Feminismo

Todo lo que siempre quiso saber sobre feminismo y nunca se atrevió a preguntar (parte III): el feminismo de la diferencia y la «ética del cuidado»

29 Dic, 2014 - - @politikon_es

En las dos entregas anteriores de esta serie hemos descrito una forma de razonar la deseabilidad de la igualdad de oportunidades y cuáles son los matices o críticas que las feministas han aportado a esta idea. Las feministas reprochaban a los liberales dejar fuera de su agenda temas que afectaban a las mujeres tales como la institución familiar, la sexualidad o el sistema de género. Sin embargo, tanto el igualitarismo liberal como los enfoques feministas apuntaban a buscar una forma objetiva y racional de justicia aceptable para todos. En este artículo veremos enfoques feministas que cuestionan este objetivo y sugerirán que lleva a desvirtuar cualidades generalmente asociadas a las mujeres (Jaggar 1992).

La ética del cuidado

En los años ochenta, la psicóloga Carol Gilligan publicó el libro fundador del «feminismo de la diferencia». La idea fuerza del libro es que los hombres y las mujeres se enfrentan a los dilemas morales mediante principios, criterios y prácticas distintos. El objetivo de la crítica inicial de Gilligan eran las teorías de Freud y Kohlberg sobre el desarrollo moral que dejaban en un segundo plano, de forma bastante explícita, la capacidad feminina de razonar moralmente. Gilligan argumentará que las mujeres basan su razonamiento ético en el «cuidado» o el «cariño» (care) y, en menor medida, en la justicia.

Esta hipótesis ha dado lugar a una pequeña industria que intenta teorizar planteamientos éticos basado en criterios más femeninos -en los que la idea de justicia no es central- criticando al mismo tiempo la ética tradicional. Alison Jaggar (Jaggar 1989) sugiere que la ética tradicional tiene una agenda que presta poca atención a problemas femeninos (como el cuerpo, la sexualidad), se focaliza en la esfera pública en lugar de en la privada y, sobre todo, prima virtudes «masculinas» frente a las «femeninas». Una ética feminista se diferenciaría de la tradicional por su acento en la interdependencia en lugar de sobre la independencia; en la comunidad frente a la autonomía; en la comunicación, la conexión, la intuición y la empatía frente al intelecto y la sistematización; en la confianza en lugar de sobre la sanción; en la paz en lugar de sobre la guerra; sobre las relaciones en lugar de sobre las reglas; sobre la cooperación en lugar del conflicto; sobre la responsabilidad en lugar de sobre los derechos, etc.

Esta conclusión se apoya en 1) que la del cuidado, es una modalidad ética al menos equivalente a la ética tradicional (de la «justicia») y 2) que las mujeres y los hombres somos distintos en cuanto a nuestra actitud hacia cada una de estas modalidades de ética. Discutiremos estas dos ideas.

La singularidad moral de las mujeres

Esta última premisa no depende de que la causa de estas diferencias se deba en mayor medida a la biología o a la socialización -una distinción que, como veremos en un articulo futuro, tiene relativamente poco éxito entre los que tienen una comprensión básica de lo que se puede aprender de una regresión lineal. Las feministas partidarias de la ética del cuidado se apoyarán a menudo en que las experiencias masculinas y femeninas son tan fundamentalmente distintas (por ejemplo en relación con la maternidad Ruddick), que los desarrollos de las facultades morales no pueden sino diverger. Llevado al extremo, esta idea podría entenderse como una variedad de «relativismo [ético] de género».

Sin tener que aceptar la idea de que hombres y mujeres vivirían en dos mundos éticos separados, la tesis de que el comportamiento y la cognición moral varía sistemáticamente en función del género es algo bien documentado. Mujeres y hombres nos comunicamos, canalizamos la agresividad y el conflicto, somos sensibles a las emociones ajenas y gestionamos la intimidad de forma distinta (ver Maccoby 2000).

Por ejemplo, en un libro bastante polémico y basado en evidencia un tanto cuestionable pero bastante informativo, Simon Baron-Cohen intenta encuadrar toda esta investigación bajo una teoría general sobre las diferencias cognitivas entre género. Existirían dos tipos de habilidades que nos ayudarían a interactuar en la vida diaria: la «sistematización» y la «empatía». Ambas nos permitirían predecir el comportamiento de otras personas, pero la primera sería mediante la identificación de patrones y la segunda mediante la intuición y la comunicación no verbal. Estas dos habilidades serían sustitutivas y estarían distribuidas entre sexos de forma asimétrica. (Pueden leer una reseña y una discusión bastante simpática a la tesis del libro aquí).

