Política

Patriotas y vendedores de quimeras

4 Ago, 2015 - - @egocrata

El 10 de mayo de 1981 François Mitterrand, líder del Partido Socialista Francés (PSF), ganaba las elecciones presidenciales con un 52% de los votos. Era el primer gobierno de izquierdas en Francia en veintitrés años, y el primer presidente socialista de la Quinta República. Los progresistas franceses volvían al Eliseo, tras décadas a la sombra de De Gaulle.

El programa electoral de Mitterrand era ambicioso. Sus «110 propuestas para Francia» era un documento abrumador, heredero directo del programa común que el PSF, radicales y comunistas habían elaborado en 1972. El texto es un auténtico manifiesto de la izquierda de los años ochenta, una especie de cápsula temporal de los últimos tiempos de la guerra fría.

Aunque algunos preceptos hoy suenan pasados de moda (exigir la retirada soviética de Afganistán), lo que sorprende es lo familiar del tono y contenido de muchas propuestas: el PSF pedía democratizar las instituciones europeas, empleo público, utilizar el Estado para dinamizar la economía, aumentar las protecciones contra el despido, defender la moneda contra especuladores, proteger la pequeña empresa y nacionalizar la banca y las compañías de seguros, entre otras medidas. Era un programa decidido, intensamente de izquierdas; las promesas de un líder político con un fuerte respaldo democrático.

El problema fue cuando una vez en el poder el PSF intentó aplicarlo. Las ciento diez propuestas para Francia eran ciento diez ideas llenas de ambición y buenas intenciones, pero una vez en el Elíseo Mitterrand y el PSF rápidamente se dieron cuenta de que eso no bastaba. Tras dos años largos de nacionalizaciones, control de precios y devaluaciones del franco, la tasa de desempleo seguía obstinadamente alta. En 1984 aceptaron su fracaso, y decidieron abandonar el «socialismo a la francesa», volviendo a una (relativa) ortodoxia económica dentro del sistema monetario europeo.

Mitterrand es ahora recordado como uno líder europeo de la vieja escuela, uno de los padres del tratado de Maastricht, guardianes de la unificación alemana e inspiradores de la creación del euro. En los ochenta, sin embargo, «Tonton» era visto como una esas de las grandes esperanzas de la izquierda que llegó al poder con grandes promesas y acabó por ser otro político mujeriego. Mitterrand, como su sucesor Hollande en la misma Francia, Iglesias estos días en España o desde un punto de partida distinto Artur Mas en Cataluña, han hecho un sinfín de promesas que no van a ser capaces de cumplir.

En tiempos de crisis económica (y más en Europa, tras siete años de suplicio) es habitual escuchar a políticos hacer grandes promesas y hablar de grandes soluciones. Se habla de democratizar Europa, refundar la economía, recuperar el Estado social y eliminar la corrupción, prometiendo grandes medidas que van a cambiarlo todo. Los argumentos son casi siempre los mismos: Europa, la economía, los políticos han actuado de espaldas al pueblo, y es necesario una victoria de la democracia y la elección libre del pueblo para hacer que todo cambie. Una vez los líderes de la nueva política tengan el mandato del pueblo, los gobiernos de Europa, el poder económico y las podridas instituciones del Estado estarán obligados a aceptar que la democracia ha ganado, y tienen que acatarla.

La realidad, sin embargo, es que para cambiar los gobiernos de Europa, los poderes económicos y las podridas instituciones del Estado no basta con acercarse a ellos y decirles que el pueblo-unido-jamás-será-vencido. Cualquier gobernante, no importa el respaldo que tenga, se enfrenta a una serie de factores completamente fuera de su control. Cuando un candidato promete que con su victoria electoral esas barreras caerán gracias al fervor popular, lo único que va a traer una vez en el poder será decepción.

Básicamente, cualquier político en un Estado moderno, no importa lo amplia que sea su mayoría absoluta, tiene dos límites a su capacidad de maniobra. Primero, el dinero. Un gobierno solo puede gastar una cantidad de dinero igual a lo que el resto del mundo crea que va a poder devolver. En el mejor de los casos, esto significa lo que recauda y un porcentaje razonable del PIB en deuda que le permita cubrir inversiones a largo plazo. En el peor de los casos o en situaciones de crisis, un Estado no podrá gastar más de lo que recauda. Un país que ha flirteado con una crisis de deuda durante años tiene poco margen de maniobra. Un territorio que aspira a ser un nuevo Estado y que no sabe si podrá permanecer en el euro o quién regula sus bancos va a encontrar muchas puertas cerradas.

