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Watson y la tercera revolución industrial

18 Feb, 2011 - - @egocrata

Ayer comentaba medio en broma, medio en serio, que la victoria del superordenador Watson en un concurso televisivo era el inicio de una nueva era en el desarrollo de la humanidad. La nueva revolución tecnológica había llegado, en forma de cacharros digitales capaces de ganarnos al Trivial.

Exageraba un poco, pero creo que vale la pena repasar el tema con un poco más de detalle. La idea que Watson es el principio de algo nuevo suena un poco absurda y dospuntocerista, pero forma parte de una teoría más amplia de historia económica que merece un repaso un poco más detallado.

Una (amplia) escuela de historiadores económicos defiende que de todas las invenciones y nuevas tecnologías de los últimos 200-250 años, sólo hay tres que han sido realmente revolucionarias. La primera, el motor a vapor – por primera vez en la historia, los seres humanos tenían a su disposición una máquina con maś fuerza bruta que cualquier animal. De repente, grandes proyectos que hubieran requerido cientos de personas y animales para ser puestos en funcionamiento podían ser realizados por una caldera, un poco de agua y dos tipos paleando carbón. ¿Transportar toneladas de materias primas de una punta a otra del país? Una locomotora y unos cuantos vagones. ¿Mover cientos de tornos y telares? Un sólo motor. Energía ilimitada en nuestras manos.

El motor a vapor y todos sus derivados (incluyendo, en parte, el motor de gasolina) son los protagonistas de la primera revolución industrial, que llega más o menos hasta finales del XIX. Es entonces cuando la tecnología avanza lo suficiente para dar paso al siguiente gran invento, la energía eléctrica. La electricidad tiene tres grandes ventajas sobre el vapor. Primero, es «limpia». Puedes utilizarla en cualquier sitio. Segundo, y más importante, ahora puedes tener tu generador de energía lejos de donde la usas – por primera vez, esa capacidad para mover maquinaria no tiene por qué estar al lado de tu generador. Tercero, ahora puedes tener cada uno de tus cacharros en la fábrica funcionando a velocidades distintas y condiciones distintas sin tener que estar todo instalado alrededor de la caldera de vapor. Tu fábrica puede ser de un sólo piso… y puedes construir cadenas de montaje.

La tercera invención revolucionaria es, por descontado, el ordenador digital – las tecnologías de la información. Las computadoras son una herencia de la electricidad, pero también un invento nuevo – y algo que ha eliminado de un plumazo millones de contables, facilitado enormemente la capacidad que tenemos de transmitir y procesar información y me permite dar la vara a todo el planeta mientras escribo esto en pijama.

Lo que algunos creemos, sin embargo (y no es que sea especialmente original en esto, que conste) es que aunque los ordenadores son un invento revolucionario, aún no hemos aprendido a utilizarlo correctamente. Kevin Drum lo señalaba hace unos días – de momento seguimos utilizando computadoras para automatizar cosas que hacíamos ya antes, pero aún no hemos sido capaces de trabajar en base a lo que pueden hacer.

En cierto sentido, la situación es parecida a lo que comentaba Paul David en un artículo sobre la segunda revolución industrial con un título tan inocente como aburrido: «la dinamo y el ordenador». Su idea básica es que si bien las piezas claves  de la tecnología eléctrica estaban ya operativas en 1890, la productividad industrial realmente no empezó a cambiar hasta bastantes años después, cuando los ingenieros y empresas empezaron a entender qué ventajas realmente aportaban. No fue hasta 1910 que Henry Ford finalmente construyó una fábrica que permitía explotar las enormes ventajas de la electricidad, y sólo en el periodo de entreguerras el resto de la industria americana se apuntó a estas innovaciones.

Con los ordenadores sólo ahora estamos empezando a arañar la superficie de lo que pueden hacer. La tecnología empezó a ser barata y razonablemente potente en los noventa – y apenas entendemos su potencialidad, o somos capaces de sacarle partido. Es por eso que comentaba que Watson es, de hecho, una revolución mucho más grande de lo que parece a primera vista: viéndolo en televisión, las sensación que tenía es que por primera vez la promesa de los ordenadores en viejas series de ciencia-ficción estaba aquí, sin intermediarios. Si me permiten el momento friki, Watson es la primera vez que ese viejo sueño del ordenador del Enterprise en Star Trek («ordenador, ¿qué clase de vida puede habitar en este sistema?») parecía viable. Nos movemos de calculadoras glorificadas a sistemas que realmente pueden buscar información de forma útil y flexible, básicamente – un gigantesco paso adelante.

