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Las ciudades, como todas las creaciones humanas, son organizaciones complejas. Cada decisión que se toma, cada cambio de parecer de sus gobernantes, deja una cicatriz en el tejido urbano, que afecta la vida de sus habitantes durante décadas, incluso siglos. En pocos sitios se ve tan clara la mano de un gobernante (o su no- intervención) como en el desarrollo de una ciudad; la vida de una comunidad puede cambiar en muy poco tiempo, a veces de manera impredecible.
Estados Unidos es un ejemplo muy claro de ello. Las ciudades americanas son fruto de condiciones muy variadas y complejas; en contra de lo que se dice a menudo, no existe la ciudad americana «típica». Por si esto no fuera bastante, cada ciudad ha crecido y se ha desarrollado en épocas y con acceso a tecnologías distintas, con distintos gestores, y ha dado paso a resultados muy variados. Aún así, detrás la historia de las ciudades hay fascinantes lecciones de geografía económica y efectos no deseados.
Un
ejemplo curioso de estos efectos es la densidad del tejido urbano. Dentro de Estados Unidos, estos niveles de densidad varían mucho; desde la multitud de rascacielos de Nueva York o las apretadas calles de Boston a las ámplias urbanizaciones con casas unifamiliares de madera del resto del país. En contra de lo que puede parecer, los suburbios de casitas blancas a enorme distancia del centro no nacen del amor de los americanos a usar el coche para ir a todas partes, si no del transporte público.
A principios del siglo XX, Estados Unidos tenía las mejores redes de tranvía del mundo. En todo el país, 50.000 Km de líneas de tranvía transportaban más de 2000 millones de personas al año. Los Ángeles, la ciudad con la mayor red, llegó a tener 2000 Km de líneas. Fue gracias a estas líneas que la gente pudo empezar a desplazarse lejos del centro,
y vivir en los suburbios. Al principio, estos se formaban a lo largo de las líneas de tranvia, quedando el espacio entre líneas vacio. Gracias al nuevo transporte, la gente dejó de ver limitada su movilidad por la distancia a la que podía andar, creando por tanto una ciudad mayor. En algunas ciudades, el espacio disponible alrededor del centro era enorme, y sin nada que justificara que se mantuviera cierta concentración (Nueva York, el puerto y sus islas, por ejemplo), así que la gente se lanzó a vivir en zonas más alejadas.
Y del transporte público dependieron, hasta que el coche pasó a ser una alternativa fiable después de la segunda guerra mundial. No fue un cambio automático, y no fue uniforme, por varias razones. Primero, fue necesario que el coche recibiera enormes subenciones en forma de autopistas, que llovieron ya desde los años treinta y diluviaron en los años de Einsenhower. Segundo, muchos ayuntamientos fueron reticentes hasta el final a la hora de subir las tarifas de los tranvias y
el transporte público, haciendo su explotación ruinosa y llevando muchos sistemas a cerrar. Tercero, la inestimable cooperación de General Motors, comprando compañías de tranvía para cerrarlas luego, ayudo en sobremanera.
¿Dónde sobrevivió el transporte público? En las ciudades que no había espacio para autopistas, ya que el centro era más antiguo, y por lo tanto aún muy denso, tenía más peso el metro (inmune a los atascos) que el tranvía, y en las que la densidad de población era suficiente como para hacer coste-efectivo el transporte público. Esto es, Boston, Nueva York, Chicago, y poca cosa más.
El resultado es, en la mayoría de ocasiones, ciudades enormes, extensísimas, y en las que sin un coche no se puede hacer gran cosa. En New Haven (donde vivo), relativamente densa, el transporte público se reduce a unas cuantas líneas de autobús, con frecuencias de paso que no bajan de los 30 minutos en un día
bueno. El resultado es desplazamientos largos para ir a todos sitios, todo está a parir de lejos, y uno se encuentra atascos a todas horas. Eso sí, aparcar se aparca gratis en todos sitios: no hay vista más típica que un solar asfaltado con 500 plazas de aparcamiento delante de cualquier tienda grande.
¿Eficiencia energética? Poca, eso está claro. Y si uno tiene poco dinero, un auténtico suplicio.
Ya que estabas DOS años, te podías haber agenciado un utilitario de segunda mano ruinoso, con una vida estimada de 3, mandril… 🙂
Por cierto:
http://www.43things.com/person/poldavo
¡Haz la tuya! 🙂
No me llegan los dineros, tío. Que el seguro es caro.