Tras casi tres semanas de manifestaciones y haciéndose rogar un poco demasiado, Mubarak ha abandonado el poder. Ha sido la culminación de un proceso que empezó hace casi dos meses en Túnez, se extendió a Egipto, y ha acabado por crear una avalancha que se ha llevado a otro tirano por delante. Las dictaduras parecen fuertes e inamovibles hasta que de repente todo el mundo se da cuenta que las odian, al fin y al
cabo.
Con Mubarak fuera del poder, ahora viene lo difícil: la transición. Egipto amanece hoy con un gobierno militar provisional, un montón de manifestantes con resaca, y un sistema de partidos entre disfuncional e incompleto. A partir de aquí, los actores sociales del país tienen que decidir qué organización va a tener su sistema político. Las movilizaciones de masas pasan a segundo plano – es la hora de llegar a acuerdos.
En una transición política, el proceso de negociación tiene unas cuantas características básicas. Primero de todo, una obviedad: no todos los actores son iguales. Por mucho que las movilizaciones sociales hayan dejado claro que la población en general detesta las reliquias del viejo régimen, muchos actores de la dictadura van a tener una silla en la mesa de negociación por el mero hecho que tienen tanques. Aunque el ejército ha sido parte crucial de la dictadura y se beneficiaba inmensamente de ella, ellos son los que han acabado dando el golpe de estado (un regalo de despedida de Mubarak), así que cuando se negocie van a tener más peso que nadie.
Segundo, los actores políticos implicados van a tener preferencias sobre calendario muy distintas dependiendo de su punto de partida. Como mejor organizados estén, por ejemplo, más rápido van a querer convocar elecciones, ya que saldrán en posición de ventaja (en teoría) en unos comicios. Aquellos que están peor organizados (y que necesitan más tiempo) querrán centrar la negociación en crear un sistema de reglas que favorezca grupos pequeños, ya que no saben realmente qué apoyo van a tener. Los militares, por supuesto, también tendrán sus ideas, e intentarán manipular el calendario para favorecer a los grupos que les caigan mejor o les sean más favorables.
Esto lleva a un tercer factor que debemos tener en cuenta: las reglas del nuevo sistema no van a ser neutrales. El ejército parte de una posición de fuerza, y es el actor que más tiene que perder en una transición. Las fuerzas armadas egipcias son una institución bastante parecida al ejercito de Pakistán o la Guardia Revolucionaria iraní: aparte de entrenarse para pegar tiros también se dedican a abrir negocios, explotar empresas públicas y hacerse ricos. Es también una institución con unos límites políticos relativamente claros – pueden aceptar democracia y pueden aceptar partidos políticos, pero estoy bastante seguro que no aceptarían un gobierno abiertamente islamista. En este sentido, Egipto es bastante perecido a Turquia, con un ejército que seguramente no tendrá reparos en convertirse en el guardián de la moderación.
Dicho en otras palabras: aquí todos somos iguales, pero unos más que otros, todos tenemos prisa, pero no necesariamente para hacer las mismas cosas, y aquí todo se negocia, pero siempre sin molestar al ejercito. Una transición a la democracia normal y corriente, vamos.
Con estos tres ingredientes creo que podemos imaginar qué veremos los próximos meses. El ejército va a gobernar en solitario, en un principio, sin darse excesiva prisa en convocar elecciones. En las negociaciones van a incluir a todo el mundo, Hermanos Musulmanes incluídos, pero seguramente no tardarán demasiado en escoger a sus candidatos favoritos – un partido político moderado, (relativamente) laico, un poco conservador y con ganas de pasar reformas pero sin pasarse. Una especie de «democracia cristiana» para el mundo árabe, si son creativos, o una versión egipcia del kemalismo, sin no están para inventos. La ley electoral estará hecha a la medida de este arreglo, dejando participar a todo el mundo en teoría pero garantizando que los islamistas no pueden llegar al poder en la práctica (estilo Italia con los comunistas, digamos), y cuando toque votar el patronazgo estatal ya se encargará de hacer que la cosa salga bien.
El nuevo Egipto será, muy probablemente, más democrático que el antiguo, pero tendrá por lo tanto sus límites. El ejercito excluirá gente, implicita o explícitamente, casi con total seguridad. La constitución incluirá restricciones bastantes curiosas sobre los derechos y privilegios de las fuerzas armadas, que seguramente gozarán de amplia inmunidad sobre crímenes pasados y mantendrán todos sus negocios paralelos. Y por descontado, si las «protecciones» impuestas fallan, el ejército estará ahí listo para poner orden, no sea que la cosa se desmadre.
La duda, para mí, es hasta que punto el nuevo régimen será una democracia tutelada, democradura (una democracia con restricciones – Rusia) o una dictablanda (dictadura con instituciones semicosméticas – Irán). Creo que esto dependerá sobretodo de cómo actúen los Hermanos Musulmanes, y lo mucho o poco que estos asusten a los militares. Si los islamistas se ponen a pedir máximos (sharia a todo trapo) y/o las encuestas les dan unas perspectivas demasiado buenas, el nuevo régimen será más restrictivo; si en cambio se mantienen en perfil bajo («islamodemócratas») y parece que nadie está por la labor de enviar militares a la cárcel, el sistema será más abierto.
De todos modos, las transiciones son realmente complicadas de predecir.Más que una hoja de ruta, el artículo es una especie de mapa mental, una cierta estructura lógica para seguir los acontecimientos. Si la oposición, por ejemplo, forma un partido laico rápidamente y se organiza bien alrededor dos o tres líderes consolidados, es posible que entonces les interese ir rápido a las urnas, aprovechando que los Hermanos Musulmanes tuvieron un perfil bajo. Si la presión social baja en picado y la oposición tiene problemas para crear partidos, los militares pueden tener la tentación de tener un «gobierno de emergencia» que dure muchos, muchos años. Y por supuesto, siempre puede haber algún otro evento que nadie prevee y pilla a todo el mundo por sorpresa (Israel ocupa el Sinaí. Yo qué sé) que envíe todo a tomar viento.
Lo que está claro es que los próximos meses serán mucho más aburridos que las últimas tres semanas, pero igual o más importantes. Habrá que seguirlo en detalle.
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