¿Me estoy emocionando en exceso? Es bastante probable. Aún así, creo que lo que hemos visto hasta ahora al hablar de ordenadores y la tercera revolución industrial era sólo el prólogo. Lo realmente interesante está por venir. Y sí, aún tardaremos en tener IA ayudándonos a hacer cualquier cosa que pidamos, pero el salto será enorme. Y lo mejor, hará que muchos abogados pierdan su trabajo. Del mismo modo que ya no necesitamos doscientos bueyes y doscientas carretas para mover doscientas toneladas de carbón, el manejar información especializada será mucho, mucho, mucho más fácil y barato de aquí diez años.

Pero sobre efectos de la tecnología sobre el desempleo y el crecimiento económico hablamos otro día con más calma.


Sin comentarios

  1. Matias dice:

    El ordenador es una revolución un poco diferente.

    Todas las herramientas que el ser humano ha inventado, quizá con excepción del fuego, no fueron más que extensiones de su propio cuerpo, de sus manos, sus brazos y sus piernas.

    El ordenador ha sido la primera herramienta que extiende las funciones del cerebro.

    Ha permitido que hoy un ingeniero pueda diseñar un perfil del ala de un avión en un par de tardes, cuando antes se necesitaban una pila de ingenieros, señoras haciendo cuentas, y cientos de pruebas, para que al final fuera más un arte que una ciencia.

    El ordenador ha reducido los costes de desarrollo de prácticamente todo una barbaridad, gracias a programas CAD y simuladores. En ese sentido ha sido una revolución industrial por si solo.

    Con respecto a la inteligencia artificial, todavía queda mucho. Cualquier programa con AI (como Watson) sigue siendo esencialmente una pila de algoritmos más o menos complejos. Y un algoritmo solamente es una serie de operaciones lógicas simples.

    Desconozco la programación de Watson, pero me parece interesante el análisis de http://arstechnica.com/gaming/news/2011/01/skynet-meets-the-swarm-how-the-berkeley-overmind-won-the-2010-starcraft-ai-competition.ars

    Ahí se puede ver que el programa supuestamente inteligente no es más que tres algoritmos muy simples y bien conocidos, que sacan mucho provecho de la rapidez de computación de un ordenador para ganar a un humano. Pero no es inteligente.

    El primer ordenador inteligente será el que sea capaz de programarse a si mismo 🙂

  2. Eleder dice:

    Singularity approaches!!!! 😀

    Matias, pero ¿no son todos los razonamientos complejos suma de operaciones sencillas?

    Lo que define la inteligencia humana es, grosso modo:
    -ser capaz de recibir y procesar un conjunto gigantesco de datos del exterior
    -ser capaz de restringir los no relevantes
    -ser capaz de realizar razonamientos lógicos a partir de esos datos
    -tener una motivación para saber cuál es el objetivo que se busca
    -y en todo caso, una «chispa» de intuición que, al menos en Asimov, es lo que distingue una inteligencia robótica de una humana

    En cualquier caso, yo iría buscando una Susan Calvin ya 🙂

  3. […] This post was mentioned on Twitter by Neoprogs, Politikon.es. Politikon.es said: En el blog: Watson y la tercera revolución industrial http://bit.ly/i6cDso […]

  4. Alatriste dice:

    Aquí, como programador (aunque a veces temo que seamos los radiotelegrafistas del siglo XX y principios del XXI, algo pasajero) tengo que decir que con los computadores siempre ha habido tres dificultades:

    – Uno, entenderlos.

    – Dos, entender el problema que se quiere resolver

    – Tres, que ellos nos entiendan a nosotros y lo que queremos… que incidentalmente es de lo que vivimos los programadores.

