La relación entre prensa y partidos políticos es una danza complicada, y por lo que sé, relativamente poco estudiada. Los que trabajan en el negocio acostumbran a decir que es un arte; una combinación de contactos, peloteo, intimidación más o menos descarada y súplicas desconsoladas a la gente que trabaja en la otra acera.

Hablar de los trucos del oficio (conocer gente, ofrecer exclusivas, negar acceso y «hablar» con tus anunciantes, apelar a la hipoteca que no podrás pagar…) es interesante, pero la cosa va un poco más allá. La relación entre políticos y medios es un juego en el sentido más formal; dos (o más) actores interactuando de forma estratégica y respondiendo a las acciones del otro(s).

Empezando por lo más básico, la relación entre prensa y políticos es de dependencia mutua, pero no es simétrica. La prensa necesita a los políticos como fuente de noticias, audiencias y contenidos; por añadido están a su merced (relativa) ante su capacidad de regular y
legislar sobre el medio en dónde trabajan.

Los políticos, por su parte, no pueden vivir sin la prensa: la necesitan para hablar al electorado, teniendo que superar su filtro previo antes que los votantes sepan lo que dicen. la prensa tiene además un peso muy importante en establecer la agenda política y el debate público, y una capacidad nada despreciable en el modelado de la opinión pública. Los políticos en teoría pueden «premiar» con licencias, reglas sobre fusiones o regulación variada, pero su margen de maniobra se ve limitado por la capacidad de la prensa de responder a berridos y el hecho que las normas básicas son díficiles de cambiar.

Me centraré en la relación entre los partidos y los medios de «su» lado». Si bien El País tiene voz y ataca a Rajoy a menudo, estas críticas a efectos de la supervivencia política de Rajoy son relativamente limitadas; la base del partido no les hace caso. Un ataque descarnado desde La Cope, sin embargo, es algo bastante más serio, ya que puede
desmovilizar una parte de su electorado. Como comento a menudo, el poder de un presidente de un partido nace y muere de sus expectativas en la urnas; si un medio puede dañarlas, esa radio, periódico o televisión tiene capacidad de presión sobre ese político.

Un tipo como Rajoy, por tanto, tiene que mirar los medios de su cuerda del mismo modo que mira a sectores de su partido disidentes: en teoría no mandan, a la práctica pueden «convencerme» a base de amenazas veladas de hacerle daño en las urnas. Como con las minorías rebeldes, Rajoy puede escoger ignorarlos y exponerse a sufrir desgaste por sus ataques, confiando en que los votantes ganados de otros grupos compensen los perdidos debido a esas críticas, o bien aceptar a regañadientes los «consejos» del pope radiofónico de turno y confiar que sus ideas no te pierdan demasiados votos
por otros sitios.

Los parecidos no obstante acaban aquí. Cuando Rajoy está lidiando con sus «amigos» dentro del partido él tiene a a su disposición una serie de potenciales palos y premios para tenerlos contentos: de la potencial zanahoria ministerial («que ganamos y te doy industria«) al exilio autonómico («serás candidato del PP en Cataluña«, esa sentencia de muerte política para conservadores catalanes), el tipo puede hacer ciertos equilibrios para tener a todo el mundo contento. Evidentemente si las encuestas dicen que su futuro es más bien escaso estas promesas no valen un duro, pero el tipo no está indefenso.

Cuando un jefe de la oposición tiene que bailar con los medios «afines», sin embargo, su margen de maniobra es más limitado. Puede usar los trucos de relaciones públicas de toda la vida (acceso, peloteo, etcétera), pero el negar entrevistas o ignorar periodistas es un castigo limitado que puede
acabar haciendo más daño al político que al medio ninguneado. Puede prometer frecuencias y leyes a largo plazo, pero su capacidad tiene aún más límites que las promesas ministeriales; un político puede retocar mercados, pero no puede cambiar niveles de audiencia.

Para hacer las cosas aún más complicadas para el Rajoy de turno, cuando se pelea con gente de su partido sabe que en el fondo todo el mundo está en el ajo para ganar elecciones, pronto o tarde. Cuando se da de tortas con un medio de comunicación, este está en el negocio para hacer pasta a base de aumentar su audiencia; que su partido gane elecciones no es más que un satisfacción secundaria. De hecho si miramos a algunas cadenas de radio y cómo ha mejorado su audiencia desde que el PP pasa frío en la oposición, casi están más a gusto con su partido fuera del gobierno.

Esto puede llevar a la paradoja en que un medio de comunicación especialmente montañés pueda preferir enfrentarse a Rajoy, de hecho, que tratar de llevar el
partido al poder. Si la audiencia crece con cada burrada que digo, ¿para qué debo tener posiciones cómodas para ese mítico centro electoral que gana elecciones? El partido puede hacer lo que quiera; si se enfrenta a mí, pierde él; si sigue mis dictados, gano yo. Y el estupendo, glorioso subidón de ego que me da ser el nuevo medio de referencia de la derecha… no tiene precio.

En resumen: es más que creíble que Esperanza Aguirre mencionara a la Cope en la ya mítica reunión con Gallardón y Rajoy esta semana. El pobre presidente del PP realmente tiene ese problema; ha dejado que los medios se le suban a las barbas, gracias a su tendencia a no querer enfrentarse a nadie.

A todo esto,
algunos comentarios secundarios. El poder relativo de los medios depende, evidentemente, de las audiencias; como más capacidad de transmitir (o cargarse) el mensaje tengan, mayor será el poder de presión sobre el partido. Es por eso que PSOE tenía la maldición de depender de PRISA (y la bendición que sus propietarios fueran moderados), y de ahí viene el entusiamo mal disimulado de algunos que por fin al País le salga competencia. Lo más relevante, sin embargo, es el hecho que estos problemas son muchísimo menos dolorosos para los políticos cuando están en el gobierno; si los tuyos mandan, la audiencia es menos amiga de escuchar críticas descarnadas al presidente.

Concluyendo: no es una relación limpia, ni mucho menos. De hecho, es una relación bastante caótica. Para otro día cómo «limpiar» estas dependencias, y los problemas que se derivan de tener medios no partidistas. Sí, puede ser un problema. Hablamos luego.


5 comentarios

  1. Citoyen dice:

    Leyendo el post me ha venido a la cabeza la imagen de Francois Hollande. Se parecen tanto Rajoy y el: legitimidad debil, liderazgo nulo, aplazar los problemas,…

  2. geografosubjetivo dice:

    Siempre he tenido la impresión que los blogs ganan mucho cuando le atacan a su propia tendencia. Ahora no influyen demasiado, pero con el tiempo también los políticos querrán tener a las redes a su favor.

  3. […] cualquier lector español le sonará familiar este escenario; Rajoy si me lee (y debería) seguramente estará pensando en el gran inefable Federico Jiménez […]

  4. […] desde la derecha, a Rajoy le quitan un peso de encima considerable. Se acabó tener que hacer la cuadratura del círculo tratando de hablar a dos electorados al mismo tiempo; la derecha española puede dejarse de […]

  5. […] desde la derecha, a Rajoy le quitan un peso de encima considerable. Se acabó tener que hacer la cuadratura del círculo tratando de hablar a dos electorados al mismo tiempo; la derecha española puede dejarse de […]

Comments are closed.