Política

El amargo ecuador del presidente Hollande

11 Ago, 2014 - - @AlvarodelaPaz

La llegada del próximo otoño partirá en dos el lustro que los franceses encomendaron a François Hollande en la presidencia del país. El soberano galo afronta el final de la primera mitad de su legislatura sumido en dudas y hundido por su baja valoración. La popularidad del jefe de Estado sigue marcando mínimos, las perspectivas electorales son más oscuras tras cada votación y encuesta, y el giro político dado en la primavera, con la elección de Manuel Valls como primer ministro, no revitalizan la imagen de un ejecutivo quemado por la gestión de una larga crisis. Los problemas se agudizan por la fortaleza del populismo del Frente Nacional y las malas perspectivas económicas para el país en el corto y medio plazo.

Las bases socialistas hallaron en un viejo dinosaurio del aparato el antídoto para remediar el mal que les alejaba del palacio del Elíseo desde los tiempos de François Miterrand, en el siglo pasado. Escaso de carisma y escorado en el discurso (pragmático en su ejercicio) que siempre rodea a la formación, un cóctel de muy variadas sensibilidades, Hollande se coronó candidato y después presidente. En 2012 ganó las presidenciales a Nicolás Sarkozy. La crisis económica y un estilo opuesto al de su predecesor y rival, entre hiperactivo y autoritario, le entregaron los designios del hexágono. Tras la victoria electoral, el desgaste no ha cesado y la cifra de aquellos que aprueban su gestión es más baja que la de cualquiera de sus antecesores en el cargo más cercanos.

Le Figaro.

Desde aquel ‘jour de gloire’ el Partido Socialista pierde espacio electoral. El centroderecha, heredero en cierta medida del guallismo, y especialmente el populismo del Frente Nacional han difuminado el peso del partido. La ultraderecha gana apoyo en las zonas meridionales del país, tradicional granero para la izquierda. La formación que encabeza Marine Le Pen capitaliza el descontento con la crisis, la emigración, la identidad nacional y la cuestión europea. La victoria del partido extremista en las europeas de mayo y la conquista de varias alcaldías amenazan la pervivencia de la estructura que sostiene la V República. El populismo arraiga en la Francia de Hollande como un movimiento transversal, que capta votos de todos los estratos sociales e ideológicos a través de un discurso construido desde la demagogia. La estrategia ‘catch-all’ impulsada por la actual líder redunda en una base electoral más amplia y diversa.

Una notable remodelación del ejecutivo, que incluyó al primer ministro y varias carteras, fue la respuesta de Hollande a los tropiezos electorales. Manuel Valls, figura emergente del socialismo, se aupó hasta la jefatura de Gobierno sustituyendo a Jean-Marc Ayrault. El joven premier de origen catalán promueve desde el Hotel Matignon recortes para un sector público pesado, además de una reforma administrativa que limita el número de provincias y varias medidas de ajuste social. El paquete propuesto, marcado por la austeridad, no ha gustado en el entorno del partido que sostiene al presidente; tampoco a los agentes sociales y al grueso de la izquierda. Una merma visible del estado benefactor, estado providencia, acarrearía movilizaciones sociales. La aplicación definitiva del plan de ahorro limitaría las capacidades del muy desarrollado bienestar francés.

La (supuesta) impopularidad de las medidas, más propias de la orilla ideológica opuesta, no afectan demasiado a la imagen pública del promotor. La valoración de Valls supera en más de 20 puntos a la de su mentor. El presidente no se beneficia de la acción de su responsable de gobierno. Mientras, el primer ministro construye un relato de hombre fuerte bien recibido en sectores ajenos a su electorado. Los efectos posteriores al nombramiento del barcelonés favorecen a quien detenta el cargo y no a quien le promovió hasta el mismo. Valls no es un punto de inflexión para Hollande, pero se perfila como su enemigo en la línea sucesora del partido y por la presidencia. Ségolène Royal, exmujer del jefe de Estado y candidata a las presidenciales de 2007, es ministra desde la renovación posterior al descalabro en las europeas y goza de una excelente valoración en las filas socialistas.

