No hace demasiado señalaba el talento único que tienen algunas organizaciones (la FSM, para ser concreto) en ser horriblemente incompetentes, y mantenerse tozudamente sin cambios. Por algún motivo extraño, los miembros de una institución, club, partido político o sociedad acaban en una situación en que los objetivos que se habían marcado no se cumplen, pero dejan que el tinglado siga funcionando sin que les lleve a ninguna parte.

El porqué esto sucede es uno de los problemas clásicos que trata la Ciencia Política. Es tan importante saber por qué las instituciones y partidos cambian como explicar por qué hay arreglos institucionales que son estables en el tiempo, estén funcionando como deben o no. ¿Por qué Estados Unidos ha sido una democracia durante más de 200 años, mientras que Argentina no ha sido capaz de ello? ¿Por qué la mafia es fuerte en unos lugares y no otros? ¿Qué tiene que suceder en el PP para que Acebes pierda el cargo?

Hay varias aproximaciones a esta clase de problemas. La más extendida en lugares serios (y mi preferida) es tratar las instituciones como resultados de interacciones estratégicas; en jerga de la disciplina, como equilibrios de un juego.

Me explico. Cuando un determinado grupo de individuos más o menos racionales deciden organizarse de algún modo, hacen una serie de elecciones sobre cómo van a funcionar las cosas. Estos individuos pueden estar hablando entre ellos y cooperando genuinamente, hablando entre ellos pero apuñalándose alegremente por la espalda, o bien trabajando activamente para organizar las cosas de un modo que les favorezca a ellos. La institución resultante será una expresión de este juego de negociación, conflicto y control mental en que se han metido, un resultado de la multitud de organizaciones posibles.

En muchas ocasiones, el
resultado obtenido es ligeramente chapucero, por un motivo a otro. Puede que en el debate se haya excluido a un determinado grupo que tenía bastante que decir. Puede que haya un determinado grupo que no tenga ningún incentivo a aceptar ningún consenso. Puede que el arreglo decidido sea excepcionalmente confuso y no haga feliz a nadie. Cuando esto sucede, la institución no tiene una esperanza de vida demasiado larga, y acaba por romperse de forma a veces bastante aparatosa, creando otro ciclo de cambio. El partido no acepta a su nuevo líder y lo fuerza a dimitir. Los vecinos del quinto se niegan a pagar para pintar la fachada. La constitución no es respetada, y el país cae en guerra civil. Las cosas no funcionan, y la inestabilidad vuelve a aparecer.

A veces, sin embargo, el resultado sí acaba llevando a la organización a una situación estable. La mayoría de los actores (jerga para ¨personitas¨) quedan en una situación en que prefieren que las cosas permanezcan como han establecido, no que cambien.
Eso puede incluir algo tan simple como pagar a la comunidad cada mes para que se arregle el ascensor, o algo tan complicado como aceptar deja el gobierno y no sacar los tanques a la calle al perder elecciones. Nadie tiene incentivos (ni poder) suficiente para pegarle una patada a la mesa y decidir cambiar las reglas del juego, y la institución (que supongo habreis deducido es jerga para «cosa grande organizada») sobrevive.

En Ciencia Política, el resultado de un juego en que nadie tiene incentivos para cambiar sus decisiones para mejorar su situación se le llama un equilibrio. El problema con los equilibrios, sin embargo, es que a veces su única «virtud» es el hecho que son estables. En otras palabras, a veces todo el mundo puede acabar estando muy feliz tirándose piedras sobre su propio tejado.

La FSM es, por desgracia, un ejemplo de estos casos. El objetivo inicial (ganar elecciones de vez en
cuando) se ha visto progresivamente substituido por el de vegetar sin hacer nada. Gran parte de la federación vive de mantener el cargo, así que tiene todo el interés del mundo en comprar su seguridad usando de clientelismo a aburrir a las ovejas. El resultado es un partido lleno de gente concentrada en aplaudir al jefe a cambio de favores, y unos líderes que tienen como único objetivo asegurar que las cosas siguen así. Nadie dentro de la organización tiene ningún interés en que las cosas cambien, y de hecho se emplean a fondo en asegurarse que nadie con ideas raras se lo pase bien.

Claro, cuando alguien quiere ganar elecciones en Madrid (Zapatero, por ejemplo), lo único que puede hacer es ignorar a la FSM completamente. Sobre cómo reformar estos engendros (de los que hay multitud), hablaré otro día.


3 comentarios

  1. elvizca dice:

    Excelente y acertadísimo comentario. Pero por lo que intuyo no solo es la FSM, por desgracia el fenomeno está bastante extendido. Y el problema es gordo cuando además se encapsula en un blindaje de territorialidad seudonacionalista como en Extremadura.
    Supongo que hay un problema de «funcionarialización», primero porque los «intelectuales» altruistas-colaboradores son inestables como los radicales libres y van y vienen, y lo segundo porque los que dan el callo tienen que llevar un sueldo a casa y, normalmente, se les ha pasado el arroz para buscar otro curro por lo que se enquistan en la estructura, en el nivel más mediocre, para pasar desapercibidos(como tratabamos de hacer en la «Mili»).

  2. Egocrata dice:

    (nota al margen: si lo lee algún politólogo, ya sé que las definiciones no son del todo precisas, y que debería concretar más en muchos puntos. Es un artículo de un blog, no mi tesis).

  3. Carlos dice:

    Egócrata, yo soy politólogo y sociata del PSM (antigua FSM) y creeme cuando te digo que espero ansioso la lista de recetas para arreglar a una organización de este estilo. No ya por la organización, sino por Madrid, que es cada día una comunidad más fea, más huraña y menos habitable.

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