Sea como fuere, la idea de que los hombres y las mujeres difieren, en media, en sus razonamientos y reflejos morales parece verosímil. ¿qué hay de la segunda pata del razonamiento? ¿Son las emociones o el cariño un sustitutivo moral razonable de la justicia? ¿Necesitamos, como sugiere la filósofa americana Annette Baier, «algo más además de la justicia«?

El corazón tiene razones que la Razón no conoce

Históricamente existen en la filosofía moral dos tradiciones: para la primera, atribuida a Kant, Rousseau o Rawls el razonamiento moral debe ser el resultado de un proceso racional y objetivo; para la otra, con Hume o Mackie, sin embargo, la moral es algo mucho más cercano a las emociones o los afectos.

La idea de justicia social como igualdad de oportunidades da por bueno que existe un perímetro en el que la idea de justicia es aplicable. Dentro de ese perímetro, trataríamos a todos los incluidos como iguales según el criterio de justicia aplicable. ¿Qué es lo que delimita ese perímetro?

Hoy parecemos haber convergido hacia la idea de que dentro de él se encuentran todos los seres humanos («los derechos humanos»). Sin embargo, el criterio (binario) de la humanidad es bastante problemático ( na exposición algo más extensa de por qué puede encontrarse aquí). Lo es en la medida en que se lleva mal con nuestras intuiciones morales (tendemos a ser más generosos con personas hacia las que sentimos más simpatía), con las instituciones que consideramos legítimas (tratamos de forma distinta a los nacionales y los extranjeros) y, sobre todo, con lo que sabemos sobre las raíces evolutivas del altruismo y de nuestra capacidad para razonar moralmente (Singer). Por eso, Richard Rorty sugería que la justicia debía entenderse, no como un estándar absoluto, sino como una forma de «lealtad ampliada» , algo no cualitativamente distinto de los sentimientos de pertenencia, cercanía y solidaridad respecto de un grupo que no se desarrollan únicamente siguiendo un protocolo racional. En lugar de tener un criterio que sea binario, parece que razonamos en la práctica de forma gradualista, distinguiendo entre distintos grupos según lo cercanos que los sintamos a nosotros.

En un título bastante provocativo, «Contra la equidad», Stephen Asma va hasta defender el carácter moral de la parcialidad y el nepotismo. Es éste un buen momento para invitar al lector a la reflexión, señalando la tensión interna que existe en el argumento liberal. Es sencillo descartar un argumento como el de Asma por su extravagancia. Pero es mucho más complicado escapar a su observación de que en nuestra vida cotidiana nos comportamos de ese modo y no damos el mismo valor a la vida de un familiar que a la de un extraño; al bienestar de un amigo que al de un enemigo o que en el discurso público se trata de forma totalmente distinta la situación de los nacionales que la de los extranjeros y está bien enraizado en nuestra intuición moral que amar de forma desigual es legítimo. ¿Por qué artificio intelectual debería ser excluida de esta lógica la equidad general?

Una posible línea de defensa sería la distinción entre la esfera pública y la privada. Mientras que la esfera pública estaría regida por la Razón y la imparcialidad y por tanto sujeta a un criterio de justicia universal, la privada dejaría lugar para las «razones que la Razón no conoce». Pero esta distinción es, como vimos en la entrega anterior, más que cuestionable, especialmente desde el punto de vista feminista.

Concluyendo

El principal rasgo del «feminismo de la diferencia» es el de sostener que hombres y mujeres son distintos y tienen necesidades, preocupaciones y maneras de razonar distintas. La conclusión lógica es la de criticar un conjunto de principios morales, modos y rutinas de razonamiento que serían un traje hecho a medida de los hombres y obstaculizarían el desarrollo de las capacidades morales de las mujeres. Muy a menudo, como en el caso de las radical-culturales, el razonamiento va a ir un paso más allá: va a reivindicar los valores femeninos (la cooperación, el cuidado, la empatía, la interdependencia, la generosidad) como superiores a los masculinos y a denunciar lo patológico de una sociedad dónde imperan los segundos.

La idea según la cuál las mentes masculina y femenina funcionan según principios radicalmente distintos parece probablemente exagerada. Sin embargo, es difícil no ser sensible al hecho de que hombres y mujeres tienen preocupaciones y experiencias vitales distintas y que las discusiones dominadas por hombres conducen a resultados distintos de las dominadas por mujeres (Karpowitz Mendelberg 2014 Karpowitz Mendelberg Lee Shaker APSR 2012 ). La pregunta que queda abierta es naturalmente cuáles deben ser las consecuencias de esas diferencias en la cognición moral a la hora de consensuar una ética pública.