Sin título

Los datos de la economía no remontan y la percepción de los ciudadanos sobre la misma se mantiene pesimista. La vecina Alemania exhibe tasas de crecimiento positivas y se consolida como la locomotora de la Unión Europea; Francia acumula trimestres de crecimiento débil o negativo y en el horizonte vislumbra estancamiento y más desempleo para los próximos años. Las últimas previsiones macroeconómicas elaboradas por diferentes organismos internacionales prevén un escenario poco halagüeño. El Fondo Monetario Internacional ha rebajado hasta un magro 0,7% la previsión de crecimiento para 2014. Por su parte, Eurostat prevé un incremento del PIB galo de sólo un punto porcentual este año y de un punto y medio para el próximo, uno de los más bajos del entorno comunitario e inferior a Reino Unido (2,5%), Alemania (2%), Italia (1,9%) e incluso España (2,1%).

Sólo las dudas en el liderazgo de la UMP, el principal partido de la oposición, y el debilitamiento de la figura de Nicolás Sarkozy, acosado por la justicia por un caso de corrupción, dan un balón de oxígeno al presidente francés. Alrededor de la formación conservadora florece un ramillete de candidatos. Alain Juppé, François Fillon e incluso Christine Lagarde y el propio expresidente, preferido entre los suyos, aguardan el inicio de la carrera para encabezar la candidatura del centroderecha. Las luchas intestinas y no haberse erigido en alternativa ante el descontento generalizado, crisis de la que se sirve el Frente Nacional, dejan a la UMP en una situación incómoda. La incógnita no es sólo de nombres, también de discurso.

Francia no es ajena al deterioro del sistema de partidos que ha regido en la mayor parte de países europeos tras la Segunda Guerra Mundial, un equilibrio que amenaza con romperse. Nuevas propuestas debilitan el espacio de conservadores y socialdemócratas. Si las elecciones nacionales que se celebraron en los diferentes países de la Unión en el periodo comprendido entre 2009 y 2012 se caracterizaron por el cambio de color en los distintos gobiernos como respuesta a la crisis económica, siempre dentro de la alternancia habitual entre centroderecha y centroizquierda, el que puede abrirse a partir de ahora incorpora la posibilidad, realidad ya en algunos miembros más pequeños y con menor peso político, de que los populistas alcancen el poder en sus respectivos territorios.

Reto mayúsculo afronta Hollande en la segunda parte de su mandato. Casi todas las variables, excepto la estrictamente temporal (con la consiguiente posibilidad de recuperación económica) y la falta de un liderazgo sólido en los conservadores, conspiran contra un presidente cuya labor la ciudadanía valora negativamente. Los meses venideros serán testigos de la elección, y existen posibilidades variadas, de fórmulas que le permitan recuperar crédito. El jefe de Estado galo podrá optar por un discurso del miedo ante el Frente Nacional, por las recetas socialdemócratas que promueve Matteo Renzi en Italia, por una llamada al utilitarismo frente a verdes y bloque de izquierda postcomunista, por la asunción de un discurso más proteccionista y duro frente a la inmigración o por mantener el rumbo actual con la esperanza de que mejore claramente la economía. Qué decida hacer determinará su suerte en las presidenciales de 2017.

 


5 comentarios

  1. dalek_fan dice:

    Hablando del populismo de extrema derecha, el señor Valls ha hecho guiños a ese mismo populismo, con todo el asunto de los gitanos y las deportaciones

    http://www.eldiario.es/internacional/ministro-frances-denunciado-Justicia-incitar_0_267723917.html

    Normal que suba la ultraderecha. Mejor votar a los originales que a copias descafeinadas.

  2. juan dice:

    Francia gusta de codearse con Alemania como cabezas visibles de la UE, y por eso le da la razón en todo, pero de puertas para adentro la «grandeur» toca a su fin.

