No tengo muy claro por qué -mejor dicho, no me acuerdo- pero últimamente se está hablando bastante del tema de la obsolescencia programada; el caso en que un vendedor vende un artículo que debe caducar en un determinado momento cuando podría durar eternamente pero que modifica para que dure solo un tiempo determinado.

Algo que en general no se menciona es que esto en algo en lo que los economistas industriales ya han pensado unas pocas veces. Como todos sabéis, un monopolio vende menos a un precio más caro que en competencia. ¿Por qué? Porque cuando decide bajar el precio, eso tiene dos efectos sobre sus ingresos; primero, logra vender más al atraer más demanda pero, segundo, también vende cada una de las unidades anteriores a un precio menor. Cuando el precio es fijado por el mercado porque es muy competitivo, entonces el segundo efecto no existe y siempre desea bajar el precio, al menos hasta el punto en que producir una unidad adicional cueste lo mismo que el precio.

Sin embargo, en esta situación, el monopolista está maximizando sus beneficios solo bajo el supuesto de que tiene que vender al mismo precio a todo el mundo. Si pudiera vender a la gente que está dispuesta a pagar menos que el precio de monopolio pero más que su coste a un precio menor, podría, de hecho, mejorar sus beneficios. Esto es lo que se llama «discriminación de precios»: se vende a cada uno al precio al que está dispuesto a pagar. Ejemplos de discriminación de precios los hay a patadas: descuentos por edades, por sexo, por profesión… Si existe un buen proxy de la disposición a pagar, es óptimo bajar el precio para esa gente.

Una vez que hemos entendido la discriminación de precios, ya es posible exponer la conjetura de Coase. Coase sugirió que, bajo ciertas condiciones (concretamente, consumidores suficientemente pacientes), un monopolista que vendiera un bien duradero vendería al precio competitivo y no al de monopolio. ¿Como? Suponed dos grupos de consumidores: consumidores dispuestos a pagar mucho, y consumidores tacaños, dispuestos a pagar poco, pero aún así suficiente como para cubrir el coste de producción. Si el primer grupo es grande y la brecha entre lo que está dispuesto a pagar cada grupo de consumidores es grande, entonces es probable que para el monopolista sea óptimo fijar un precio igual al precio máximo que esté dispuesto a pagar el primer grupo de consumidores e ignorar al segundo grupo.

Pero ahora suponed que no se trata de un bien corriente, sino de un bien duradero -como un coche. No se trata de  un bien que uno deba consumirse solo en un periodo, en el que se compra; se compra en un periodo y se puede consumir todos los periodos sucesivos. En esta situación, el monopolista fijaría un precio alto para el primer grupo. Sin embargo, una vez que lo hubiera fijado, podría de hecho aumentar sus beneficios produciendo más y reduciendo el precio para vender al segundo grupo en el siguiente periodo. La clave está en que, como el primer grupo ya ha comprado el coche y no va a comprarse el coche en el segundo periodo, así que el vendedor no ganaría nada manteniendo el precio alto como en el caso en el que solo hay un periodo. El problema es que es probable que, de hecho, los consumidores del primer grupo sean consumistas pero no tontos: saben el monopolista acabará bajando el precio y preferirán esperarse un periodo. El problema es que si si los consumidores consumistas se esperan, entonces en el
segundo periodo el monopolista fijará un precio alto y no bajo para venderles el coche; la respuesta de los consumidores consumistas será la misma y así ad infinitum. Como decía, se puede demostrar que bajo ciertos supuestos, el único equilibrio es en el que el monopolista fija el precio competitivo desde el primer periodo.

Esta aparente paradoja -que un monopolista fije el mismo precio que una empresa competitiva- se explica de una forma relativamente sencilla si uno cambia un poco el enfoque. En realidad, lo que estamos viendo es una situación en la que el monopolista compite consigo mismo, es decir, con sus «yoes» sucesivos. El problema al que se enfrenta es un de consistencia intertemporal. Por tanto, el monopolista puede mejorar su situación comprometiéndose de forma creíble a no bajar el precio en el futuro: esto explica las tácticas comerciales de las ediciones limitadas, de romper el molde de la obra, etc… 

Naturalmente, la realidad dista mucho de funcionar así. Los consumidores no actúan de forma tan estratégica y sobre todo no son taaan pacientes (si tu lavadora se estropea, tu capacidad para esperar es limitada). Pero sí muestra un hecho bastante interesante: cuanto más duradero sea un bien, menores son los beneficios para el monopolista. Esto sugiere que las políticas de gestión del ciclo de producto deben tener en cuenta estos factores; de ahí es de donde viene el problema de la obsolescencia programada.