Internacional

Uno de esos días en el congreso

23 Mar, 2017 - - @egocrata

Mañana, salvo sorpresas, la cámara de representantes votará la American Health Care Act (AHCA), la propuesta republicana para derogar Obamacare. Todo el proceso para redactar la ley ha sido surrealista; Paul Ryan y su equipo escribieron la ley en secreto sin apenas debate, la aprobaron en tres comités sin tener cifras presupuestarias exactas sobre sus efectos, y están enmendando el texto durante toda esta semana rápido y de mala manera en una carrera desesperada para llevarla y aprobarla en el pleno.

Hoy no me voy a meter en el fondo de la ley, su contenido exacto, primero porque no es público (los republicanos no han hecho público el lenguaje de las enmiendas ni han permitido que la CBO las analice) y segundo porque es bastante probable que sufra cambios substanciales sin ton ni son durante toda la noche (la última propuesta, eliminando requisitos mínimos de cobertura, es increíblemente torpe). Tampoco hablaré sobre la probabilidad de que la cámara baja la apruebe; en condiciones normales un Speaker no lleva al pleno una ley a no ser que esté seguro de tener los votos para sacarla adelante, pero esta ley es un tanto especial.

De lo que hablaré hoy es sobre qué está sucediendo esta semana, a ras de suelo, en los pasillos y oficinas del capitolio. Porque son días como hoy cuando la política americana, ya de por sí compleja y dramática, se convierte en un espectáculo fascinante.

Durante toda esta semana Paul Ryan, el Speaker of the House, y su equipo han estado contando votos. La AHCA es una ley polémica que (según la CBO) dejará sin seguro médico 14 millones de personas el año que viene, y 10 millones más en años venideros. El GOP prometió durante la campaña electoral derogar la reforma de la sanidad de Obama y reemplazarla con algo mejor. Lo que están haciendo en cambio es eliminar un programa de asistencia pública que afectará a 24 millones de personas. Es un voto durísimo, y la propuesta, metida en el congreso a todo correr, es para muchos observadores (tanto de izquierdas como de derechas, por cierto), una chapuza infecta.

Durante toda la semana el equipo de la oficina del Speaker ha estado mirando la lista de 237 representantes republicanos en la cámara uno por uno, y preguntándoles qué piensan votar. Necesitan 216 síes para sacar la ley adelante; eso quiere decir que sólo pueden perder 21. Ryan y los suyos, con la ayuda de los whips (literalmente, látigos – los representantes que se encargan de contar y recoger votos) habrán elaborado una clasificación que va desde los convencidos que apoyan la propuesta sin fisuras a los legisladores que han dicho públicamente que se oponen al texto. Mirarán cuánta gente se opone a la AHCA por la izquierda, en este caso republicanos moderados en distritos donde ganó Clinton que creen que la ley es demasiado cruel, y los que se oponen por la derecha, gente del freedom caucus que creen (con razón) que AHCA es obamacare-light. Con esto echaran números, y verán si tienen suficiente apoyo. De no tenerlo, empezarán a llamar, reunierse y presionar como locos a todo aquel que pueda ser convencido para intentar sumar.

Ahora mismo, a las 21:00 hora este, la cuenta está como sigue, según en New York Times:

Es decir, no tienen los votos, así que se sigue negociando.

¿Qué aspecto tiene esto a efectos prácticos? Primero, los teléfonos de las oficinas de los 88 representantes indecisos no ha parado de sonar toda esta semana. Por un lado gente del equipo de Ryan y de la Casa Blanca ha estado llamando con frecuencia preguntándoles qué quieren ver en la ley para conseguir su apoyo (en un día bueno) y llamarles traidores al partido y a la patria (en un día malo). Dado que la ley tiene oposición tanto por la izquierda como por la derecha, cada oferta que se hace para apaciguar a los montañeses (como la burrada de hoy) corre el riesgo de hacer que ley pierda apoyo de los moderados (por ejemplo, este).  La actividad en este frente es ya de por sí frenética.

Después están los lobistas. Las oficinas del congreso están abiertas al público, así que esta semana absolutamente cualquier organización remotamente relacionada con hospitales, enfermeras, médicos, minusválidos, abortos, antiabortistas, adicción, impuestos, disciplina fiscal, viejecitos, niños, bebés, alcohólicos, fabricantes de prótesis, aseguradoras, dentistas, homeópatas y adoradores de Cthulhu con oficina en Washington ha estado pateándose despachos, intentando conseguir reuniones de forma frenética y en general haciendo tanto ruido como sea posible, gritando «¡qué hay de lo mío!» y lloriqueando sin cesar.  Todo el mundo ha estado enviando sin parar informes, gráficos, estudios, testimonios de votantes afectados por la ley, historias para no dormir, y le recordarán, una y otra vez, que la gente de su distrito nunca le perdonará su voto.

