Política

Las elecciones como mecanismo para procesar el conflicto

9 Jul, 2015 - - @griverorz

Mientras organizaba esta entrada en mi cabeza, pensaba en cómo los textos sobre democracia empiezan con una larga introducción enfatizando la diferencia entre lo que podríamos llamar la democracia como sustantivo (la democracia como régimen político) y la democracia como adjetivo (la democracia como legitimación). Con ello, el que escribe puede enfrentarse a las luces y sombras de un determinado sistema de gobierno sin tener que batallar con las connotaciones de algo que todos asumimos como inherentemente positivo. Asuma el lector que esa introducción existe en algún lugar* y me permito saltar directamente a la cuestión.

Si reducimos la democracia a sus condiciones mínimas necesarias, lo que nos queda es un mecanismo para producir una alternancia pacífica en el poder entre diferentes opciones. Desde luego, hay otros atributos deseables, pero tiendo a pensar que o bien están sujetos a debate y por tanto no son necesarios (p.e., la separación estricta de poderes) o bien que son consecuencias de otras condiciones previas (p.e., los límites constitucionales al ejecutivo son una consecuencia de la competición electoral). Lo que es irrenunciable, lo que marca la línea con respecto a una dictadura, es que haya elecciones periódicas y que el perdedor deje paso al ganador sin recurrir a la violencia.

Es una perspectiva macro, quizás poco práctica para alguien interesado en el diseño constitucional, pero que contiene la semilla de las propiedades que deben cumplir las instituciones políticas en una democracia. Y esto es así porque este tipo de aproximación pone el foco en la premisa que de la que surge la cuestión política en primer lugar: la democracia tiene lógica como mecanismo desde el momento en el que la sociedad está fragmentada y existe una diversidad de opiniones que se enfrentan por la capacidad de tomar decisiones que afectarán al conjunto de la polis. Una sociedad perfectamente homogénea, en la que todos queremos lo mismo y donde las decisiones de gobierno no generan ganadores y perdedores, no necesita un sistema político.

La definición tiene límites empíricos obvios que no necesitan mucha discusión ya que se basa en un contrafáctico y por eso quizás sea fácil abusar de ella. Pero en el plano teórico esta definición tiene la ventaja de iluminar las preguntas que se deben responder para entender mejor las regularidades empíricas que observamos a nuestro alrededor. La fundamental es sobre el origen de la democracias modernas ¿Cómo es posible que se produzca una transición de un régimen donde un grupo reprime a otro a algo que no sea sencillamente una dictadura de la oposición? Si un grupo es lo bastante fuerte como para imponerse al viejo régimen, ¿por qué establecer un sistema político (una democracia) en el que existe la posibilidad de perder el poder? ¿Por qué no oscilamos constantemente entre tiranías de diferentes grupos? (Y aquí enfatizo tiranía porque quiero que el lector tenga en mente a Madison y cómo la pregunta refleja la cuestión sobre las mayorías, su legitimidad y la protección de las minorías.) Esa es la pregunta que abordamos Adam Przeworski (New York University) y Tianyang Xi (Peking University) y yo en un artículo que acaba de ser publicado en el European Journal of Political Economy.

En nuestro ejercicio, dos grupos políticos se enfrentan en competición electoral sabiendo que si el otro grupo gana impondrá sus preferencias, lo cual obligará al perdedor a sufrir decisiones que no son de su agrado. Pero en nuestro modelo vamos más allá y damos al gobierno pleno acceso a instrumentos de manipulación electoral. Esto es, el gobierno puede convocar elecciones escogiendo libremente la probabilidad con la que ganará las elecciones: todo, desde una victoria segura para el gobierno a una victoria segura para la oposición, incluyendo una lotería justa entre las dos opciones, está permitido. Por tanto, la pregunta que planteamos en el artículo es acerca de las condiciones bajo las cuales la oposición accederá a participar en este tipo de estructura en lugar de rebelarse contra el gobierno, y cuándo el gobierno decidirá convocar elecciones que son competitivas. Es decir, queremos investigar cuándo se consolidará una democracia como equilibrio entre los dos grupos.

Lo que encontramos es que si los resultados de las elecciones suponen una gran diferencia para los grupos que participan, la alternancia en el gobierno debe ser frecuente para que el mecanismo electoral sea sostenible. Además, las elecciones serán competitivas cuando los participantes se jueguen algo al participar en las elecciones, pero no demasiado. Es decir, la democracia es un sistema sostenible cuando el valor de estar en el gobierno es lo bastante alto, pero no tan alto como para hacer que el incumbent no quiera darle una opción de gobierno a la oposición. Por último, la democracia es viable cuando la probabilidad de imponerse por las armas en lugar de en las urnas está más o menos equilibrada entre los diferentes grupos sociales. En cualquier otro caso, la tentación de enrocarse en el poder y reprimir a una oposición débil es demasiado alta.

Una implicación normativa de nuestra investigación es que no todas las buenas cosas vienen juntas. Por una parte, queremos que el incumbent no tenga demasiada ventaja electoral sobre sus rivales. Esto es, queremos que las elecciones sean justas. Por otra, queremos que los ganadores estén sujetos a límites constitucionales (agencias independientes, bicameralismo, veto ejecutivo) que establezcan barreras a lo que cada grupo puede hacer en el gobierno. Sin embargo, las dos condiciones no se pueden satisfacer simultáneamente.

