Uno de los mejores libros que he leído ultimamente se centra en una innovación tecnológica específica. Una tecnología que empieza a ser probada en los años treinta, es reconocida por un par de emprendedores visionarios como un invento con potencial ilimitado si se explota a gran escala en los años sesenta, y se extiende por todo el mundo en los años setenta y ochenta, provocando increíbles aumentos de eficiencia y capacidad de procesamiento en todo el mundo.

No, no estoy hablando de ordenadores o tecnologías digitales parecidas. Hablo de una de las grandes innovaciones del siglo XX, el contenedor de carga. O, dicho así a lo bruto, una caja grande metálica reforzada de entre 6 y 16 metros de longitud, de un refinamiento tecnológico tal que cualquier fábrica medio decente de mediados del XIX (o incluso antes) podría haberlos fabricado.

La historia del contenedor de carga (el libro – «The Box», de Marc Levinson – es imprescindible) es un ejemplo estelar sobre por qué las innovaciones más importantes tienen menos que ver con cacharros de alta tecnología que con como utilizamos cachivaches relativamente poco sofisticados. El contenedor de carga es, realmente, el trasto más simple del mundo, pero lo que lo hace realmente revolucionario es cómo algo tan sencillo como empaquetar mercancias de forma estandarizada reduce los costes de transporte de forma dramática. En los años cincuenta cargar un barco con 10.000 toneladas de mercancías requería al menos una semana de trabajo y 70-100 estibadores cargando fardos a mano o con la ayuda de pequeñas gruas. Hoy un barco portacontenedores llevando veinte veces esa carga es cosa de 8-10 horas y 20-30 tipos con gruas, con un grado de automatización gigantesco.

La diferencia es, obviamente, la estandarización. Un diseño de caja, una grua que sirve para todo, un diseño de barco específico para adaptarse a gruas, containers y puertos. El trabajo de organizar la mercancía se hace en origen o destino, y no hace falta repetirlo al moverla de camión/tren a barco y otra vez al descargarla. Los puertos que están equipados para operar contenedores (y las líneas férreas – esta es otra de las tareas pendientes de Renfe) son muchísimo más eficientes que los que no lo están, y pueden hacer muchísimo más con mucho menos – todo es inversión en capital, pero dado a la rapidez de carga y descarga lo puedes utililizar de forma mucho más intensiva que cualquier puerto a la antigua. El contenedor ha disminuído dramáticamente los costes de transporte de mercancías en todo el mundo, siendo uno de los motores de la dramática expansión del comercio internacional. China, Japón, Corea -todo su modelo de crecimiento sería inviable sin esta innovación.

Lo más curioso, insisto, el contenedor es una puñetera caja. El Pennsylvania Railroad llegó a experimentar con un invento parecido durante los años treinta, pero tuvo que abandonar el invento dado que los reguladores federales lo tomaron como un intento de reducir precios de forma ilegal (sí, la regulación estúpida es algo antiguo). Los ferrocarriles británicos tenían una idea parecida, pero con el problema de que las cajas eran de madera, así no eran lo suficiente flexibles. Un contenedor no es nada extraño o especialmente misterioso, pero no fue hasta que un tipo que había hecho su fortuna en el transporte por carretera, Malcolm McLean, decidió crear una naviera que transportara contenedores con terminales y barcos adaptados para ello que la idea realmente alcanzó su potencial. Lo importante no era el cachivache en sí, era el proceso, cómo lo utilizamos. La innovación es a
veces así de simple.

¿Qué quiero decir con esto? Dos cosas. Primero, la obsesión de los políticos con el I+D, parques tecnológicos, empresas verdes, el nuevo motor de gasógeno y la búsqueda del Santo Grial con botoncitos es más bien poco útil. El mundo está lleno de grandes inventos descubiertos en oscuros laboratorios que sólo pasan a ser útiles años o décadas después, cuando a alguien se le ocurre cómo fabricarlo barato y/o utilizarlo de forma creativa. La empresa más innovadora de España, Zara/ Inditex, (insisto) fabrica cosas que no tienen absolutamente nada de innovadoras, pero lo hace de forma extremadamente flexible, rápida y adaptable, y lo hace mejor que nadie.

Segundo, cambiar como hacemos las cosas es difícil. Una de las historias más fascinantes en «The Box» es la reacción de los sindicatos de estibadores ante el avance del contenedor. En algunos puertos (Nueva York, San Francisco), los trabajadores resistieron lo indecible la nueva maquinaria, llevando los muelles a la ruina. En otros (Newark, Los Ángeles), los sindicatos entendieron rápidamente que la cosa iba en serio, y aceptaron cambiar tras conseguir concesiones para amortiguar la transición. Algunos puertos históricos prácticamente se extinguieron; otros nacieron de la nada.

