Uno de los problemas más graves -y más coñazo- del debate público español es que existe una fuerte tendencia a arrastrar las cuestiones al terreno de lo moral, donde negociar, transigir y alcanzar acuerdos se dificulta o hace imposible. Se diría que el español siempre está dispuesto a negar la mayor antes que intentar encontrar el terreno común. Lo vemos con el tema del aborto o del matrimonio homosexual, y ahora parece que también tristemente con el dospuntocerismo. Por eso, uno se pregunta si de verdad la mejor manera de apoyar al juez Garzón, y al margen de argumentos jurídicos, es sugerir de manera no muy sutil que Franco no ha muerto. Es decir, apuntar ni más ni menos que una deslegitimación de la democracia actual, porque ya se sabe que «si Franco no ha muerto, todo está permitido».