Geografía económica & Pollo Financiero Global

¿Debemos escoger entre soberanía y prosperidad?

22 Dic, 2010 - - @egocrata

(Artículo publicado el 22 de diciembre del 2010 en Lorem Ipsum)

Llevo unos días dándole vueltas a un artículo de Ignacio Sánchez-Cuenca que apareció por El País este fin de semana pasado. Su idea básica (resumo, pero mejor leedlo – vale la pena) es que las democracias desarrolladas están perdiendo poder a marchas forzadas, con muchas de sus decisiones y competencias delegadas o absorbidas por agencias tecnocráticas independientes, organizaciones internacionales o los vaivenes de los mercados internacionales. Cuando votamos en elecciones, elegimos menos, ya que nuestros gobiernos han perdido capacidad de decisión.

Citoyen respondió con varias críticas relevantes. La más destacada, creo, es el hecho que los estados occidentales llevan más de un siglo sometidos a esta misma clase de restricciones. Es más, estos límites externos son hasta cierto punto más democráticos ahora de lo que eran en el pasado.

Tomemos el primer ordenamiento más o menos institucionalizado de un sistema financiero global, el patrón oro. El sistema nace casi por voluntad exclusiva del Imperio Británico, que tiene obviamente una posición increíblemente dominante en el mismo. Los países pueden escoger permanecer fuera del patrón oro (y comerse los mocos al quedar excluidos del comercio internacional) o aceptar el sistema y entrar en el juego, a sabiendas que a partir de ahora no tienen política monetaria o fiscal independiente. Los ajustes ante una recesión son increíblemente dolorosos y muy deflacionarios, hasta el punto que son casi imposibles en países con sufragio universal – si quieres un sistema político abierto, tu gobierno va a pasar un mal rato. Suena a muchas cosas, pero soberanía estatal no hay demasiada.

El sucesor del patrón oro, Bretton Woods, es menos draconiano, pero no precisamente abierto a debate. El plan lo redacta Keynes y lo editan (a su favor) los Estados Unidos; si te gusta, bien, sino, fuera del sistema económico internacional hace frío y está lleno de comunistas. Un país en Bretton Woods sigue sin tener política monetaria (o no tiene demasiada) y su política fiscal no puede ser demasiado creativa – si las cosas van mal, el FMI está aquí para enseñarte a hacer las cosas bien.

Cualquier tiempo pasado no fue mejor, realmente – los estados estaban sacrificando su soberanía de un modo u otro desde hacía tiempo.

Lo interesante, sin embargo, es lo que sucece después de Bretton Woods, tras las turbulencias de los setenta y el final de los tipos de cambio fijos. Lo que vemos es, básicamente un cierto vacio – vacio que produce problemas a los pocos años: tipos de cambio flotantes, libre circulación de capitales, y tremendos desbarajustes cambiarios en Europa, con varias tormentas monetarias en rápida sucesión.

La reacción de los gobiernos en ese caso fue muy curiosa: en vista que tener doce estados europeos pegando patadas a su divisa era una fuente de problemas, decidieron atarse las manos y dejar de ejercer de gobiernos. Empezaron sacrificando parte de su política monetaria con el SME, y en vista que no funcionaba del todo, sacrificaron sus divisas creando la eurozona (que tampoco ha funcionado demasiado bien, pero vamos). Los estados democráticos no están perdiendo poderes ante otros actores económicos, sino que están decidiendo activamente tomar medidas para crearlos. Los “mercados” no crean el euro – son los gobiernos que creen que es más racional ceder poder a otro ente para maximizar su prosperidad económica.

Es algo que Citoyen menciona de pasada, pero que es de hecho central a la economía política de los últimos 150-200 años: un estado (y un gobierno democrático) puede escoger y de hecho escoge cuánta soberanía quiere ceder. Más importante, sin embargo, es que esta cesión parte de tener que escoger entre más prosperidad o más soberanía.

Se entenderá mejor con un ejemplo un poco extremo, la España de Franco. Nuestro querido regimen nacionalcatólico “decidió”, al acabar la Segunda Guerra Mundial, que esto del mundo exterior estaba muy sobrevalorado (el hecho que todo Dios les ignoraba supongo que algo tuvo que ver) y decidió desarrollar la economía patria sin pedir nada a nadie. Nada de capital foraneo. Importación ni una. La política económica se decide desde Madrid de forma exclusiva, y como no hablamos con nadie, no hay imposiciones.