    Para poner un ejemplo muy claro, casi la primera aplicación que se le ocurría a todo el mundo allá por los años 40 era un traductor automático. Esa idea entendía bastante bien los puntos fuertes de los ordenadores, pero no entendía el problema (de hecho hemos aprendido mucho sobre la estructura de los lenguajes tratando infructuosamente de programar un traductor que no fuera más gracioso que Groucho Marx) y tampoco había considerado gran cosa de lo difícil que sería que el ordenador nos entendiera… paso previo imprescindible para traducir algo.

    Si Watson no es meramente un acceso a una enorme base de datos con un altavoz y una pantalla, si de verdad es capaz de entender preguntas en lenguaje coloquial y traducirlas a consultas de una base de datos, y de convertir la información resultante en respuestas «humanas», entonces representa una revolución de proporciones incalculables.

    Y va a cambiar nuestro trabajo hasta dejarlo irreconocible. De hecho, puede provocar algo que siempre he temido: que los programadores seamos los nuevos radiotelegrafistas, una profesión con su momento de gloria pero condenada a la extinción (vale, va a cambiar muchísimas profesiones, porque como dice nuestro anfitrión muchísimos abogados, economistas, etc, viven basicamente de hacer de interfaz entre sus «usuarios» y una base de datos de conocimientos, pero permitidme que me preocupe antes de la mía 😀 )

  5. Raúl S. dice:

    Eleder:

    «Matias, pero ¿no son todos los razonamientos complejos suma de operaciones sencillas?»

    No, de eso nada. Los procesos cognitivos complejos son mucho más que la suma de las partes de procesos cognitivos simples.

    «ser capaz de realizar razonamientos lógicos a partir de esos datos»

    Si eso fuera esencial para definir la inteligencia entonces casi no existiría. La metáfora del cerebro como una máquina lógica/ordenador ha sido útil, pero no funciona exactamente así.

    La «irracionalidad» (más bien la «racionalidad limitada») es, a menudo, el modo «normal» de funcionar:

    http://www.worldlingo.com/ma/enwiki/es/Bounded_rationality

  6. McManus dice:

    Entre las numerosas utilidades de los ordenadores, manifestadas en billones de líneas de código que acaban siendo el software que usamos día a día, el Ordenador ha sustituido a los clásicos posmodernos. Un hombre, armado con Dada Engine, programó un generador muy exitoso hace poco más de una década.

    En tiempos arcaicos, cuando ni había salido el Altair, tenía sentido trufar tu texto con sinsentidos. Ejem, Derrida, Lacan, Althusser o Foucault. Sin embargo, la Máquina demostró ser tan genial como ellos perpetrando sinsentidos.

  7. […] Watson y la Tercera Revolucion Industrial politikon.es/materiasgrises/2011/02/18/watson-y-la-tercer…  por Moule hace 2 segundos […]

  8. Matias dice:

    «ser capaz de realizar razonamientos lógicos a partir de esos datos»

    ahí está la clave. Ningún ordenador razona de momento.

    Lo que quería decir en el comentario anterior es que los algoritmos en los que se basa cualquier* programa informático no soluciona un problema, si no que es en si mismos una solución al problema. Programamos soluciones a problemas concretos.

    Un programa que sepa jugar al ajedrez no sabrá aplicar sus algoritmos o estrategias cuando lo pongas a jugar al starcraft, a no ser que esté especialmente programado para ello.

    * Hay algo llamado red neuronal que trata de simular mediante modelos (cutre) el cerebro, y para ciertos casos da bastante buen resultado, como reconocimiento de imágenes, control de sistemas dinámicos etc.
    Además también se investiga en simulaciones fidedignas de los procesos biológicos del cerebro. En mi opinión los avances en AI vendrán por este campo.
    http://www.hss.caltech.edu/~steve/markham.pdf

  9. Adrián dice:

    Como programador iniciado a la IA, comento un par de inexactitudes que he encontrado en los comentarios.

    Las operaciones que suelen hacer las metaheurísticas de IA son de todo menos lógicas. Son algoritmos, sí, pero no están encaminados a resolver un problema, sino más bien a inspeccionar el problema de una manera relativamente aleatoria hasta que encuentran una brecha por donde explotarlo. Pero, si les preguntas por qué lo han hecho, probablemente no sepan decirte nada.

    O sea, casi lo mismo que hacemos los humanos. Hemos necesitado miles de años de prueba y error para ser capaces de dar (de una manera aproximada y poco precisa) una justificación a nuestras observaciones e incluso a nuestro propio funcionamiento cognitivo.