La segunda gran limitación para cualquier político son los votantes ajenos. Con esto no me refiero a los votantes del partido de la oposición, sino a los ciudadanos de otros países, territorios u unidades políticas que no tienen nada que ver con que ellos llegaran al poder. Al presidente de Francia o el primer ministro de Bélgica le importa bien poco que Artur Mas haya sacado un montón de votos en casa. Lo que preocupa al presidente de Francia o primer ministro de Bélgica es tener a los franceses y belgas contentos, la economía funcionando y la eurozona sin más crisis de las estrictamente necesarias. Del mismo modo la cantidad de votos de la lista única son para Rajoy mucho menos importantes que la cantidad de collejas que le caerán en el resto de España si hubiera una secesión. Por mucha democracia y pueblo que diga representar Mas, al resto de dirigentes europeos lo que les importa es ganar sus elecciones, no satisfacer los deseos de un 1% de la población de la Unión Europea y su definición de libertad.

El debate político europeo en general, y español en particular, a menudo suena peligrosamente cercano al contenido de los libros de autoayuda. La idea de que si los votantes de un país o territorio desean que algo suceda muy muy fuerte y le dan un mandato democrático muy muy intenso a un político este podrá hacer sus sueños realidad ha permeado el discurso de muchos líderes nacionales, obviando cualquier contacto con la realidad.

Esta concepción mágica de la soberanía no es solo absurda, sino también peligrosa. Los estados modernos son instituciones increíblemente poderosas, capaces de movilizar recursos, controlar territorios e influir en las vidas de ciudadanos más que cualquier otro gobierno en la historia. Eso no quiere decir, sin embargo, que no estén sujetos a restricciones externas, o que sus dirigentes a veces simplemente no puedan hacer lo que les place. Los políticos, por mucho que estén a favor del bien y en contra del mal, viven sujetos a decisiones de otros, las necesidades presupuestarias y la terca naturaleza humana.

Si un político promete cambiar las decisiones de terceros, desconfiad. Tener el apoyo de una mayoría más o menos decente de catalanes, griegos, portugueses o españoles no hará que los treinta presidentes de gobierno, cancilleres y primeros ministros de Europa decidan cambiar de opinión. Repetir el mismo mensaje en un referéndum probablemente tampoco. Si un político promete que con él la corrupción dejará de existir porque ellos sí son honestos, el escepticismo debería ser igual o mayor. Y por supuesto, cualquier político que diga que quiere proteger el estado de bienestar sin explicar cómo va a pagarlo puede andar perfectamente prometiendo unicornios, porque será igual de fiar.

Más allá de la justicia, buenas intenciones o lógica de las demandas de Artur Mas y otros dirigentes populistas en España y fuera, en política no hay nada fácil. La realidad es que en democracia los problemas no se solucionan con votos: los votos escogen cómo (y quién) debe solucionar esos problemas. El día después de las elecciones cambia quién tomará las decisiones, pero nada más allá de eso: el dinero que antes de las elecciones no estaba seguirá sin aparecer, por muchos votos que uno tenga, y los políticos de tu alrededor seguirán más pendientes de sus votantes que de tus demandas, que por algo tienen que ganarse el sueldo.

Prometer que los males del mundo se van a arreglar con más democracia y la aplicación decidida de la voluntad del pueblo es fundamentalmente deshonesto. La secesión, como la democracia en Europa, la reforma del euro y el perdón de las deudas no llegará solo porque se vote muy, muy fuerte; hará falta acuerdos, negociaciones y concesiones, no chantajes, ultimátums, enfrentamientos y algaradas unilaterales. Cambiar el mundo es difícil no porque la gente vote mal, sino porque uno no puede hacerlo solo.


20 comentarios

  1. joseph dice:

    curioso (y significativo) que no se mencione a obama en este artículo (por ejemplo en el quinto párrafo).

    • Carlos Jerez dice:

      Fácil, aunque Obama prometió CAMBIO (de una manera muy indefinida) lo hizo desde unas posiciones bastante centristas. Los programas de Miterrand, Iglesias, etc no lo son.

      Lo mejor es que a Obama más o menos le ha salido bien la jugada, ha conseguido sacar el país del pozo en el que dejaron y ha conseguido llevar a cabo cambios que aunque no revolucionarios si que son significativos. Uno no puede decir que las alternativas hubieran supuesto un cambio mayor, se llamen Clinton en su propio partido (que igualmente parece que gobernará en año y medio) o incluso una continuación con matices de la era Bush, hablemos de McCain o Romney (lo peor es que los republicanos siguen mostrándose radicalmente conservadores).

      Así que un Obama de centro-izquierda (como mucho) ha sido efectivo al menos en política interior.

  2. […] Patriotas y vendedores de quimeras […]

  3. gerion dice:

    Muy buen artículo. Y sin tantos enlaces ni estadísticas interpretables como suelen aparecer. Filosofía política, o como quiera que se llame a esta clase de ejercicios, que hasta yo puedo entender.
    Ahora, a esperar el asedio de los podemitas.