11 comentarios

  1. Epicureo dice:

    Sería una pena que pasara desapercibido este paper al que discretamente se enlaza en el texto. Es la mejor explicación que he leído sobre la heredabilidad, y el disparate que es tomársela como un hecho inamovible.

    http://pubs.aeaweb.org/doi/pdfplus/10.1257/jep.25.4.83

  2. Una buena exposición, como el resto de la serie. Sí es cierto que existen diferencias entre los hombres y las mujeres, pero también, y ahí creo que radica uno de los problemas del feminismo, entre las propias mujeres, como entre los propios hombres. Es difícil reivindicar unos valores femeninos que muchas mujeres no poseen, lo que las colocaría en la posición de ser «malos ejemplos». Hay muchas mujeres que no se sienten representadas en esos valores y ven en ese tipo de feminismo una amenaza que puede llegar a discriminarlas. Incluso puede ser que la mayoría de las mujeres no posea al menos una de esas cualidades.

    Un cordial saludo.

  3. Mercedes Expósito García dice:

    LO QUE SE PODRÍA SABER SOBRE EL FEMINISMO
    Cuando el feminismo está atravesando en las democracias occidentales un momento histórico caracterizado por el paso de las reclamaciones de igualdad a las reclamaciones de paridad, es cuando menos paradójico que los artículos sobre feminismo estén, a excepción de una mujer, firmados por personas a las que le ha sido asignado el género masculino. Es como si la vieja cuestión que liga a los hombres a la voz de la autoridad y la representación se reprodujese por parte de quienes se autodeclaran defensores de principios igualitarios.
    Podría pensarse -y yo así lo pienso- que el compromiso y la práctica política de «Politikon» con la cuestión del género es equiparable a la que históricamente mantuvo el socialismo con el feminismo: la cuestión de la mujer se resolverá cuando se resuelva la cuestión de clase, por lo tanto no requiere un análisis separado. Las mujeres han de cederle el lugar de la representación a los hombres y el feminismo como cuestión sexual a una lucha principal, la social.
    La llamada “violencia de género” no solo no es ajena a la historia cultural sino que hunde sus raíces en un pasado cultural de exclusión, des-autorización de las voces de las mujeres, sometimiento y falta de oportunidades. Si bien en nuestro país entendemos por tal violencia los atentados a la integridad física de las mujeres, existe también una violencia cultural implícita e invisible de la que no solemos hablar, una discriminación simbólica que está en la base de la violencia física. La cultura es el arma sexista más poderosa. Se trata de la situación culturalmente desigualitaria entre mujeres y hombres, situación que las perjudica considerablemente pues cualquier colectivo que tenga un pasado cultural desintegrado o directamente negado, carece de memoria histórica, y a su vez la falta de una memoria histórica sin duda predispone a sufrir formas de violencia que frenan la posibilidad de llevar a cabo nuevas realizaciones culturales. La situación de partida es desigual cuando a las mujeres se las educa en un doble discurso: como si hubiesen logrado la igualdad y al tiempo plagado de voces críticas que les indican lo contrario en frases como “No creas tener derechos”. Las mujeres tienen que elegir entre estos dos discursos: el de la igualdad y el de la desigualdad. El discurso de la igualdad les oculta realmente muchas cosas, les esconde un pasado colectivo de luchas de mujeres por su dignidad, pero sobre todo no les avisa ni les informa del sistema de violencia simbólica que opera en los sistemas educativos y en la cultura. La violencia cultural que se ejerce sobre las mujeres significa que las calles de las ciudades no llevan sus nombres, que las mujeres tienen muy pocas posibilidades para convertirse en personas ilustres, que sus obras no se promocionan, que sus realizaciones plásticas no ocupan un espacio destacado en los museos, que sus composiciones musicales difícilmente llegan al público y que sus producciones cinematográficas, intelectuales o de otro tipo, no encuentran apenas difusión. Las mujeres tienen muchas menos oportunidades en el juego del prestigio social, y por eso son más pobres, y es la pobreza quien a menudo obliga a soportar situaciones que en realidad no se desean. La escritora inglesa Virginia Woolf resumió esta situación de desposesión cultural del modo siguiente: “En todas las bibliotecas del mundo se oye hablar al hombre consigo mismo, y, sobre todo, acerca de sí mismo».
    NOTA: No voy a entrar en el contenido del artículo, simplemente decir que como especialista en filosofía feminista con una trayectoria de trabajo de veinticinco años de investigación, la clasificación del feminismo en «feminismo de la igualdad» y «feminismo de la diferencia» ni siquiera fue aceptada unánimemente en el momento en el que aparece, allá por los años noventa del pasado siglo. Por ejemplo, países con una intensa producción teórica feminista como Francia nunca la aceptaron, entre otras razones porque en este país, la noción “diferencia” no aludía ni en filosofía ni en feminismo a una “diferencia natural” o a una “diferencia esencial” sino a la “diferancia”, a la significación, a algo lingüístico, al poder que tiene el lenguaje para establecer clasificaciones y significados, al diferir de una cosa respecto a otra debido a los nombres diferentes que le damos a cada una de ellas. La dicotomía feminismo de la igualdad/feminismo de la diferencia se sostenía en la premisa de que hay dos sexos; ahora bien, la historiografía feminista muestra que ya desde el feminismo de la primera ola lo que está en cuestión es la idea de que exista una diferencia sexual que permita clasificar a las personas en solo dos sexos, las feministas del XIX planteaban la idea del “tercer sexo”. Por otro lado, la filosofía feminista de las últimas décadas ha pasado desde hace mucho tiempo a otra cosa: desde una perspectiva feminista, la distinción igualdad/diferencia ha quedado obsoleta. Igualmente, la noción de igualdad ha mostrado graves insuficiencias; es más, en un sistema de promoción de la masculinidad como norma, la igualdad se muestra inoperante, es una mera formalidad. Si lo que si se busca es la justicia social, ha de ser sustituida por criterios de paridad.

