Han sido días y días de protestas, contraprotestas, reformas a medias, intrigas palaciegas internas y externas, pero hoy más que nunca el rumor está en la calle, en los medios y en la red: Mubarak se va. El Ejército parece el encargado de «tutelar» el proceso de cambio que llevaría a unas elecciones libres.

La ola de cambio político ha seguido, no sin dificultades, el camino previsto: la bola de nieve de expectativas ha seguido avanzando a pesar del intento de crear división interna, que no funcionó porque todo el mundo percibió en seguida como manipulado por el Ejército, y porque llegó tarde, cuando la presión internacional era algo más firme y el Ejército no estaba posicionado con el Ejecutivo. Con este crecimiento de expectativas, las distintas demandas latentes en la sociedad se han ido estructurando y segmentando, y el «estado de protesta» se ha convertido en el normal en Egipto. El proceso era imparable.

La última dificultad será el propio Ejército: demasiado bien sabemos que cada vez que el Ejército decide decir algo como «sí, sí, yo miro y ya está», confiarse no es una gran idea.

Actualización/nota: cuando decimos que Mubarak «se va», nos referimos a «del poder», no necesariamente del país. En ese sentido, y para variar, compartimos la intuición de Jordi Pérez Colomé.