El debate sobre la sanidad en Estados Unidos ha sido un ejemplo bastante lamentable de estulticia de los medios de comunicación americanos. El partido republicano (y sus coros y danzas en radio y televisión) se han lanzando a un alegre nihilismo desencadenado completamente increíble, inventándose las tonterías más histéricas sin que -casi- nadie se atreviera a levantarles la voz.

Hace unos días comentaba con cierta resignación que o bien la administación Obama ha sido tomada completamente por sorpresa, o bien estaban esperando a que la habitual tendencia de toda olla de grillos enloquecida tiene a pasarse de rosca. El debate llevaba un par de semanas completamente fuera del control de los demócratas, y la reforma parecía ser cada vez menos popular – algo tenía que suceder para cambiar la dinámica.

Bueno, parece que ese «algo» ha sucedido, y la verdad, no sé si era un plan cuidadosamente diseñado, una serie de coincidencias a las que le doy demasiada importancia o la proverbial flor en el culo que parece tener Obama desde que nació. Iremos por partes.

Los republicanos empezaron por cometer un error no forzado. Charles Grassley, uno de los Senadores conservadores que están negociando en el senado para intentar conseguir un reforma con apoyo de los dos partidos, empezó a repetir las bobadas de Sarah Palin sobre los paneles de la muerte. El tipo que en teoría negociaba de buena fe, repitiendo las bobadas del ala montañesa. Sospechoso. Los republicanos no estaban actuando de buena fe, un diría. Lo suyo es sólo hacer el troll, hablar de «comités de la muerte», y retrasar la legislación tomándole al pelo al idiota de Max Baucus.

Con los moderados del partido siendo timados de forma cada vez más obvia por los republicanos y rindiéndose sin ninguna ceremonia a la más mínima resistencia, las bases demócratas empezaron a refunfuñar y cabrearse en serio. Llevaban una temporada protestando, diciendo que que mejor aprobar la legislación a sólas que confiar en una oposición que tiene como principal objetivo volar la reforma por los aires (con razón: un fracaso demócrata les daría alas en el 2010), pero nadie les hacía demasiado caso, obcecados como estaban con las tonterías de Sarah Palin.

Hasta ahora, el debate ha sido los republicanos atacando y la Casa Blanca defendiéndose: una guerra en la que la «izquierda» era la (muy moderada) propuesta de Obama, y la «derecha» era el sector montañés de la oposición. Los centristas (a ratos) eran por defecto los republicanos moderados, que se pasaban el día diciendo que ellos eran la clave de un acuerdo. Esto son malas noticias cuando vendes una reforma en Estados Unidos, ya que los medios (en su profunda estulticia) tienden a dar la razón a quien esté en el centro, por absurda que sea la conclusión. Teníamos una batalla entre el centro (la tímida reforma demócrata) y la extrema derecha, y claro, los buenos eran el centro derecha.

¿Qué ha hecho este fin de semana la Casa Blanca? En vez de discutir y batallar con Chuck Grassley, han mirado hacia el otro lado, y provocado de forma más o menos sutil a la izquierda del partido demócrata. En vez de liarse a tortas con la última tontería de los republicanos, han insinuado (de forma bastante obvia) que están dispuestos a sacrificar uno de los puntos más populares de la reforma (el plan público de seguros) para intentar conseguir un mayor consenso.

El resultado ha sido un berrinche estelar de todo el sector progresista del partido, con los representantes más liberales saliendo en bloque diciendo que si el plan no incluye la public option (el seguro público), ellos votaran en contra. La blogosfera ha salido en armas, clamando que a los cuatro vientos que ya basta de hacer el mendrugo e intentar pactar con una pila de nihilistas cejijuntos. La Casa Blanca, de golpe y porrazo, estaba a la defensiva, acusada de ceder demasiado, y teniéndo que contestar no preguntas sobre su presunto comunismo eugenésico, sino sobre por qué estaban dejando a los republicanos demoler todas sus ideas. Mágicamente, el «centro» de la discusión estos días ya no está a la derecha; es la Casa Blanca, atacada desde dos lados a la vez.

Faltaba un pequeño elemento, un toque mágico, algo que diera fuerza a la narrativa que los republicanos realmente no quieren colaborar. Chuck Grassley ayer de nuevo acudía al rescate. El tipo dijo que básicamente que no iba a votar la ley a no ser que la mayoría de su partido también lo hiciera. De hecho, fue más lejos: incluso si le dejaban redactar la reforma a él, votaría contra ella si sus colegas decían que no era buena. En otras palabras,lo suyo no era ni pretender que le dieran cosas; el estaba allí sólo para tocar los cojones.

El resultado: la discusión no es ahora si la reforma es socialismo en un sólo país – ahora se centra en qué narices quieren los republicanos, y sobre cómo los demócratas están planteándose aprobarla en solitario, ya que tienen los votos. La negociación (y el circo político) no es entre el centro y centro derecha; es entre la izquierda y el centro, que son los que ganaron las elecciones al fin y al cabo.

¿Significa que la reforma está «salvada»? Sí y no. La verdad, nunca he creído que estuviera en problemas reales; el gran riesgo es que la reforma fuera un engendro incompleto, torpe y horriblemente descafeinado para satisfacer al senador republicano centrista imaginario de turno. El cambio en el debate es importante sobretodo porque quita la iniciativa política al sector cagamandurrias del partido demócrata, la gente que realmente no está demasiado de humor de hacer nada remótamente ambicioso. Por añadido, el debate puede que deje de girar alrededor de ideas inventadas, la fuente de gran parte de los problemas en las encuestas estos días.

Por descontado, lo que hemos visto estos dos últimos días son sólo conatos de cambio; un giro relativo en la discusión, no una garantía que de repente todo será racional. Si Sarah Palin sale diciendo alguna estupidez cósmica mañana los medios americanos pueden volver a quedar totalmente embobados, volviendo a las andadas. Un encuesta tendenciosa puede romper otra vez la discusión. Uno diría que la retórica ha cambiado en serio, pero no es que acierte demasiado a menudo.

¿Los más divertido de todo? La llamada public option es de hecho un punto un tanto irrelevante dentro de la reforma en general. En cierto modo, es un punto focal fácil de entender para los activistas liberales; una especie de prueba de fe en verdadero progresismo. Es perfectamente posible aprobar una reforma excelente sin el plan público, igual que es perfectamente posible aprobar una reforma horrible que incluya el plan; ponerlo en la ley sería una mejora útil, pero no demasiado sustancial.


3 comentarios

  1. meneame.net dice:

    Sanidad: marcha y contramarcha…

    Hasta ahora, el debate ha sido los republicanos atacando y la Casa Blanca defendiéndose: una guerra en la que la “izquierda” era la (muy moderada) propuesta de Obama, y la “derecha” era el sector montañés de la oposición. Los centristas (a …

  2. […] reforma sanitaria en Estados Unidos ha tenido una capacidad única de sacar a gente a decir bobadas, y no sólo en los medios americanos. Dejando de lado el nutrido grupo de comentaristas que están […]

  3. […] verdad: ya era hora. No sé si todo esto era un táctica extraña de la Casa Blanca, o realmente eran así de ingenuos. Quizás tenían que pretender ser amables […]

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