  4. Sgt. Kabukiman dice:

    Esta claro que una cosa es predicar y otra dar trigo, pero reducir la corrupción o refundar la economía, imagino que las propias, amen de otros ejemplos citados ¿cree el articulista que necesita del acuerdo con los votantes, o con sus representantes, de otros países?

  5. Navarta dice:

    «El día después de las elecciones cambia quién tomará las decisiones, pero nada más allá de eso».

    A mi con eso me sobra para votar a los outsiders, no soy estúpido, conozco como funciona el sistema económico perfectamente, he tenido alguna experiencia política de gobierno a nivel local, incluidas responsabilidades sobre toma de decisiones tanto en ingresos como gastos, y puedo asegurar que con sólo conseguir lo que expresa esa frase del artículo me doy por satisfecho.

  6. La realidad es la que es, y los Estados por mucho que se refugien en la soberanía nacional, deben someterse a las inclemencias del mundo que nos rodea. Sencilla y llanamente.
    Ni se puede gastar sin fin, ni se puede uno enfrentar a sus vecinos sin llevas una buena mano

    • Pescador dice:

      Si, no hay nada como que tus buenos vecinos te pongan un puñal en las costillas para que sus pésimos negocios se los paguemos entre todos y que te enseñen el puñal cada vez que te quejes. Unos pocos piden, otros arriesgan , los de más allá miran para otro lado, pero, al final, la fiesta se la cobran a la plebe. Porque es la mejor solución.
      Te has lucido, amigo, te has lucido…

  7. Spd dice:

    Verdaderamente consideró este artículo bueno y aceptable, pero no entiendo este cambio en Politikon, espero que esta web tan buena e interesante no se convierta en este tipo de textos. Los cuales creo que ya tenemos muchos periódicos, blogs y demás plataformas para leerlos.
    Espero que sigáis con la filosofía de la buena argumentación, con estadísticas, datos y enlaces (como soléis hacer) y no enrocaros en estos artículos de fácil escritura que son metas copias de discursos de algunos partidos políticos.

    Entiendo que déis vuestra opinión en vuestras entradas, pero por favor, que no sean tan descaradas y poco sólidas (en cuanto a datos y ejemplos concretos) porque creo que perderéis un público amplio que os sigue precisamente para no leer estos clásicos articulos. No por la orientación ideológica, no, si no por el modo de relatarla.

    No quiero que se interprete que no opino como usted, lo cual no desvelaré si es así o no, si no el tipo de texto.

    • Ferrim dice:

      Este tipo de artículos siempre han aparecido en esta web. Si acaso, ahora hay más artículos con estadísticas y datos que antiguamente.

  8. Cucus dice:

    Me quedo con la frase «Prometer que los males del mundo se van a arreglar con más democracia y la aplicación decidida de la voluntad del pueblo es fundamentalmente deshonesto». Sin ser falso, no creo que sea del todo correcto.

    Mitterrand llegó con una lista de reformas, muchas fracasaron, otras, como la abolición de la pena de muerte, no.

    Criticar a los nuevo partidos o nuevos movimientos por mentir descaradamente lo encuentro algo cínico cuando todos los partidos mienten a su electorado. La «Xampions Lij» de Zapatero o la «bajada de impuestos» de Rajoy (vale, los ha bajado un pelin hace poco, pero en el computo global, los ha subido). Todos los partidos se ven envueltos en esa aura de salvapatrias, no solamente Podemos y los independentistas. La diferencia es que estos últimos empiezan desde cero (o desde un número insuficiente de votantes para la independencia) y tienen que ser más agresivos.

    Desde luego que estas posturas maximalistas no creo que lleguen a nada, pero para negociar y cambiar el status quo, tienes que tener algo. No es lo mismo que Podemos tenga suficientes votos para gobernar con PSOE que no tenerlos. No es lo mismo que JxS+CUP tengan 68 escaños que 98 (de 135).

    • Carlos Jerez dice:

      El fracaso de Miterrand viene de sus políticas económicas no por abolir la pena de muerte, igual que el problema de Zapatero no es legalizar el matrimonio homosexual (que tanto aplaudimos) sino no pinchar una burbuja inmobiliaria, además conociendo el riesgo (para algo fichó a Sebastián).

      Por cierto, para mí no habría anda más interesante a nivel de política económica que conocer como un gobierno liderado por alguien que si parecía conocer los riesgos de la burbuja económica, con un asesor que había sido de los primeros en darla a conocer, se muestra incapaz de tomar ningún paso decidido por pararla. Entiendo lo que dijo Miguel Sebastián que nadie quiere parar la fiesta, pero ellos sabían del resacón que podía venir después, así que conocer los equilibrios de poder dentro del gobierno que impidieron hacer algo por detenerla sería de lo más interesante. Roger, tu que conoces al ex ministro podrías animarle a explicarnos algo.

