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Recomplicando la legislación: reformas y listas abiertas

26 Mar, 2009 - - @egocrata

El sistema legislativo americano es complicado. Los representantes y senadores son escogidos individualmente, así que no dependen demasiado del partido para su supervivencia política; como resultado los políticos tienen una autonomía tremenda y la disciplina de partido es muy escasa.

Eso se ve reflejado en cómo los americanos preparan la legislación, y cómo el Congreso prepara los presupuestos. El presidente sólo propone los presupuestos; los comités de presupuestos de la cámara de representates y del Senado lo repasan o cambian de arriba a abajo. El resultado es habitualmente dos presupuestos bastante distintos, así que las dos cámaras tienen que reunirse y renegociar lo que han votado, y la propuesta es votada. Sólo entonces tenemos lo que se llama una resolución concurrente, lo que en Europa sería una «ley» de presupuestos.

Los presupuestos son, sin embargo, una ley extraña;  de hecho, no son realmente una ley.  Es una «guía» que dirige dónde el Congreso podrán gastar dinero durante el año; pero para hacerlo deberá aprobar autorizaciones (programas específicos que tienen fondos reservados en los presupuestos) y apropiaciones (las «leyes de gasto» que ponen el dinero) durante el año. Como tal, el presidente no puede el presupuesto; sólo puede hacerlo en las leyes que ponen en práctica el espacio cubierto por estos a posteriori.

¿Suena complicado? Lo es; de hecho, es una complicación espantosa. El gobierno federal decide su gasto a partir de un proceso con catorce etapas en la que meten mano doscientos actores, cada uno a su pelota, sin que haya nada parecido a disciplina de partido haciendo que el resultado sea demasiado previsible. Cada jefe de comité, cada senador, cada legislador con ganas de ponerse medallas y cada cretino encantado de haberse conocido puede retrasar, complicar, frenar y hacer la puñeta hasta lo indecible. Total, ellos sólo se deben a sus votantes (y los amigotes que les han financiado la campaña), no al partido demócrata o republicano. El resultado es que aprobar cualquier cosa es un suplicio.

Pongamos que el presidente tiene la idea de pasar una reforma para el horrendo sistema sanitario. Es algo urgente, los demócratas en teoría lo apoyan, y tienen una mayoría enorme para ello. Para aprobar la ley, sin embargo, tiene que pasar lo siguiente:

  1. Que los fondos reservados a la reforma de la sanidad en el proyecto de presupuestos sobreviva en comité al menos en una de las cámaras. La cámara de representantes es relativamente disciplinada, así que los programas tienden a sobrevivir.
  2. Que los fondos sobrevivan en la negociación con el senado. Si sobreviven, que sea una cantidad suficiente. Y si es dinero suficiente, que autoricen el gasto que el presidente tenía en mente.
  3. Más adelante, las dos cámaras tienen que aprobar una autorización, con los detalles concretos del programa, incluyendo la apropiación de gasto. Eso exige mayoría simple de representantes, al menos 60 senadores en la cámara alta. La ley se prepara en comité (en varios comités), tiene que ser autorizada y puesta en la agenda por otro comité en ambas cámaras, votada a favor, negociada, votada de nuevo, y no ser vetada por el Congreso.

Todo esto tiene que suceder en un contexto en que los legisladores, cada uno a su bola, hacen caso cuando les place. Si el presidente del comite de reglas de la cámara de representante no está de humor y no quiere sanidad este año, el encantador individuo puede colocar la propuesta al final de la agenda de la semana todas las semanas, de modo que nunca llega a votarse si debe ser enviada al plenario o no. Si un senador en su comité tiene objeciones, siempre puede pedir aplazamientos de forma constante que sólo pueden ser evitados por supermayorías. Y obviamente, todos esos demócratas que viven en estados muy conservadores (los dos de Arkansas, por ejemplo) se pasarán la vida intentando bloquear según qué cosas que no suenan bien en su distrito.

Contemplad las bizarras piruetas legislativas que estamos viendo sólo para aprobar el presupuesto estos días, sin ir más lejos. Tenemos un senador cambiando parte de las normas de contabilidad que el presidente utilizaba para decir que están controlando el gasto, a cambio de eliminar el lenguaje diciendo de dónde vendrá el dinero, ya que confía que eso estará en la propuesta de la otra cámara. Y eso es sólo un trocito; cualquier legisla de forma racional de este modo.