Mientras tanto, activistas por todo el país están movilizando a sus bases para que llamen a sus congresistas. Organizaciones progresistas están preparando memes, gráficos y guiones para hacer que votantes airados cojan el teléfono y le digan al pobre becario que está atendiendo llamadas cuántas decenas de miles de personas van a perder el seguro y como si el congresista vota a favor nunca más va a apoyarle. Algunas organizaciones conservadoras, mientras tanto, están haciendo lo propio pero diciendo que la AHCA no es lo suficiente draconiana y que deben oponerse. Por supuesto, también hay gente (menos, por lo que dicen) movilizando a favor. El congreso recibe miles de llamadas cada semana. Estos días el volumen puede multiplicarse por veinte.

Por si no había suficiente ruido, también está el senado. Hay un buen puñado de senadores republicanos que no quieren que la ley sea aprobada en el pleno y enviada al senado. Algunos, como Rand Paul, porque quieren una derogación completa, sin añadidos para suavizarla. Otros, como Susan Collins, porque creen que es una ley demasiado salvaje. La mayoría, si me apuráis, porque saben que la AHCA es un truño radioactivo, y quieren evitar como sea posible verse obligados a intentar sacarla adelante. La mayoría republicana en el senado es mucho más exigua que en la cámara baja, y la división de opiniones aún más marcada. Muchos estarán llamando a sus colegas, sugiriendo estratégicas o rogando que no les hagan esto, por Dios, que ya vale de tontear.

Hoy y mañana muchos congresistas aún en contra deberán dar el paseillo. El Speaker o la Casa Blanca les invocarán a una reunión en su oficina, sea con el Speaker, sea con un lugarteniente suyo, sea con el secretario de sanidad. Entonces se les preguntará muy serios qué van a votar, y se les hará una oferta, por última vez. Si el Speaker es poco sutil les mencionarán ese proyecto de una autopista nueva en su distrito,  y qué sería una lástima que se quedará sin hacer. Como menos votos queden por sumar, mayor será la presión. Los legisladores que resisten en bloque (freedom caucus, de nuevo) exigirán contrapartidas cada vez mayores.

No hace falta decirlo: esta ha sido una semana tensa en la cámara de representantes, donde nadie en el equipo de Paul Ryan habrá podido dormir demasiado. El trabajo de contar votos, convencer, seducir, amenazar, avergonzar y arrastrar a una horda de legisladores hasta sumar una mayoría es una tarea titánica. Para los lobistas, asistentes, ayudantes y legisladores en DC esta semana habrá sido algo parecido a vivir dentro de un huracán.

No os podéis ni imaginar lo que me hubiera gustado vivirlo de cerca.

La verdad es que no he estado metido en votaciones así a nivel federal de primera mano;  en el congreso no son demasiado habituales, y casi todo mi trabajo ha sido a nivel estatal. En Connecticut, sin embargo, con el estado en una crisis fiscal casi permanente, esta clase de votaciones con márgenes minúsculos, leyes impopulares y lobistas airados son tristemente habituales, incluyendo lo de legisladores escribiendo y reescribiendo presupuestos a altas horas de la madrugada mientras que lobistas hambrientos se desesperan por el capitolio. Son días también tensos, estresantes, alocados y gloriosamente divertidos. No quiero ni imaginarme lo que debe ser uno en Washington, con la presión de todo el país detrás.

No, no es una forma ni racional ni razonable de hacer política. Pero me encanta mi trabajo.

Postdata:  ayer por la mañana la cuenta del NYT era 136 a favor, 52 indecisos, 48 noes o con preocupaciones. Esto es, Paul Ryan poco a poco está consiguiendo sumar votos. Veremos si consigue llegar a 216. Por cierto, no os fiéis demasiado de la cuenta del NYT. Como señala el mismo periódico, hay ocho medios con whip counts (si, le llaman así) similares, y nadie coincide en la cifra exacta. Es difícil saber quien se opone de veras de manera definitiva y quién anda negociando.

Postdata 2: La cuenta es ahora 15 preocupados, 29 noes. Pau Ryan ha perdido un voto.


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