¿Recordáis las comidas del colegio? Todo aquel que tuviera que sufrir un comedor escolar en EGB o ESO recordará algún delicioso almuerzo de sus tiempos infantiles. Macarrones reblandecidos, pollo frito quemado, verduras hervidas de mala manera, etcétera, etcétera. Es difícil estar de buen humor cuando te comías esas cosas.

Hace unos años, Jamie Oliver descubrió que la comida que sirven en los colegios públicos ingleses es, como poco, mala. Oliver es uno de estos cocineros mediáticos que corren por el mundo anglosajón; una especie de Arguiñano postmoderno, joven y a la moda, así que decidió hacer algo sobre ello. El hombre se acercó a unos cuantos colegios, habló con ellos, y les convenció para que le dejaran rediseñar los menús para hacer los niños felices.

Unos años después, un par de economistas descubrieron que los colegios que cambiaron el menú lo habían mantenido: unas cuantas escuelas de Londres tenían a sus estudiantes comiendo mucho mejor que el resto. Se dice a menudo que la dieta de los niños influye en su salud y capacidad de aprendizaje, pero no hay demasiado estudios a gran escala sobre ello. Los colegios de Jamie Oliver, sin embargo, eran lo más parecido a un experimento natural que uno puede encontrarse; dos grupos distintos extraidos de un población casi idéntica.

Aprovechando que los colegios británicos se pasan la vida haciendo exámenes estandarizados a sus estudiantes, Michael Belot y Jonathan James sólo tenían que comparar las notas de los estudiantes durante los últimos años, así como las cifras de asistencia. ¿El resultado? Resulta que lo que comen los niños influye, y mucho – y no sólo en su estado de salud.

Las cifras de asistencia mejoraron, y mucho; un 15%. Las notas de lengua inglesa un 6%, y en matemáticas un impresionante 20%.  Cierto, es un sólo resultado, los números son relativamente concluyentes pero aún insuficientes, y es necesario hacer más estudios. Aún así, son incrementos muy significativos, y realmente sorprendentes; no estaría mal tenerlos en cuenta al diseñar menús escolares.

Y por descontado, es una muestra estupenda como uno puede encontrar un estudio de ciencias sociales en los lugares más insospechados.


7 comentarios

  1. Mireia dice:

    Ahora entiendo la buena fama que tenía mi colegio, porque la verdad es que teníamos una cocinera que era un genio de los fogones.

  2. javi dice:

    ¿Pudieron aislar en el estudio la influencia de otros factores como, por ejemplo, que los colegios que implantaron la nueva dieta, fueran precisamente los que más se interesaban por mejorar sus métodos en general?

  3. Roger Senserrich dice:

    Javi: es por eso que necesitamos más estudios; la muestra no era exactamente aleatoria. Los colegios en cuestión mejoraron respecto a las notas que sacaban antes del cambio de menú, pero no podemos decirlo con total seguridad.

    Los resultados son intrigantes, pero necesitamos más información.

  4. Yo vi el programa en el que Oliver enseñaba a los niños cómo se hacían los deliciosos nuggets de pollo, triturando carcasas y pieles, y las caras que ponían los niños eran de foto.

    En Super Size Me también se indicaba que en los colegios e institutos donde ponían comidas saludables y los niños no andaban metiéndose chutes de azúcar, que el rendimiento era mayor y bajaba la conflictividad.

  5. J.E dice:

    De manera instintiva creo que tiene mucho que ver, además que de mi temporada como monitor me he llevado la desagradable sensación que además estamos perdiendo mucho de cultura gastronómica (¡Unos chavales me preguntaron si era carne o pescado! ¡Era pollo, maldita sea!).

  6. Josei dice:

    ¡Dioses del Olimpo! Creía que nadie hablaría nunca de esa infecta comida, y de cómo el arte del escaqueo y las trampas para no comer semejante inmundicia, superaba con creces las veces que se hacían «chuletas» y copias de exámenes en mi colegio.

    En serio, en mi colegio casi nadie copiaba, pero esconder bazofia estaba a la orden del día. Yo fuí uno de los afortunados que comía casi siempre en casa.

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