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Poder no es autoridad: el capital homosocial masculino

8 Mar, 2016 - - @Claveria

Explica Robert Graves, en Los dos nacimientos de Dionisios, que en el Olimpo había doce divinidades: seis diosas y seis dioses*. Pero cuando Zeus se hizo con el título de “padre de los dioses y los humanos” todo cambió, y a partir de entonces el equilibrio de los dioses se rompió para unos cuantos milenios. Parece que, gracias, entre otros factores,  a las cuotas de género en la política, el número de mujeres va aumentando.  Pero la igualdad de género no es solo una cuestión de representación descriptiva, o dicho de otro modo, de cuantas mujeres son representantes, sino que tiene muchas más aristas. La representación no resulta automática en el acceso al poder real. Estos sesgos de género en el poder, o muchos de ellos, no acostumbran a ser explícitos, sino que se esconden bajo prácticas informales, rutinas, imágenes y convenciones que operan como verdaderas reglas formales (Verge y De la Fuente 2014).

Asumir el poder político por parte de las mujeres no es sinónimo de tener las mismas oportunidades que los hombres. En un estudio -realizado con Tània Verge- se muestra que los hombres tienen más beneficios políticos que las mujeres cuando desempeñan un cargo en el partido. Como puede observarse en los gráficos, los hombres tienen más probabilidades de obtener una promoción política o ministerios más relevantes que las mujeres, aun cuando los dos grupos tienen el mismo nivel educativo, la misma experiencia política y características personales similares.

Gráficos 1 y 2: Probabilidades predichas para ser nombrado en ministerios “relevantes” y en posiciones políticas post-ministeriales , según cargos de partido y sexo

innerpostofficepolitics

¿Por qué tienen menos beneficios políticos las mujeres con iguales méritos que los hombres? Una de las explicaciones a este fenómeno es el llamado “capital homosocial masculino”. Éste es definido como un capital interpersonal “predominantemente accesible para hombres y más valioso cuando se construye entre hombres” (Bjarnegard 2013:24). Las mujeres históricamente han estado excluidas del mundo de  la política, y más concretamente, de las posiciones de poder. Sin embargo, una vez han entrado, se han encontrado con barreras informales: prácticas, rutinas, convenciones, redes y reglas que  han sido creadas por y para los hombres. De estas prácticas informales se benefician principalmente ellos. El capital homosocial masculino se fundamenta en 2 aspectos claves: la exclusividad masculina y los recursos expresivos.

La exclusividad masculina se construye en base a la creación de redes informales masculinas a través de los años, haciendo difícil la inclusión posterior de las mujeres. Ellas, debido a la doble o triple jornada laboral – es decir, la desigual distribución del trabajo doméstico y la militancia- no disponen de tanto tiempo libre para realizar actividades de ocio con sus compañeros de partido. Es en estos espacios informales dónde se continúan tomando decisiones. El ejemplo más prototípico es ir “a tomar algo” una vez se ha finalizado la reunión, es allí donde se continúan elaborando planes, sin presencia de las mujeres. Esto ha pasado a lo largo de los años y en todas las ideologías, como comentaba Kautsky “menos mal que sobrevivieron las tabernas en la clandestinidad porqué si no hubiera sobrevivido el mundo obrero”. Estas redes son especialmente ventajosas a los hombres porque se utilizan para intercambiar información u obtener mejores promociones políticas.  Además, normalmente los hombres tienden a confiar más en los hombres, son estos los que distribuyen poder (Borrelli 2002), quedando la maquinaria dominada por los hombres.  Esta forma de complicidad masculina nunca se pone en cuestión, ni es considerada política, aunque juega un papel crucial en la decisión de los partidos políticos. El corporativismo o complicidad entre las mujeres aún es extraño. Si a esto se le suma la falta de tiempo de las mujeres, el resultado es que las redes femeninas, si existen, son muy débiles. Otro de los motivos por el cual las redes femeninas se desintegran fácilmente es por la rotación, que es más alta en el caso de las mujeres. Dicho de otro modo, las candidatas circulan de manera más fluida entre las diferentes instituciones y responsabilidades, resultado también del carácter patriarcal del sistema político.

Sin embargo, el capital homosocial masculino no solo se compone por redes masculinas,  también está asociado a “recursos expresivos” o “consideraciones psicológicas” asociados a los roles de género. Es decir, hay características o atributos que tradicionalmente se han asociado al género masculino que son mejor valorados (Verge y De la Fuente 2014). Por ejemplo, un liderazgo imponente, seguro y autoritario es mejor valorado, transmite  competencia, simpatía y, sobretodo, se reconoce a esa persona como líder por el resto de miembros. En cambio, los liderazgos femeninos se consideran más cooperativos, compartidos, pero también más inseguros, y por ello no son tan reconocidos por sus pares. Por otra parte, el poder se construye en grupo, por tanto, el reconocimiento de los pares es esencial para, además de tener poder, tener autoridad. En palabras de M. Foucault « El poder no es cuando se impone por la fuerza, sino que se sostine porqué se cree que los principios por los que se rige son verdad ». Los  selectores favorecen el estereotipo de un candidato de clase media,  hombre y profesional y las cualidades que se valoran tienden a perjudicar a las mujeres. (Lovenduski y Norris, 1989).