      • Pescador dice:

        Pinchar la burbuja cuando tocaba – 2006/principios 2007- era perder las elecciones del 2008. Cuando quiso echar el freno, el tren ya estaba lanzado a toda velocidad y se pensaron que la crisis iba a durar menos de lo que duró.

  9. Victor dice:

    O sea, que tenemos que conformarno con lo que hay, sin opción a decidir si queremos cambiar el que nos gestiona porque , total, no va poder cambiar nada… Me parece de un conformismo de lo más elemental y una postura de la más anquilosada política…
    Y si de los 30 líderes de Europa, 17 son como Tsipras, Iglesias, Hollande etc? Ah, no que lo que interesa es que todos sean como Merkel….
    Pésimo artículo de OPINIÓN, lo siento…

    • Manuel H dice:

      Yo más bien diría que lo que se expone es que no por hacer promesas muy bonitas ya está todo hecho sino que que tener planes concretos, con objetivos alcanzables y mensurables. Si alguien te ofrece la Luna pero no es capaz de decirte cómo te va a llevar allí lo más probable es que sea un timo.

      Y sí, incluso con planes (véase el ejemplo Miterrand) la burra puede salir mala. Pero sin ellos no es cuestión de «puede» sino de «a qué velocidad lo va a hacer».

  10. ElHombrePancho dice:

    Un poquitín sesgado, ¿no? Mucho más de lo que se suele catar en esta web. Las promesas irrealizables no son patrimonio ni de los independentistas ni de los podemitas, quizás un par de ejemplos de estas de los partidos del status quo ayudasen a mantener una apariencia de objetividad.

  11. Daniel Pacharan dice:

    ¿Entiendo por tu artículo que afirmas que la valoración global del gobierno de Mitterrand fue un fracaso? Lo comparas al gobierno de Zapatero? Es injusto, casi produce sonrojo. Con todas sus contradicciones (y la lista sería larga, desde su papel en la resistencia, la unificación alemana, etc), también hay activos evidentes, tanto en política interna como en la construcción europea. ¿Que no cumplió con su programa? Como dice a menudo un economista, el problema de los programas electorales no está en que nos mientan, el problema es de quien se los cree. Por cierto, entre las nacionalizaciones que hizo se encontraba Paribas i el grupo económico Suez.
    Pero el problema de fondo es otro. En 1981 la capacidad de los estados de intervenir en la economía era real (moneda propia, intervención estatal en la economía, etc), y además en un contexto de crecimiento económico acelerado. Cumplir promesas de mejoras era viable. La realidad de 2015 (y de 2008), es que el único programa económico viable es quien desmonta el estado del bienestar (y como se distribuyen los costes). ¿Qué capacidad y margen de maniobra tienen los estados?
    Alguien ponía el ejemplo de lo que se tardó en pinchar la burbuja inmobiliaria por cuestiones electorales… y la burbuja de las pensiones? Y la burbuja de las inversiones en infraestructuras no rentables? No es que ya no existan políticos inteligentes y con cierto nivel, es que si realmente son inteligentes no se presentan a las elecciones.

    • bloodykefka dice:

      «Como dice a menudo un economista, el problema de los programas electorales no está en que nos mientan, el problema es de quien se los cree. »

      Esa excusa es una basura como una casa. Los programas electorales son básicamente lo que venden los políticos para que se les vote. Entiendo que, como la producto digas las cosas como a tí te interesen, pero tal como lo ponen es publicidad engañosa. Cuando compramos algo y no es lo que nos han vendido, lo consideramos un delito de estafa. ¿Por qué tengo que justificar que un político no cumpla su programa en que «nosotros debemos ser más realistas»?

      Mira no, que hagan programas más honestos. Es verdad que las sociedad debería ser más realista en cuanto a sus pretensiones a la hora de votar, pero es porque así, los políticos no se verían abocados a mojarles la oreja y decirles lo que quieren hacer, pero eso lo único que indica es que el nivel de debate político en España (y en el resto de países desarrollados) es lamentable y no que se pueda presentar cualquier mierda como programa, y más cuando «los nuevos políticos» se han presentado como gente «diferente y que no iba a caer en los mismos vicios de siempre».

      Y que lo diga un economista es una falacia de autoridad.

  12. Estilpon dice:

    Bien el artículo, pero me produce sobresaltos reducir los problemas económicos a la disponibilidad o no de dinero. No es eso. Mucho más importante es resolver o manejar la situación económica conociendo la lógica económica, que no del dinero (una variable dentro de aquella).

Comments are closed.