo cartel ninguno de los principales partidos políticos está totalmente fuera de la posibilidad de gobierno lo que propicia que sus propuestas programáticas sean cada vez más similares, y creo que no es el caso, ya que tenemos diferentes tipos de partidos, con propuestas programáticas muy diferentes.

  3. Carlos dice:

    Planteas una serie de preguntas muy interesantes y, sobre todo, traduces de Cives a humano. Me dejas dando vueltas al tema, también.

  4. El Burgués dice:

    Nada que no venga pasando desde Clinton y, si me apuras, desde el crack del Estado del Bienestar en los 70.

    ¿Cuál es la diferencia? Antes -y ahora también, no son incompatibles- el lobbismo se ejercía en favor de grandes cohortes de población porque era lo más eficiente a nivel organizativo.

    Hoy, gracias a Internet, la organización para objetivos concretos y especiales se puede lograr de manera mucho más fácil y eso, obviamente, influye en cómo se organizan los actores con capacidad de decisión presión.

  5. Frost dice:

    Buen artículo, aunque me haya dejado con más preguntas que respuestas. Yo también creo que tenemos un problema con el actual sistema de partidos en Europa, y más concretamente, en España. Lo cual es un problema, porque cuando la sociedad no encuentra opciones que la representen, es mucho más susceptibles hacia giros populistas que no benefician a la democracia.

  6. El Burgués dice:

    A lo mejor es que la sociedad, de todos modos, no quiere más política, sino menos. Y las propuestas del ‘mainstream’ no proponen sino más y más y más política.

  7. […] Katz (el mismo que hablaba de los partidos cártel) tiene un artículo estupendo en este sentido (PDF). La idea es que en un partido político […]

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