(publicado originalmente en septiembre del 2010)

Hace unos días, con esto de las primarias de Madrid, me lamentaba de la ingenuidad de algunos antes las viejas verdades de la ley de hierro de la oligarquía. Jorge Galindo, que a veces tiene ramalazos optimistas, lo veía como una especie de reto, un punto de partida para hacer los viejos dinosaurios que nos representan en política organizaciones más transparentes, más abiertas. Su artículo es interesante (leedlo), pero merece algunos apuntes adicionales.

Las democracias parlamentarias tienen muchas virtudes (empezando por el hecho que el gobierno no tiene que perder el tiempo peleándose con el Congreso), pero tiene el pequeño problema que crea todos los incentivos del mundo para crear partidos autistas. En España todas las decisiones políticas relevantes pasan por manos de una sola persona, el Presidente del Gobierno, y este, por su propio interés, valora la disciplina de partido algo serio. Para que un partido sea una “máquina de gobernar” eficiente (y básicamente están diseñados para eso) vamos a acabar teniendo organizaciones poco dadas a preguntar nada a nadie.

Los incentivos, por lo tanto, no están precisamente bien alineados; el problema es cómo ajustarlos. Mi método favorito (y bastante impracticable en España) es el viejo sistema británico: hacer que cada votante tenga “su” diputado, es decir, circunscripciones uninominales a golpe de mayorías simples. Nada de listas kilométricas de candidatos y provincias con catorce diputados anónimos; ahora tendremos un diputado (y un candidato de la oposición) que sabemos que representa nuestropueblo/comarca/barrio. Más le vale que se patee su distrito y hable con todos, por su propio bien.

En España tenemos el pequeño inconveniente que una ley electoral así sería inconstitucional (artículo 68), pero eso no significa que un partido político no pueda aspirar a comportarse de forma parecida. Para empezar, los diputados no deberían ser gente anónima; los partidos deberían utilizarlos tanto como sea posible. En las provincias pequeñas los diputados locales deberían ser básicamente omnipresentes, dando charlas, conferencias, mesas redondas, foros a todas horas, hablando con alcaldes, asistiendo a plenos municipales, apareciendo en todas las inaguraciones que puedan, revoloteando a todas horas. Los partidos tienen gente en el territorio – es incomprensible que sean básicamente anónimos.

En las provincias grandes esto es un poco más complicado, pero eso no quiere decir que no podamos poner los diputados a trabajar. Podemos repartir el distrito geográficamente, o podemos dar “carteras” a los representantes, haciendo que cada uno se encargue de varios temas en la provincia. El objetivo, en ambos casos, es hacer que los diputados no sean seres anónimos, sino que se conviertan en los ojos y oídos del partido.

Esta clase de arreglos, por descontado, tiene sus problemas. Para empezar, sería necesario reformar el reglamento del Congreso y Senado para dar mayor capacidad de maniobra (y visibilidad) a los diputados individuales. No romperemos la disciplina de partido (los incentivos siguen ahí, al fin y al cabo) pero sí deberíamos abrir canales de comunicación efectivos entre representantes y el ejecutivo.

Segundo, y más obvio, estamos hablando de un arreglo un tanto cosmético, no un cambio organizativo real. Los mecanismos de selección de líderes y candidatos son -me temo- historias bastante más complicadas, y también necesitarían reformas. El primer paso (obvio) sería simplificar, y mucho, la organización interna de los partidos, alineándolas con un cierto esquema de representación.  El problema, de nuevo, es que el sistema de largas listas cerradas complica mucho las cosas, y acaban por centralizar el poder en las elites. Pasar a listas abiertas no cambia realmente nada, como demuestra el (ampliamente ignorado) sistema de votación para el Senado.

Coincido con Jorge en una cosa: los partidos son los que se abrirán a la sociedad, y empezará desde sus dirigentes. Como todo, sólo lo harán cuando esto les dé réditos electorales – y sospecho que el partido que lo haga primero (y se lo tome en serio) tendrá una enorme ventaja.

Por cierto, detalle: no he hablado de internet en absoluto. Sé que es útil, y sé que tiene que formar parte de cualquier campaña en este sentido, pero es una herramienta más. Una cuenta de twitter y un bitácora no es “abrir el partido”; es simplemente un medio de transmitir mensajes. Qué decimos, a quién, y qué hacemos con ello es lo importante; la tecnología viene después. Muchos aguerridos responsables de comunicación dospuntoceristas creen que basta con abrir foros y pedir propuestas, tratando a los votantes como niños que envían una carta a los Reyes Magos. Internet no “abre” el partido – eso lo deben hacer los políticos.  En España esto no lo ha hecho (casi) nadie.


Sin comentarios

  1. […] Hace una temporada escribía sobre qué puede hacer un partido para ganar relevancia en la sociedad abriendo sus estructuras; no estaría mal que empezaran a pensar en esa […]

  2. Pescador dice:

    Hace tiempo pensé en algo parecido, para saltarse esa imposición.
    El partido repartiendose las circunscripciones en distritos – y ahí podría mojar el aparato, adjudicandole los distritos más fáciles a sus «preferidos» – y, después de las elecciones, ordenar a sus candidatos por porcentaje de votos obtenidos en cada «distrito», renunciando a su escaño los que partiendo de una «posición legal» más alta no hubieran quedado igual en la votación por distrito.
    Así cada candidato tendría que partirse la pana en una zona muy concreta y los electores podríamos castigar a cuneros y frikis colocados en posiciones de salida segura y la selección de candidatos mejoraría.
    Lo malo sería como hacerle soltar la plaza a uno de los «agraciados» que fracasaran en su distrito.

Comments are closed.