Para obtener elecciones sin violencia, la probabilidad con la que el gobierno gana las elecciones debe estar inversamente relacionada con la diferencia en el valor entre ganar y perder las elecciones. Si las elecciones no suponen una diferencia para los participantes porque existen límites constitucionales fuertes que garantizan una moderación de las políticas del gobierno en relación a lo que quiere la oposición, el incumbent puede perpetuarse en el poder manipulando las elecciones a su favor sin tener resistencia de una oposición que no gana nada por competir electoralmente pero que perdería mucho usando la violencia contra el incumbent. Del mismo modo, la probabilidad de victoria del incumbent debe ser pequeña cuando los resultados de las elecciones sí marcan una diferencia significativa entre estar en el gobierno y estar en la oposición: si el ganador quiere mantener la paz, debe ofrecerle al perdedor una probabilidad de victoria lo bastante alta como para éste pueda recuperarse de las pérdidas actuales dada una opción creíble de gobernar en el futuro.

El segundo resultado de nuestra investigación nos dice que las elecciones son competitivas si los resultados importan lo bastante como para inducir a los partidos a competir, en lugar de simplemente delegar en el incumbent un gobierno a perpetuidad. En ese sentido, y a la vista de lo discutido en el párrafo anterior, parece que límites constitucionales en sociedades homogéneas son contraproducentes. Sin embargo, cuando las sociedades están divididas, son precisamente esos límites los que hacen que los resultados electorales sean aceptables para el perdedor ya que acotan el coste de padecer un gobierno del otro grupo. Lo que este resultado nos dice es que el efecto de los límites constitucionales es una consecuencia del grado de polarización social, que es una forma de justificar que las formas institucionales que garantizan la alternancia política varíen en función del grado de heterogeneidad social entre países.

* Recomiendo al lector interesado Democracy: A History de John Dunn.


10 comentarios

  1. Alnair dice:

    Muy interesante, gracias.

    En este sentido sería muy interesante un artículo sobre porqué el franquismo derivó en democracia, es decir, porqué fue posible la transición.

    Y también como los equilibrios existentes moldearon nuestras instituciones: sistema electoral, elección poder judicial, etc.

    Aunque mas que un post, eso necesitaría un libro (que quizás ya existe).

  2. minded dice:

    ¿Hay algún motivo por el cual un artículo que empezó gramaticalmente bien, se vaya al carajo en ese aspecto repitiendo «incumbent» como un mantra de Hare Krisna? ¿Es una marca del autor, que ha publicado un artículo en una revista en inglés? ¿Es un código de politólogos y sociólogos enrollados? ¿No se puede escribir nada en Politikon sin empotrar anglicismos sin motivo?

    • Gonzalo Rivero dice:

      Las opciones eran «incumbente» (que no habría gustado a nadie), el «titular» (que no es lo bastante preciso), o «el partido en el gobierno en ese momento» (que es muy largo). Llámalo vagancia si quieres, pero «incumbent» me pareció la mejor solución.

      • Manuel H dice:

        ¿Y por qué no «Gobierno saliente» o «saliente» a secas, como toda la vida?

        • Gonzalo Rivero dice:

          «Saliente» conjura la idea de que el incumbente va a dejar el gobierno, lo cual no tiene por qué ser cierto.

          • Manuel H dice:

            Dejarlo lo deja, aunque se recomponga al día siguiente con los mismos ministros. Legalmente el gobierno de la IV legislatura y el de la V no es el mismo aunque en los dos mande Felipe González, y por eso se llaman gobierno saliente y gobierno entrante.

  3. Luis Rey dice:

    Creo que el post está en relación con la visión de la democracia como un juego de reglas. Una visión que se impone como necesaria a la vista de las paradojas en las que desembocan tanto la visión procedimental (la democracia es una serie de procedimientos)como sustantiva (la democracia es una serie de valores indestructibles). En la primera visión la democracia puede auto destruirse votando una dictadura, incluso contra la rigidez constitucional. En la segunda hay valores democráticos constitucionales que quedan fuera del control de la voluntad popular. Como si el constituyente fuera más sabio o tuviera un poder absoluto y eterno. La mayoría de democracias funcionan, en la práctica, mezclando ambas visiones. Sin embargo, cada cierto tiempo surgen voces hablando de radicalidad democrática que no es otra cosa que la voluntad popular intentando escapar del poder constituyente, como si le oprimiera. Si consideramos la democracia como un juego superamos ambas visiones. En el parchís las reglas no limitan el juego sino que lo hacen posible. La democracia es igual. Las reglas constituyen la democracia, saltárselas o cambiarlas por el procedimiento que sea, es hacer trampa o cambiar el juego.

  4. Luis Rey dice:

    Los límites constitucionales no son lo único que hace aceptable las decisiones en democracia. Es cierto que el hecho de que puedan ser revocadas en un período corto de tiempo y que la constitución impida graves sobresaltos influye pero tal y como se expresa en el artículo votar no sería necesario, bastaría con una sustitución pacífica y ordenada del gobierno, una rotación. Sin embargo, no podemos concebir la democracia sin votos, sería otra condición mínima necesaria, otra regla del juego. Además es una regla necesaria para que las decisiones sean aceptables, en primer lugar porque quien las sufre toma parte su génesis. En segundo lugar, porque ser una decisión tomada entre muchos nos garantiza que sea mediocre y mediocre es sinónimo de aceptable (que puede ser aceptado). Ese es uno de los motivos por los que hay que desconfiar de los políticos que «solucionan problemas», la brillantez no es aceptable y lo no aceptable no funciona más que por imposición.

  5. Javier dice:

    Brillante. Al leer este artículo no me para de venir a la cabeza la historia de España en el XIX y el XX…

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