Lo importante, sin embargo, fue la reacción de los gobiernos y autoridades portuarias, y cómo reaccionaron ante el cambio. La implantación inicial del contenedor fue tanto un ejercicio de logística como una tozuda y larguísima pelea de Malcom McLean contra una auténtica hora de reguladores que no entendían qué porras pretendía el buen hombre. La mejor política pública, en este caso y muchos otros, hubiera sido dejar que el tipo hiciera lo que quisiera con sus barquitos y camiones, y si quería llevar sus mercancias en cajas uniformes que lo hiciera al precio que quisiera, sin intentar regular precios o cosas extrañas. No hace falta decirlo, España tiene una tendencia bastante malsana a poner regulaciones extrañas y ligeramente absurdas en un montón de sectores de la economía (desde el transporte por carretera a la venta minorista de aspirinas), así que si queremos ver innovación, no estaría de más empezar a eliminar un buen puñado de estas reglas.

Por descontado, no veremos innovaciones como el contenedor cada dos o tres años; esta clase de cambios ocurren muy de vez en cuando. El gran innovador, sin embargo, es un mito a desterrar, no existe. Lo que vemos, casi siempre, es una lenta, constante, casi infinita mejora de implementación, de procesos, de logística, no otra cosa.

Aclaración: esto no quiere decir que no me guste la regulación – hay un montón de cosas que tienen que ser reguladas, empezando por los bancos. En la mayoría de casos, sin embargo, lo que queremos es poner cuatro impuestos sobre externalidades (emisiones, contaminación, peajes, esta clase de cosas), unas cuantas reglas draconianas sobre competencia, y hala, a correr. Pero ese es otro tema para otro día.


Sin comentarios

  1. Alex Rayón dice:

    Por cierto, el otro día cometí el «error» de descargar el primer capítulo del libro cuando comentaste por Twitter que andabas leyéndolo, y el final es una verdadera puñeta, porque plantea varios interesantes interrogantes sobre la correlación entre despegues económicos, estructuras de costes, etc. y la aparición de «la caja», como dices.

    Tendré que leerlo, estos libros me encantan (y más tras leer lo que cuentas en este artículo).

  2. Jaime dice:

    Este post me ha encantado…

    Creo que nos dejamos seducir muchas veces por las «grandes innovaciones», pero incluso en territorios puramente tecnológicos, las cosas van pasito a pasito. Por ejemplo, mismamente la última «gran innovación» como puede ser el iPad, ya venía rumiándose y se había dado por imposible hace unos años con eso de los «Tablet PC».
    Se han necesitado unos años más para pulir el concepto, por parte de otra empresa, y sacar algo «totalmente nuevo y revolucionario» 😀

    Siempre me gusta recordar que, en informática, una de las cosas que están más fijas son el teclado y el ratón. Son básicamente iguales que hace 30 años. Y, sin embargo, no están exentos de innovación y cambio. Poquito a poquito, un paso cada vez.
    Por un lado, los ratones son mucho más ergonómicos que antes, y tienen otro pequeño detalle, el ser ópticos, que los hace mucho mejores (¿se acuerda alguien de cuando había que limpiar los ratones?)
    Y los teclados, aunque hay cambios menos claros «a mejor», ahora suelen tener teclas para cosas útiles como el volumen, o al ser de membrana, el coste es menor (aunque me encanten los teclados antiguos mecánicos y mazacotes)

    Y todo esto, en una industria que es posiblemente la que más cambia y más dinámica…

  3. […] La innovación, en una caja politikon.es/materiasgrises/2011/04/12/la-innovacion-en-u…  por JimmyPage hace 4 segundos […]

  4. Elena dice:

    Este post me viene al pelo, verás. Hoy comienzo un curso on-line, unidad 1 Conceptos básicos de la innovación. Intro a I+D+i, tu enfoque sobre el tema es fresco y risueño, me gustaría y lo hago. Copio enlace, cito fuente para que lo lean los asistentes, gracias

  5. MªROSA dice:

    Hoy ojeando un revista en la consulta del médico(Roger no pasa nada ,simplemente ITV) he leído un artículo que hablaba de las nuevas tecnologías, con nombres que a mi me suenan a chino,se agradece leer que hay cosas que con una caja ,por decirlo de una manera simple puedan solucionar grandes dificultades. M’agradat molt

  6. Erika dice:

    A los estibadores les pasa lo que a la industria cultural los que se adapten se quedan, los que no morirán. Son nuevos tiempos y como bien dice el texto la innovación no dejará de ser otra cosa que la creatividad para facilitar y mejorar, el que sea o no tecnológico no es lo importante, el grado de éxito está en su usabilidad y reacciones en cadena positivas que provoque. Aunque no hay que olvidar que lo que implica innovar es equivocarse y seguir trabajando, innovemos sin miedo al fracaso! emprendamos sin temor a la crítica! hagamos de la creatividad un estilo de vida! seamos arriesgados! vivamos pensando y compartiendo!!

  7. […] un parque tecnológico, es hora de darse cuenta que el crecimiento económico es, a menudo, hacer algo trivial mucho mejor que nadie. Lo mejor que puede hacer el gobierno es salir del medio y asegurar que […]

  8. […] tan o más importantes. Recordad, el invento más revolucionario de la segunda mitad del siglo XX es una jodida caja; los ordenadores apenas hemos aprendido a […]

  9. […] estimaciones. Por mucho el coste de transporte transoceánico haya caído en picado (¿recordáis la revolución en una caja?), una cadena logística más corta probablemente bastaría por compensar este sobreprecio. Y […]

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