GID

Notas sobre los efectos intergeneracionales de la educación

14 Jul, 2015 - - @octavio_medina

Cuando hablamos de inversión en políticas sociales, normalmente pensamos en los efectos que se producirán sobre la generación actual. Sin embargo, los cambios de política de hoy probablemente tengan un efecto causal (sea cual fuere la magnitud) sobre generaciones posteriores. Esta perspectiva intergeneracional es precisamente la que hemos intentado enfatizar a lo largo del ciclo GID.

En el caso de la educación, esto se traduce (por ejemplo) en la estimación de los efectos que pueda tener un cambio en los años de escolarización de una madre o un padre sobre los salarios, empleo o resultados educativos de sus hijos y nietos. La literatura identifica varios mecanismos mediante los cuales podría ocurrir esto. Un mayor nivel educativo de los padres está ligado a mejores ingresos, lo cual significaría que tienen más recursos disponibles para invertir en sus hijos. También se ha observado que los años de escolarización están ligados a la edad con la que se tiene el primer hijo, o a la propensión a casarse con individuos con un nivel educativo similar (assortative mating). En general lo que observamos es que existe una fuerte correlación entre el nivel educativo de los padres y variables como los ingresos, los años de escolarización o el tipo de empleo de los hijos. Sin embargo, esto no nos dice demasiado porque podría haber otras variables no observables que lo explican, como por ejemplo las habilidades innatas o el capital social.

Lo ideal sería identificar cambios completamente exógenos en los años de escolarización u otro proxy de nivel educativo de los padres para observar los efectos sobre los hijos. Como esto está fuera de nuestro alcance una buena forma de empezar es estudiar cambios legales en la obligatoriedad de la educación para intentar identificar patrones. El caso de Noruega es un buen ejemplo. En 1959 el gobierno noruego decidió ampliar la escolarización obligatoria desde los 7 a los 9 años. Sin embargo, como la aplicación de la ley dependía del poder local, de facto la implementación de la medida empezó en 1960 y acabó en 1973 dependiendo del municipio. Estas variaciones (en principio no correlacionadas con el nivel educativo) nos permiten estimar el efecto.

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El resultado es que los años de escolarización de tanto padres como madres aumentaron, como es natural en un caso de reforma obligatoria. Sin embargo, en el caso de los hijos los resultados son mucho más débiles. De hecho, apenas se perciben efectos significativos salvo en el caso de las madres. Parece que el aumento en años de escolarización de las mujeres sí que está asociado con un ligero aumento de los años de escolarización de los hijos (pero no de las hijas!). Otros estudios llevados en países escandinavos llegan a resultados similares. Por ejemplo, en el caso de Suecia sugieren un efecto similar, de magnitud algo mayor pero aun así poco significativo.

La evidencia al otro lado del Atlántico es un tanto diferente. En el caso de EEUU se observa que tanto los años de escolarización de los padres como los de las madres tienen un efecto importante sobre los resultados de los hijos. En concreto, a mayores niveles de escolarización del padre o la madre, menor es la tasa de repetición de los hijos. Quizá una de las explicaciones resida en las diferencias de barreras de entrada. Mientras que en los países escandinavos la regla general es que la educación superior sea gratuita (aunque varíe el grado de selectividad dependiendo del país), en EEUU los costos son mucho más altos. Devereux apunta que los distintos retornos a la educación pueden tener algo que ver.

En el caso de los cambios más o menos exógenos a los niveles de educación terciaria, sin embargo, los resultados son algo diferentes. Uno de los estudios más ingeniosos llevados a cabo utiliza las protestas estudiantiles de mayo del 68 como punto de partida. Tras la disolución de la Asamblea y el fin de las protestas en junio, los estudiantes consiguieron negociar con las universidades una serie de modificaciones a los exámenes de ingreso, para facilitar la entrada de los jóvenes que habían estado participando en las protestas (como por ejemplo la utilización de exámenes orales). A efectos prácticos, esto significó que la tasa de aprobación del baccalaureat de ese año fue mucho más alta de lo que era habitual, aumentando así el número de estudiantes que accedió a la educación superior ese año.

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En este caso los efectos son bastante claros. La base de datos de los autores confirma que entre los jóvenes nacidos entre 1947 y 1950 hubo un aumento claro de los años de escolarización superior. De hecho, para la cohorte de individuos nacidos en 1949, que coincide precisamente con los que habrían tomado el examen de ingreso a la universidad tras las protestas, se observa un salto claro en el porcentaje de graduados universitarios. Los nacidos en 1949 tienen una probabilidad casi un 3% mayor de ser graduados universitarios, y un efecto algo menos sobre la probabilidad de tener un empleo de «cuello blanco» (white collar).

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En este caso sí que se observan efectos generacionales bastante fuertes. Los hijos de padres o madres nacidos en 1949 tienen un porcentaje de repetición un 4,3% menor que los nacidos en 1946 y 1952, que no se vieron afectados por los cambios.

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La imagen que tenemos hoy en día de los efectos intergeneracionales del nivel educativo es, por lo tanto, aún un tanto confusa. Parece que en países donde el acceso es relativamente alto y los retornos a la educación más bajos, como es el caso de Escandinavia, los efectos son positivos, aunque menores. Sin embargo, en situaciones donde ocurre (u ocurría) lo opuesto, como la educación superior francesa en los años 60, los efectos pueden ser más fuertes. Por otra parte, facilitar el acceso a la educación superior sin prestar atención a los niveles más bajos puede tener consecuencias negativas en términos de equidad, como hemos dicho a menudo. Los beneficiarios del paréntesis de 1968 no fueron los estudiantes más pobres (que en su gran mayoría no habían llegado a tomar el baccalaureat) sino estudiantes de clase media-alta. La conclusión, por tanto, no es demasiado excitante: cada vez hay más evidencia, y parece que los efectos son positivos (aunque limitados).  Esto nos sugiere que los retornos a la escolarización si se tienen en cuenta futuras generaciones son mayores que si solo se trata de la generación actual. Sin embargo, nos queda mucho por estudiar.


3 comentarios

  1. Epicureo dice:

    Si no lo entiendo mal, lo que quiere decir esto es que la mayor parte de las ventajas de la educación son comparativas. Tener una educación mejor está bien, pero lo realmente bueno es tener una educación mejor que los demás. Esto es lo que genera mayores ingresos, buena posición social, y más oportunidades de entrada para tus hijos. Parece obvio, y son malas noticias para los que piensan que una educación universal de calidad es la solución a las desigualdades. No lo es. Lo único que hace es desplazarlas: si todos tienen una licenciatura, tener una licenciatura no sirve para nada (o solo para tener barrenderos más cultos). Para optar a buenos puestos hay que tener un máster. Y si todos tienen un máster…

    • gerion dice:

      Pero decir esto aquí no es políticamente correcto, porque evidencias una realidad humana que no se quiere reconocer en España: que tiene que haber ricos y pobres, listos y tontos, privilegiados y marginados. Al fin y al cabo, la selección natural sigue siendo el sustrato. Luchamos para imponernos al entorno y a nuestros competidores, para tener recursos que garanticen el éxito de nuestra progenie.
      Esto no gusta a mucha gente, y no da votos. Aunque permíteme compartirlo.

    • gerion dice:

      Y, aunque aplicado a la crisis griega, este artículo también vale para esto.
      http://www.elmundo.es/opinion/2015/07/28/55b65ff8268e3e4d678b4596.html

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