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Las crisis económicas, sobre todo cuando son largas, acostumbran a tener consecuencias políticas en forma de pérdidas de votos para los partidos del gobierno, caídas en los índices de satisfacción con el funcionamiento de las instituciones o incluso, como demuestran Simon y Cordero, en forma de insatisfacción con el funcionamiento de la democracia. En los países del sud de Europa estas dinámicas han coincidido con la introducción de mecanismos de control de los presupuestos públicos en los países que han pedido rescate, que ha generado ciertos problemas de legitimidad y rendición de cuentas (accountability). Desde 2008 esto se ha traducido en una caída de los índices de satisfacción con el funcionamiento de la democracia y cambios claros en las dinámicas de la competición electoral y el comportamiento electoral de estos países con la excepción de Portugal.

Los partidos que habían ocupado puestos de gobierno han perdido mucho poder electoral en muchos casos debilitando a los partidos tradicionales del bipartidismo en estos casos en favor de nuevos partidos, o partidos tradicionalmente pequeños. Además la participación también ha caído, sobretodo en las elecciones en las que no había una alternativa clara a las políticas económicas actuales. Quizá la única excepción sea Portugal, dónde la rápida salida del poder del partido socialista después del rescate y el cambio de liderazgo parece haberle permitido mantener cierta credibilidad al partido que ha conseguido así, mantener sus cuotas de poder. Esto junto a una evolución económica ligeramente distinta y a unos partidos de extrema izquierdas muy establecidos ha hecho que el impacto de la crisis económica en el sistema de partidos portugués sea más limitado.