    Pensadlo: no sabemos exactamente cómo pensamos, pero pensamos. Y el caso es que funciona. Lo mismo pasa con las metaheurísticas: encuentran caminos para resolver problemas, pero para ello no utilizan un algoritmo previamente demostrado. No hay garantías de que funcione, no hay ningún patrón para el camino hallado… pero ese camino nos sirve 🙂

    Es un tema complejo, pero os aconsejo que os informéis – y sobre todo, que lo hagáis dejando atrás los prejuicios que solemos tener sobre lo increíble y lo único del cerebro humano. El principio de mediocridad nos lleva comiendo terreno desde hace unos cuantos siglos, y ahora va a por la inteligencia humana. No somos *tan* diferentes de una máquina.

    Y en mi opinión, es muy probable no sólo que la mayoría de los trabajos de tipo «abogado» acaben desapareciendo; sino que si empieza a haber avances en sistemas de inteligencia artificial mecanizada (digamos, robots) cabe la posibilidad incluso de que la gran mayoría de los trabajos que conocemos estén extinguidos en las sociedades modernas de aquí a un par de siglos.

    A mí se me escapan las consecuencias económicas de un cambio tan grande.

  10. Adrián dice:

    Por cierto, Matías, no llevas razón del todo. Existen paradigmas de programación que resuelven cualquier planteamiento resoluble y definido de manera lógica en tiempo finito – aunque ese tiempo suele ser abismal. Y usan el mismo algoritmo para cualquier problema, siempre que pueda ser planteado para su lenguaje. El problema más bien está en que la capacidad de computación de un cerebro humano es enorme (muchísimo mayor que la del mayor superordenador del mundo) – y por descontado, somos muchos y parimos como conejos.

    Obviamente, el tema es más profundo que todo eso: definir algo de manera puramente lógica es algo a lo que se llega después de un largo proceso de abstracción (la aritmética de números naturales no se definió completamente hasta los axiomas de Peano a finales del siglo XIX), y está claro que el ser humano *ya piensa* antes de definir el problema de manera lógica. Lo que nos lleva a que probablemente la lógica en sí sea un producto del proceso cognitivo, y no al revés.

    Eso es precisamente lo que se intenta hacer en la actualidad con la IA. No tanto algoritmos que resuelvan problemas de una manera aplastantemente eficiente, sino heurísticas que aproximen soluciones a un problema.

    Piénsalo con respecto a la genética: la misma teoría actual de la evolución no hace uso en ningún momento de aquello de «la naturaleza es sabia», sino que actúa de forma bastante aleatoria e impredecible. Es un proceso, una heurística que acaba por resolver un problema tan complicado como la adaptación óptima de una especie al medio en el que vive. Ha sido un proceso errático, pero no hay duda de que la vida ha ganado la partida al medio.

    Lo mismo: la cuestión no es que el proceso de IA sea lógico, sino que sea efectivo.

    Que se supere tecnológicamente esa capacidad es cuestión de tiempo (al fin y al cabo, la genética la ha alcanzado por pura prueba y error, siguiendo la teoría de la evolución).

    Por otro lado, según tu definición de sistema inteligente («el primer ordenador inteligente será el que sea capaz de programarse a si mismo»), no conozco a ningún ser humano inteligente. Mala definición, entonces.

  11. Lenny Zelig dice:

    «Y lo mejor, hará que muchos abogados pierdan su trabajo».

    No sé si sentirme aludido y enfadarme o compartir el deseo de que los abogados desparezcamos de una vez para siempre. Pero, siendo desagradablemente realista, observo que en las sociedades modernas y desarrolladas prolifera la consciencia del interés propio y la necesidad de defenderlo frente a otros (y, de paso, de contratar nuestros servicios).

    Así que creo que nuestro futuro profesional no dependerá tanto de la (segura) evolución de las máquinas como del (improbable) salto de los humanos hacia un mayor desinterés por sí mismos.

  12. […] tenían más o menos en mente. Es una tecnología más que nueva, es inesperada; no me extraña que apenas entendamos qué hacer con ella. El futuro es, realmente, un sitio muy curioso – y parece ser muy distinto a lo que […]

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