    • Luis Abenza dice:

      Hola,

      Siento que la clasificación del artículo no sea de tu gusto. La he usado porque a) Creo que es más o menos convencional (no me la he inventado yo) y b) El tipo de argumentos que se esgrimen desde cada enfoque son distintos y por eso la distinción es útil.

      • Mercedes Expósito García dice:

        Creo que no se trata de que la clasificación del feminismo como “feminismo de la igualdad/feminismo de la diferencia” sea una cuestión estética, de “gustos”.
        De lo que se trata es de que esta clasificación surge en un momento histórico, allá por los años ochenta, que incluso tiene una aplicación reducida para lo que ocurre en la producción feminista de este período, y que es inoperante fuera de este contexto puesto que tanto antes como después hubo maneras de clasificar a las corrientes feministas (las de la feminista inglesa Alison Jaggar constituyen una referencia ineludible) y que en determinados países de intensa producción teórica en filosofía feminista como Francia ni siquiera en ese período se recurrió a esa clasificación.
        Fue el «feminismo liberal» quien la produjo y fueron países como España, Inglaterra, Italia y una parte del feminismo que se producía en los Estados Unidos en esa misma época quienes recurrieron frecuentemente a ella. En mi opinión, tuvo efectos muy negativos pues supuso una vulgarización (trivialización) del feminismo que trajo más confusiones que aclaraciones sobre la complejidad de la producción teórica del feminismo. En vez de producir conocimiento y hacer llegar a las personas especialistas lo que estaba en juego en el feminismo como producción teórica, como movimiento social y como historia cultural tuvo varios efectos negativos pues reforzó incluso, en la mente de personas legas en la materia, concepciones de la naturaleza humana que el feminismo trató siempre de destruir, ideas como que había una diferencia entre hombres y mujeres que no podría superarse ni con cambios históricos ni por medio de la formación de las mentalidades y la transformación de los estilos de vida . Otra cosa es que la cuestión de la igualdad y la diferencia sea la cuestión que estructura gran parte del pensamiento feminista, comenzando por el célebre dilema de la igualdad y la diferencia que planteó la filósofa inglesa Marie Wollstonecraft en su obra Vindicación de los derechos de la mujer (1792).
        Creo que usted pretende en esta serie de artículos divulgar información sobre algo general, sobre EL FEMINISMO como un todo. Además creo que escribe desde la posición de quien ocupa el lugar de una voz autorizada en la materia (si bien en algún momento declara los límites de su nivel de información). Sus escritos muestran una parcialidad que podría corregir ampliando la información de que dispone; en este artículo en concreto, dedicado al “feminismo de la diferencia” y la “ética del cuidado” parece casi obligado decir que este tipo de feminismo ha recibido muchas críticas en medios tanto intra como extrafeministas, es más, en medios feministas la ética del cuidado a veces ni se considera feminista pues lo que harían las propuestas de Gilligan es reforzar el papel tradicional que asigna de entrada a las mujeres el trabajo reproductivo y no remunerado y por lo tanto reforzaría el ostracismo social de las mismas, apuntalando, por el contrario, un sistema androcéntrico que asigna al hombre el trabajo productivo y relega a las mujeres a la esfera doméstica-reproductiva, a los cuidados de la vida no reconocidos ni valorados socialmente.
        Finalmente, le agradezco sus respuestas pero lo que me gustaría es recibir una explicación de por qué los redactores del Politikon son, a excepción de una mujer, hombres ¿no hay mujeres con méritos suficientes?. Y por qué si bien el feminismo es un campo de estudios en el que las mujeres son inmensa mayoría produciendo conocimiento, es frecuente que, fuera del campo feminista, haya muchos hombres que firmen, como en su caso, los artículos. Se lo pregunto porque, siendo yo casi una abuela, creía, cuando era joven, que el sistema de promoción de la masculinidad y la invisibilización cultural de las mujeres desaparecería con mi generación. Recuerdo como la izquierda, los socialistas y progresistas de este país denigraban verbalmente a las mujeres que pretendían hacerse oír. Luego estas prácticas se convirtieron en “políticamente incorrectas” por lo que la situación psicológica que afrontaban las mujeres que pretendían erigirse en “voz autorizada” era lo que podría definirse como “el vacío” o “la callada por respuesta”. Hoy me sorprende que el sistema siga reproduciéndose y trato de comprender por qué, es decir, no acabo de entender por qué a las mujeres se les niega el derecho a la palabra, por qué las estructuras simbólicas que en otros tiempos les obligaban a la autocensura y a mantener la boca cerrada se siguen reproduciendo, por qué a las niñas que nacen hoy se les desposee de modelos de mujeres con los que identificarse; para mí no habrá verdadera transformación social si las cosas no pasan por aquí.
        salud!