El capital homosocial masculino es clave en la distribución de puestos políticos a los hombres, y en generar un “sistema de valores arraigado en la masculinidad”.  Por tanto, la mera representación de las mujeres en política no es el final del camino, sino el inicio para la reducción de las desigualdades de género.

 

(*) Citado en Feminismo de Núria Varela.


9 comentarios

  1. Argos dice:

    Teniendo en cuenta que la cuota de mujeres entre los puestos de poder de los partidos políticos es bastante mayor que la cuota de mujeres entre los afiliados y los miembros de base, sería interesante saber como se las arregla la autora para llegar a la conclusión de que los hombres ascienden dentro del partido con mayor facilidad.

    No sé si el feminismo acabará con el heteropatriarcado. Lo que sí parece seguro es que van a lograr acabar con las matemáticas.

  2. Epicureo dice:

    Argos, según el estudio de Vergé y de la Fuente que se cita, no parece que sea así. El estudio analiza los partidos políticos catalanes, y la proporción de mujeres entre los afiliados está entre el 32 y el 40 %, lo que está bastante cerca de la famosa «cuota» del 40 % y muy cerca, en general, de la participación efectiva hasta el nivel de parlamentarios (37-46 %) o miembros de comité de partido (21-44 %). De hecho, no hay grandes diferencias en esto entre partidos con cuotas estrictas (los de izquierdas) y los que se limitan a recomendaciones (los de derechas). Es de ahí para arriba cuando parece que hay barreras.

    Así que, al menos esta vez, no es el feminismo no tiene problemas con las matemáticas, sino el heteropatriarcado.

    • Argos dice:

      Si te fijas en esa misma tabla (y a pesar de tener la muestra y los datos seleccionados por la autora feminista), de diez porcentajes referidos a las cuotas de poder de las mujeres, en ocho de los diez casos la cuota de poder femenina es superior a la afiliación femenina de base.

      Y de ahí llega a la conclusión que son los hombres los que ascienden con mayor facilidad. Con dos ovarios.

      Sí, diría que tiene serios problemas con las matemáticas. Igual resulta que las matemáticas son heteropatriarcales (nunca se sabe), que a fin de cuentas, y según algunas investigadoras feministas tan preparadas como la presente autora, la mecánica de fluidos ha sido menos desarrollada por los científicos por ser los fluidos más femeninos, en oposición a la resistencia de materiales, una displicina científica mucho más machista por tratar de materiales rígidos. Dawkins hizo algunos interesantes comentarios sobre el tema, pero parece que le falto tener en cuenta que las matemáticias también eran inherentemente machistas y heteropatriarcales.

  3. Minded dice:

    Aún no sé cuál es la conclusión del presente artículo:

    ¿Los hombres deben ir menos a socializar con otros hombres al bar después del trabajo?

    ¿Las mujeres deben ir más a socializar con otras mujeres al bar después del trabajo?

    ¿Los hombres deben ir más a socializar con mujeres, y viceversa, al bar después del trabajo?

    ¿Los hombres deben ir menos a socializar con mujeres, y viceversa, al bar después del trabajo?

    Aclaración, please.

    • Aloe dice:

      Creo que la respuesta obvia es: «los hombres deben ir más a hacer la compra, recoger a los niños, bañarlos, hacer la cena y poner la lavadora después del trabajo o de las reuniones del partido, que es lo que hacen las mujeres y por eso no se pueden ir tanto al bar ni militar tanto»

      • Vellana dice:

        Claro, claro. Tanto como Bescansa o Sáenz de Santa María.
        En fin, este es el nivel.
        Un saludo.

        • Aloe dice:

          El nivel de usted es negar la estadística con el caso anecdótico particular. Qué más se puede decir que no sea despectivo.

  4. Vellana dice:

    Que sí, Aloe, que sí. Que la estadística que niego es… al final tendré que estar de acuerdo con la tal Ilse.

    Pero vamos, que si quieres seguimos con los nombres de políticas que van a cambiar pañales mientras ellos se van al bar: Irene Montero, Rita Maestre, Rita Barberá, Celia Villalobos, Ana Mato, Alicia Sánchez Camacho, María Dolores de Cospedal, Begoña Villacís, Manuela Carmena, Isabel Franco, Esperanza Aguirre, Ana Botella, etc.

    Un cordial saludo.

    • Aloe dice:

      Si comento lo que dice acabaré entrando en alguna calificación sobre su manejo de la estadística y la argumentación, y luego me arrepentiré de haber abusado de los débiles. Deje de tentarme.

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