    Francia aguante por chauvinismo o proteccionismo voluntario que hace que sus industrias en alguno sectores clave pervivan siendo menos competitivas (ojo, a lo mejor teníamos que imitar un poco de esto), pero ven que van hacia abajo, y que pronto van a tener «precarizarse» con lo que ellos supone en un país donde la derecha gobierna más tiempo, pero la sindicalización y derechos laborales son más altos y no son recortados signifícativamente por la derecha cuando gobierna.

    Francia podría aliarse con Italia, España y otros y forzar un rumbo en la UE de cara a reforzar las industrias locales, pero ese quiero y no puedo de querer estar con Alemania y distinguiendose de los demás le hundirá.

  3. Interesante artículo. Creo que no cabe duda de que Francia es un país con un enorme número de virtudes admirables, pero creo que también debería aprender algunas cosas de sus vecinos.

    Creo que del Reino Unido debería aprender a abrirse más al exterior, creo que Francia ha apostado mucho por los llamados «campeones nacionales» y no se acaban de ver beneficios para el ciudadano común. En ese sentido creo que una mayor apertura, al estilo de la del Reino Unido, daría un dinamismo mayor a Francia. Creo que en el pasado Francia supo aprender mucho de cuanto observó en el mundo entero y se echa de menos ese dinamismo, creo que sería más viable internacionalizar más Francia que buscar unos campeones nacionales que afrancesen el mundo, que ya de por sí tanto debe a Francia.

    De Alemania, de la Alemania de los últimos años yo creo que Francia debe tomar su ejemplo de austeridad presupuestaria, de que Francia no se desmarque depende una parte del futuro de Europa.Periódicamente surgen dudas sobre si los franceses creen realmente en la estabilidad presupuestaria, y creo que sería bueno que se disipasen. La Apuesta de Valls va en la dirección del ahorro pero, ¿y en el futuro?

    De Italia creo que Francia debería tomar como ejemplo no tanto su sistema político, un tanto inestable, como la variedad de sus líderes. En Italia se suceden líderes políticos con rasgos personales, ideas y personalidades completamente distintas. En ocasiones me da la sensación de que los franceses aspiran a tener un presidente ideal, que buscan un modelo, pero que no acaban de encontrarlo. Creo que la pluralidad, la aceptación de que cada personalidad política es diferente, es un rasgo de una cierta naturalidad en la política italiana que se echa de menos en la francesa.

    España creo que también puede servir de ejemplo a Francia en algo muy importante, la inmigración. Hemos tenido muchos episodios desagradables con la xenofobia como la colocación de una valla inhumana en Melilla o las declaraciones xenófobas del ex ministro Corbacho recomendando tachar a España de sus agendas. Sin embargo, España ha tenido menos problemas con la inmigración que Francia, a pesar de su menor experiencia. Creo que Francia, últimamente, se obstina en querer restringir demasiado la inmigración, cuando es clave en una sociedad abierta al mundo. El aumento del apoyo al Frente Nacional tiene un componente xenófobo altísimamente preocupante.

    Reciba un cordial saludo.

  4. Anouar dice:

    Siempre se hace hincapié en la popularidad de Valls, pero con Valls se da un hecho sin precedentes: es más valorado por los votantes de derecha que por los de izquierda. Es decir, a Valls lo valoran quienes no votan al PS. El problema de Hollande ha sido la indefinición de su estrategia, dado que es un hombre tendente a querer contentar a todos. O se enfrenta a la política de austeridad y devaluación competitiva vía salarios y costes laborales o se acepta.

    De todos modos el problema de Francia es el de muchos de sus vecinos. Muchos de sus sectores clave están perdiendo competitividad en el contexto de la globalización. No es casualidad que una de las zonas de mayor crecimiento del FN y de hundimiento del PS sea el noroeste (Bretaña, Normandía etc.) duramente castigados por las deslocalizaciones industriales y la pérdida de competitividad de la agroindustria.

  5. Proletario y pobre. dice:

    Los partidos socialdemócratas obtienen su votos de la aristocracia obrera. Como la aristocracia obrera está desapareciendo (¿os acordáis de todos esos tíos que decían que la globalización era buena? ¿dónde coño se han metido? ahora solo «es imparable») los partidos socialmemos se están quedando sin votantes.

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