Suena muy bonito y muy soberano, y si el gobernante en esa época hubiera sido escogido por las urnas hubiéramos tenido el estado más democrático de Europa, sin absolutamente ninguna imposición externa o institución tecnocrática dando la paliza. Lo que sucedió, por descontado, es que la economía española se despeñó de un barranco, y que podíamos ser muy nuestro, pero la prosperidad parecía no llegar nunca. A finales de los cincuenta, cuando nos empiezan a hacer caso, decidimos dar pasos para abrazar la convertibilidad de la peseta, pedimos créditos al exterior, tenemos que empezar a convencer a turistas que vengan a visitarnos y empezamos a ceder control sobre nuestra economía, a cambio de un fulgurante crecimiento económico.

Un estado democrático, si quiere, puede decir que esto de la economía internacional y los organismos internacionales le da grima y pedir bajarse del tren. Es algo que vemos constantemente; estados más o menos democráticos que echan un vistazo al expreso de la globalización y deciden quedarse a mitad de trayecto.

Algunos, como Venezuela, creen que todo el recorrido es un timo y se bajan en dos paradas – lo único que quieren hacer es vender petróleo a todo el mundo y dar la paliza con sus discursos en la ONU de vez en cuando. Otros, como China, aceptan maś cosas, pero mantienen unos controles de capitales brutales sobre su economía para favorecer a sus exportadores contra viento  marea, seainsostenibleno.  Los más chalados, como la Eurozona, deciden montar elaboradísimas redes de ferrocarril para intentar reconducir el tren donde ellos quieren, con variadas tasas de éxito. Y por descontado, el caso clínico de Corea del Norte proclama que el tren no existe y se esconde en un refugio nuclear.

¿Qué quiero decir con esto? Cualquier gobierno ahí fuera, desde los lejanos tiempos del vapor, tiene la capacidad de decidir si quiere participar en el sistema global o no. Si entra en la economía internacional, también tiene la opción de decidir qué partes acepta y qué quiere dejar de lado.

Estas decisiones no tienen por qué ser gratuitas, por supuesto. Por ejemplo, un estado que establece controles de capitales sabe que su moneda será más estable, pero puede que tenga problemas para acceder a crédito o (en el caso Chino) esa estabilidad se traduzca en más inflación y menos consumo. Los países de la eurozona tienen una moneda prácticamente invulnerable a ataques especulativos (en teoría) y el chollo gigantesco de poder endeudarse en su propia divisa (a muy buen precio) a cambio de renunciar a su política monetaria.

Hablar de “menos democracia”, en este contexto, es enfocar el debate partiendo de una concepción de soberanía tremendamente restrictiva. Parte del poder de los estados es decidir que van a renunciar a un control absoluto sobre su destino a cambio de la promesa de más prosperidad. La política, en muchos casos, no es sólo escoger qué hacemos; también implica decidir que permitiremos que decidan otros por nosotros, ya que les dejamos entrar en nuestra casa.

El debate, por supuesto, no tiene nada de trivial: como hemos visto estos últimos años, los estados que más autonomía han cedido a mercados, órganos internacionales y tecnócratas internos variados no son necesariamente los que más han prosperado. Hemos visto economías completamente abiertas saltar en pedazos (Islandia), economías puestas en manos de su sistema financiero despeñarse (Estados Unidos) y países que han apostado por ser gobernados desde Bruselas fracasar (Irlanda, Grecia). También hemos visto economías abiertas sobrevivir sin demasiados problemas (Brasil, Taiwan), países de la Unión Europea que salen reforzados (Alemania, Dinamarca, Polonia) y dictaduras muy restrictivas que siguen creciendo al 8% en medio de la Gran Recesión.

Las políticas públicas, decisiones políticas y el modelo productivo de cada país siguen teniendo un papel enorme en la prosperidad de los estados. Cómo los gobiernos aceptan o renuncian las exigencias de participar en el sistema internacional es, y será siempre, una parte central del papel de los políticos en las democracias desarrolladas, y no creo que vaya a cambiar.


Sin comentarios

  1. […] y cómo ha respondido cada país a la globalización. Y como decía hace unos meses, los gobiernos tienen mucha capacidad de decisión en este aspecto (aviso: artículo largo, pero me encanta. Y es mío), por mucho que pretendan que no tienen nada […]

  2. Lucas dice:

    Muy interesante 🙂 te acabas de ganar un lector.

  3. […] eso que hablaba el otro día que los estados a veces deben escoger entre prosperidad y soberanía? Bueno, Portugal le ha dado otra vuelta de tuerca al asunto. Los partidos de la oposición han […]

Comments are closed.