En esta crisis nos hemos hecho un hartón de escuchar a políticos clamando que «Italia no es Grecia», «Grecia no es España» y toda la serie de permutaciones con países en problemas asociadas, hasta el punto que a estas alturas nos las tomamos ya a broma. Por mucho que los políticos parezcan disfrutar lanzando la frase buscando excusas para evitar que la crisis se los lleve por delante (con escaso éxito), las dificultades de cada estado en la eurozona son muy distintas.

Italia es un caso muy particular. La economía italiana, con todos sus problemas, sigue teniendo un potencial enorme. Aunque el sur del país sigue siendo un agujero negro, el norte tiene un tejido industrial fantástico. La deuda pública es enorme, pero el déficit fiscal no es demasiado espantoso; con un poco de crecimiento económico (no demasiado – no tienen déficit primario) sería controlable, al menos hasta que la demografía del país (horrible) no abra un agujero.

En condiciones normales en un país con un sistema de gobierno normal Italia no debería tener problemas excesivos. Un poco de austeridad es necesaria (el estado despilfarra con entusiasmo en muchos sitios), ciertamente, pero con algunas reformas estructurales no especialmente radicales y una revisión realista del sistema de pensiones para que respete las realidades demográficas mínimamente el país puede generar suficiente crecimiento para salir del pozo. Italia no es Grecia, que tiene una posición fiscal completamente imposible, o España, con unos problemas estructurales demenciales y una tasa de paro desatada. Con un poco de buen juicio salen de esta.

El problema de Italia, sin embargo, es que está horriblemente gobernado. No es cosa de la administración pública (horrible en el sur, no especialmente mala en el norte) o su capacidad de recaudar impuestos (idem), sino de algo mucho más simple: tienen un primer ministro espantoso. Desde que Berlusconi empezó a aparece de forma insistente por la política italiana, el país se ha encallado en unas cifras de crecimiento decepcionantes. Eso viene en parte por problemas estructurales de la economía, con un modelo económico basado en pequeñas empresas familiares que parece cada vez más agotado, en parte por la espectacular incapacidad de la clase política italiana, de la que Berlusconi es la figura dominante, para aprobar reformas.  Il Cavaliere ha hecho de la inacción un arte cuando ha estado en el gobierno (el está en política para forrarse, etcétera) y del trolleo entusiasta contra cualquier cambio una obsesión cuando estaba fuera (tener un imperio mediático ayuda. Es la personificación política del perro del hortelano, sólo que babosa y con mucha cirugía estética.

La (previsible) caída de Berlusconi es por tanto una muy buena noticia, mucho más que la caída de un gobierno en España. Un presidente de gobierno español tiene muchísimo más margen de maniobra que un primer ministro italiano (el bipartidismo ayuda), pero tiene muchas más reformas por delante, y un déficit fiscal estructural muchísimo mayor que cerrar, que su homólogo italiano. Si después de esta crisis política Italia acaba con un gobierno medio funcional habrán dado un paso enorme para arreglar una situación grave pero no crítica. En España, sin embargo, tenemos muchísimo más trabajo por delante que ellos.

Esperemos que Berlusconi caiga hoy. Esto no arreglará los problemas de la eurozona (que siguen siendo graves) pero hará la situación algo más manejable.