Supongo que recordaréis el patético intento de atentado del día de Navidad en Detroit, en el que un patético pelagatos que aspiraba a martir fue incapaz de volarse sus cataplines dentro de un avión. En un país más o menos normal, todo esto hubiera sido visto con cierta preocupación, pero sin demasiados aspavientos: los terroristas siguen ahí, pero son básicamente incapaces de hacer nada demasiado amenazador de forma competente. Más o menos la reacción que tenemos en España cuando ETA comete uno de sus atentados de tercera en los últimos años, básicamente.

Estados Unidos, por descontado, no es un país normal. Hoy mirando los programas de debate de los domingos («Meet the Press» y «This Week«, muy influyentes), los comentaristas seguían alegremente obsesionados con el terrible, terrible ataque; CNN y Fox News siguen cubriendo el asunto con una dedicación enfermiza. Si tuviera que basar mi percepción sobre qué sucede en el mundo en lo que dicen los medios americanos, estaría convencidísimo que Estados Unidos está siendo atacado de forma incesante por una coalición maligna de ninjas mutantes superpoderosos que siguen órdenes de un Osama Bin Laden que hace que Magneto o el Dr. Muerte parezcan monjas de la caridad.

El histerismo de los medios es desproporcionado, y como resultado, la reacción de la administración ha acabado siendo casi igual de ridícula. Obama ha estado impecable en las formas (sobrio, tranquilo, sin perder los nervios), pero las medidas impuestas han sido ridículas. Volar a Estados Unidos es ya normalmente un poco cargante, pero lo de ayer fue de traca. De aeropuerto en aeropuerto, en orden, tuvimos que disfrutar de los siguientes controles:

  1. Interrogatorio estúpido sobre seguridad al facturar equipaje. Control de pasaportes y papeles de residencia.
  2. Control de seguridad para entrar en zona de embarque, quitandote zapatos, cinturón, etcétera. Todo el mundo pasa por él, pero tuve que mostrar el pasaporte por segunda vez, y ser cacheado, que es lo mío.
  3. Control de pasaportes (tercero) para pasar a internacional.
  4. Control de pasaportes (cuarto) para acceder a la puerta de embarque, otra vez con preguntas estúpidas sobre mis intenciones, quién había hecho las maletas y qué quiero ser de mator.
  5. Cacheo y registro de equipaje de mano obligatorio para todo el pasaje antes de subir al avión. Los doscientos pasajeros fueron inspeccionados a conciencia, con dos guardias civiles, doce guardias jurados y un par de agentes más de seguridad tomándose dos horas de reloj para comprobar que mi Nintendo DS era de verdad y se encendía. Salimos con dos horas largas de retraso de Barcelona, básicamente por estos controles.
  6. Llegados a Nueva York, la ya tradicional cola de inmigración, con las preguntas clásicas sobre proclividades terroristas, etcétera.

Entiendo cierto temor a que sucedan según qué cosas, pero ¿de veras todo esto es razonable? Los pasos cuatro y cinco, más las preguntas idiotas en en el punto uno, son «aportaciones» post-Detroit. No tengo ni la más remota idea si aportan algo; el último atentado fracaso, al fin y al cabo. Lo que es indidudable es que es que hacen perder una cantidad ridícula de tiempo a miles de personas todos los días, y que son cualquier cosa menos baratas. Barcelona sólo tiene cuatro vuelos directos al día con Estados Unidos, pero en aeropuertos con más tráfico esto tiene que suponer una auténtica legión de funcionarios perdiendo el tiempo.

¿Os imagináis que nos tomáramos la seguridad en los trenes de cercanías del mismo modo? Desde el 11S, han habido más víctimas de terrorismo en trenes que en aviones, al fin y al cabo; la vida sigue y aceptamos el riesgo de todos modos. No digo que pasemos a seguridad cero, pero esta clase de histeria es una completa estupidez. La era dorada del terrorismo en aviones (los 70-80 y sus secuestros) no pareció convertir a todo el mundo en puñado de nenazas aterradas.

Es la paradoja del neoconsevadurismo militante y toda la generación de políticos que dicen tomarse el terrorismo tan en serio: todo es dureza, seriedad, esfuerzos impacables y nunca nos rendiremos en retórica, y unas reacciones completamente histéricas cuando pasa cualquier cosa. Todo respaldado, por supuesto, con unas ganas tremendas de bombardear desde 30.000 pies algún chamizo polvoriento en el tercer mundo, para dejar claro que somos invencibles. Faltaría.

Pensaba que con Obama en la Casa Blanca estas prácticas absurdas serían cosa del pasado, pero me temo que las hordas de guerreros de salón y expertos en seguridad aterrados seguirán poniendo la amenaza terrorista metahumana en lo alto de la agenda política. Triste.


4 comentarios

  1. Jordi dice:

    No se cuando fue la ultima vez que volaste de vuelta de Espanya, pero los 1 y 4 yo ya los vivi en mi vuelo de Barcelona a Newark el pasado septiembre, asi que no son «post-Detroit». Para mi, lo unico que suena a nuevo de la lista es el punto 5. Claro que es el punto que mas toca las narices, por aquello de las 2 horas de retraso y tal. Detalles nimios en favor de la seguridad a bordo, claro.

  2. citoyen dice:

    Lo mejor de todo es el interrogatorio. ¿Va a matar al presidente? ¿Cree que alguien ha podido meter algo en su maleta?

  3. Lole dice:

    Así que toca bombardeo en los próximos semanas. ¿Yemen, quizás? Vaya. Me equivoqué. Pensé que se haría en algún sitio en los 6 primeros meses de mandato.

  4. Miguel dice:

    Esto del terrorimmo va camino de convertirse en algo parecido a la «War On Drugs»: respuesta estúpida a un fenómeno que se combate de otra forma (investigación policial en lugar de castigar a todo el mundo y montar guerras; prevención y educación en lugar de ilegalización).
    Probablemente hayas leído ya este articulillo del WSJ, a ver si hay suerte y se oyen más voces en este sentido:
    http://online.wsj.com/article/SB10001424052748704130904574644651587677752.html?mod=WSJ_hps_LEADNewsCollection

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