Cambiar las cosas es difícil en todas partes, pero en Estados Unidos es más complicado que en otros sitios. En una democracia parlamentaria (Reino Unido, Alemania, España) cuando un partido gana las elecciones, tiene mayoría. El jefe del partido es el presidente del gobierno; cuando quiere una ley, normalmente le basta con pegar cuatro gritos y tiene los votos en el parlamento.

En Estados Unidos, esto es cierto en teoría, pero nunca funciona así a la práctica. El presidente en teoría es líder de su partido, y en años como este en teoría el presidente tiene mayoría. Para aprobar legislación, sin embargo, las cosas son mucho más complicadas de lo que parecen. Tanto, que lo tengo que explicar con ejemplo.

Les presento a John Dingell, congresista por Michigan, bellísima persona, y mi personal cabeza de turco hoy. Dingell es uno de esos políticos que causan depresión a cualquier progresista que sigue la política americana. Sí, es progresista. Sí, es amigo de la clase trabajadora. Pero el tipo es un auténtico lastre.

Dingell tiene 82 años. Lleva ocupando su escaño desde 1955, cuando Dwight Eisenhower era presidente, Franco era joven y Elvis llevaba menos de dos años sacando discos. Desde ese tiempo inmemorial Dingell representa Detroit, una ciudad que en 1955 tenía literalmente el doble de la población que tiene ahora; su trabajo en todos estos años ha sido ser el lacayo y defensor de las tres grandes (General Motors, Ford y Chrysler) en el Congreso en la Comisión de Comercio y Energía de la Cámara de Representantes.

Cuando se habla de capitalismo de compadreo en política americana, la gente piensa en Dingell. Su trabajo es proteger a las fábricas de automóbiles de regulaciones que les son dañinas (impuestos sobre hidrocarburos razonables, regulaciones medioambientales, requisitos de eficiencia energética, cualquier cosa que fuerce cambios en la industria) a base de bloquear, lloriquear y torpedear cualquier cosa que no guste en Detroit. Es pro-gran industria, aceptablemente pro-sindicatos y tremendamente hábil en planteando legislación que suena bien y no cambia absolutamente nada.

Para un presidente nuevo que quiere aprobar legislación ambiciosa (programa duro contra el cambio climático, restructuración forzosa y profunda de la industria del motor, reforma de la sanidad -también competencia suya, indirectamente-), el hecho de tener a un tipo como Dingell presidiendo el Comité de Comercio y Energía es un dolor de cabeza importante. El tipo puede retrasar, torturar, atontar, machacar y bloquear legislación durante meses y meses a base de procedimientos, necesidad de más estudios y multitud de enmiendas estúpidas; si se aburre especialmente, puede presentar contrapropuestas estúpidas o poner cualquier buena idea en el fondo del cajón y decir que no tiene tiempo de nada. No sólo puede hacerlo, sino que lo hará encantado si le dejan.

Esa es la cuestión: si le dejan. Un presidente siempre puede dar concesiones, pequeños caramelos legislativos para apaciguar a legisladores tozudos (este es el motivo que las leyes americanas son tan horriblemente amorfas, por cierto). Esto funciona a veces, pero no siempre; si la ley va a dinamitar la industria en tu distrito, el legislador no tragará. El presidente, sin embargo, tiene otras opciones, que van desde malos modales políticos («nadie te dará un duro para hacer campaña») hasta repartir mamporros legislativos serios, como dejar al legislador en ridículo a nivel nacional, sobornar con favores al resto del comité o (directamente) echarlo del comité a patadas.

Ahora mismo, parece que el partido demócrata (el ala más «joven» y reformista, al menos, con el apoyo tácito del nuevo presidente) está procediendo a defenestrar a Dingell, echándole a patadas del comité y poniéndole en un lugar que no incordie. Al menos, esa es la idea; van a votar sobre ello mañana. Su substituto, si es realmente depuesto, sería Henry Waxman, un tipo que «sólo» lleva en el Congreso desde 1975, y es bastante menos malvado.

La vieja literatura (pre-teoría de juegos) sobre el Congreso americano habla de triángulos de hierro entre comités, las industrias que regulan y las agencias que vigilan esas industrias. No son oficiales, no son tan sólidos e inamovibles como decían ser, pero existen. Vaya si existen. Y en casos como el de Dingell, su «protección» de una industria han acabado por ahogar el paciente.

Cuando Obama ha llenado la Casa Blanca de ex-legisladores y asesores en el Congreso experimentados es señal que sabe lo que hace. Para romper estos bloqueos no basta con buenas palabras, es necesario tener un par de malnacidos con amplia experiencia legislativa que sean capaces de producir cambio a base de zanahorias y cañonazos. Rahm Emmanuel y Joe Biden están en el cargo por algo. Eso de las leyes y salchichas es totalmente cierto.


Un comentario

  1. […] a John Dingell? Sí, ese congresista que ponía a parir de mala manera hace un par de días. Resulta que tras un par de semanas de maniobras, Henry Waxman, el […]

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