  4. Javier dice:

    Al final si pudiéramos plasmar las tendencias a estos comportamientos en las poblaciones masculina y femenina en una dimensión serían dos curvas gaussianas («de Bell»). Con los dos centros de las curvas quizá distinguiblemente separados, pero relativamente juntos. Y con los comportamientos extremos casi vacíos de gente y casi todo el mundo en los centros.

    Vamos, que aunque se podría afirmar que hay una diferencia en comportamientos medios, las varianzas son tales que no se puede predecir los valores para un individuo concreto.

  5. Gerion dice:

    Referente a la pregunta abierta del final, considero que la igualdad de oportunidades es la solución correcta. Y el igualitarismo resulta igual de nocivo que la discriminación. La prevalencia de valores femeninos en la sociedad será tan contraproducente como la de valores masculinos, de ahí que abogo por un equilibrio dinámico natural. No se puede dar más importancia a unos que a otros, sino permitir que compitan y se impongan los más adecuados en cada momento.

  6. Aloe dice:

    En esta entrega de la serie yo veo la misma preocupante confusión entre cuestiones de hecho y normatividad que se achaca (en una anterior) a parte de la producción feminista. Si es un defecto (yo creo que lo es) lo es siempre, y una exposición corta y esquemática debería evitarlo doblemente.

    También parece preocupante la afirmación de que cualquiera que entienda una regresión no va a darle mucha importancia a la cuestión de si tal o cual diferencia entre géneros es cultural o biológica (si he entendido bien el párrafo): esa cuestión es central en el feminismo desde el minuto uno. (Y en otros temas que se mencionan en esta serie como centrales a las cuestiones políticas de la igualdad liberal)
    También (con aspiraciones diferentes) es central para todos los defensores de la psicología evolutiva à la Baron-Cohen (aunque pocas veces la plantean con rigor), y la verdad, ellos hacen poco más que regresiones.

    Tal y como se expone aquí el «feminismo de la diferencia» y su oposición dicotómica al «feminismo de la igualdad» esta oposición parece tan simplista que verdaderamente dudo que en el texto se le haga justicia (y no lo digo desde una posición de parcialidad por él, pues mi simpatía por muchos de sus planteamientos es bastante limitada)

  7. Esther lopez dice:

    La verdad que de mi gusto éste artículo tampoco ha sido, lo tenía que decir para que lo sepáis.

  8. […] el pasado, hemos hablado de los enfoques feministas de la desigualdad (aquí,  aquí, y aquí), pero en todos ellos dejamos a un lado el problema de la elección individual. ¿Podría deberse […]

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