¿Por qué esto no sucede en otros sitios? Dos motivos básicos: por un lado, el presidente es escogido de forma separada del legislativo, así que tiene que construir mayorías y pedir y rogar cada cambio legal con gente que tienen sus propias ideas. El segundo, y más importante, es el hecho que los partidos políticos no tienen nada parecido a disciplina interna, en gran parte porque los legisladores son escogidos de forma individual en distritos uninominales. Sí, esta clase de distritos que como apuntábamos ayer funcionan básicamente como un sistema de listas abiertas.

Esta clase de sistemas legislativos bizantinos no son una consecuencia inevitable de los sistemas de listas abiertas, evidentemente; hay países con sistemas electorales parecidos y partidos disciplinados (Reino Unido, sin ir más lejos). Eso se produce en gran medida porque son sistemas parlamentarios, no presidenciales, así que la disciplina de partido es relativamente fácil de mantener (pero no eterna; que le pregunten a Thatcher). En sistemas con partidos políticos con disciplina interna muy débil, sin embargo, esta clase de verbenas legislativas tienden a emerger con el tiempo, haciendo cualquier reforma muy, muy complicada.

No son los únicos casos; uno puede tener problemas parecidos si tiene demasiados partidos en un parlamento, efecto derivado casi siempre de tener sistemas electorales demasiado proporcionales o demasiado abiertos a minorías. Pero eso es un problema a discutir otro día.

Resumiendo: nada sale gratis. Ni en economía, ni en diseño institucional. Cuando se adopta un sistema electoral, estamos «comprando» un paquete con problemas y ventajas. Ni el sistema actual es tan horrible, ni las alternativas son tan maravillosas.


4 comentarios

  1. […] Sin embargo, la representación personal comporta un cierto riesgo, cuando se convierte en representación personalista. En primer lugar, porque puede fomentar el populismo y las relaciones clientelares en sociedades poco informadas. En segundo lugar, porque incrementa el coste monetario e informativo de las campañas, lo cual puede generar asimetrías: los candidatos con mayores recursos pueden obtener mayor visibilidad pública, y los votantes con una mayor facilidad para acceder a información pueden tomar decisiones más eficientes y más acordes a sus intereses. Estas asimetrías se acrecentarían aún más si los niveles de democracia interna varían entre partidos: aquellos partidos con una mayor competitividad interna pueden ser percibidos más negativamente por los votantes. Por último, existe el peligro de caer en una dinámica de “pork barrel politics” al estilo norteamericano, en que los congresistas y senadores priman los intereses de su circunscripción por encima
    de los nacionales, generando resultados que pueden ser subóptimos. […]

  2. […] Sin embargo, la representación personal comporta un cierto riesgo, cuando se convierte en representación personalista. En primer lugar, porque puede fomentar el populismo y las relaciones clientelares en sociedades poco informadas. En segundo lugar, porque incrementa el coste monetario e informativo de las campañas, lo cual puede generar asimetrías: los candidatos con mayores recursos pueden obtener mayor visibilidad pública, y los votantes con una mayor facilidad para acceder a información pueden tomar decisiones más eficientes y más acordes a sus intereses. Estas asimetrías se acrecentarían aún más si los niveles de democracia interna varían entre partidos: aquellos partidos con una mayor competitividad interna pueden ser percibidos más negativamente por los votantes. Por último, existe el peligro de caer en una dinámica de “pork barrel politics” al estilo norteamericano, en que los congresistas y senadores priman los intereses de su circunscripción por encima
    de los nacionales, generando resultados que pueden ser subóptimos. […]

  3. […] Para los que no saben como funciona, explicación rápida: la mitad de diputados son escogidos en circunscripciones uninominales, la mitad mediante listas proporcionales. Cada votante tiene dos votos, uno a “su” diputado, otro a la lista que prefiera apoyar. El resultado final es bastante proporcional (en Alemania añaden diputados extras si una lista no saca demasiados diputados territoriales) pero todavía generando mayorías claras. No es listas abiertas, pero ya me va bien; nunca me han gustado demasiado. […]

  4. […] problema es simple: los votantes no prestan suficiente atención al sistema político. Si complicamos el sistema, lo único que conseguimos es hacerlo aún más opaco, básicamente porque nadie se […]

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