Política

Rendición de cuentas (y dos huevos duros)

20 Ago, 2013 - - @kanciller

Roger escribió ayer una entrada hablando sobre la vida después del bipartidismo y creo que merece la pena matizar algunas cosas que plantea. Lo que escribo aquí viene también a colación de algunas reflexiones de auto-crítica sobre como los politólogos (yo mismo) gastamos los conceptos, e incluso de cómo se relacionan con la realidad electoral. Aparco el caso español para la entrada siguiente, hoy voy a estar un poco más teórico.

Normalmente hay toda una rama en a la literatura de ciencia política que asume que los sistemas de Westminster son mucho más proclives a la rendición de cuentas. Sin embargo, muchas veces asumimos esta premisa como cierta sin pararnos a analizar cuestiones elementales, y es que no está nada claro de qué hablamos en términos de rendición de cuentas ¿Mala gestión? ¿Economía? ¿Corrupción? ¿Proyecto nacional? ¿O cómo se politiza eso? Hay quien dice que los votantes hacen voto retrospectivo, y castigan a los gobiernos según lo que han hecho (o, a veces, hasta por cosas con las que no pueden hacer nada). Hay quien dice que pesa el voto prospectivo, y se vota según lo que harán los partidos si gobiernan. Incluso hay quien dice que realmente se toma en consideración lo que hicieron en el pasado para ver la credibilidad de las promesas que hacen a futuro. Rendición de cuentas, stricte sensu, solo sería el primero de los casos (y un poco el último).

Pero de todas formas la percepción sobre esos temas no se forman de manera acrítica, sino que la propia ideología hace menos “elásticos” a los votantes. Se exonera a los propios, se culpabiliza más a los ajenos. De ahí que en los sistemas bipartidistas se pelee, en teoría, por el centro o se recurra a los “valence issues”, temas transversales para romper al electorado opuesto. Por eso en EEUU se busca seducir al votante mediano o bien se dice que tu candidato oponente no respeta la religión, los valores familiares, es un chorizo o tiene un lío de faldas. En este sentido, a veces se recurre a la estrategia de la crispación para movilizar a los propios y desmotivar a los votantes del partido rival, haciéndolos ir a parar a la abstención. Sí, pero es que da igual lo que se llore. El promedio de volatilidad electoral en unas elecciones – normalmente, ojo – suele andar en torno al 10% de los votos que cambian de manos. Pueden marcar la diferencia, no hay duda, pero parece que eso de la rendición de cuentas per se no va (del todo) con 9 de cada 10 votantes.

Como veis, todo estos matices hacen que eso de la rendición de cuentas no sea algo tan automático como “cosas van mal = patada al gobierno”. Es más, y esto es importante, lo que los sistemas de Westminster permiten es la claridad en la atribución de responsabilidades (porque normalmente el ejecutivo es monocolor y sabes a quien culpar). Sin embargo, dicha claridad es condición necesaria pero no suficiente para conseguir que la rendición de cuenta sea efectiva. Dejando de lado los sistemas presidenciales, los Westminster no implican necesariamente conseguirlo por una razón bien sencilla: La mayoría de los distritos uninominales no son competidos. En las elecciones de cambio bailan apenas un 15% de los escaños, que son las de los distritos que están en disputa entre candidatos rivales. El resto son “safe seats”, bastiones electorales, ya sea porque el candidato local gusta, por concentración territorial o hasta por gerrymandering.

Este hecho es el que puede causar que se cortocircuite la rendición de cuentas si el voto no está bien distribuido. La papeleta de alguien que quiera ejercer un castigo al gobierno en un distrito seguro es, directamente, tirada a la basura. Los ilustro con algunos ejemplos en agregado. Elecciones de Reino Unido en 2005, Tony Blair empieza a acusar el desgaste de gobernar y pierde popularidad. Esto tiene su reflejo en las urnas, los Laboristas pierden un 6% en todo el país y se queda apenas tres puntos por delante de los conservadores. Sin embargo, el sistema mayoritario inglés los premia de nuevo con una mayoría absoluta para seguir gobernando. Mala suerte para algunos diputados locales, pero el gobierno Blair sigue. Más brutal es el caso de Nueva Zelanda en 1993. El Partido Nacional de Bolguer enfada a todo el mundo al continuar el programa de privatizaciones y retirada de subsidios de los Laboristas. Llegan las elecciones, hora de ajustar cuentas, y el cambio electoral es enorme. El PN pierde 12 puntos y 16 escaños mientras que los laboristas los ganan sin moverse en votos. Sin embargo, el Partido Nacional vuelve a disponer de los 50 escaños de la mayoría absoluta. Rendición de cuentas, y dos huevos duros.

Pero hablemos también de responsiveness, “responsividad” o como quiera que se traduzca. Es decir, de en qué medida los partidos siguen los dictados de su electorado, están atentos a lo que piden sus votantes. Se supone que existe un compromiso a través de los programas de los partidos políticos (que recordad, se cumplen más de lo que nos parece) para que los gobiernos lleven adelante determinadas políticas. En el caso de los sistemas de Westminster, se supone que el programa es relevante pero la unidad ante la que se busca ser representativo es ante ese distrito uninominal en el que el diputado tiene su oficina y de donde toma las ideas para elevar cuestiones al parlamento. Que esto es así en parte, seguro. Que hay cierta idealización de ello desde aquí, también.

Baste con subrayar algunas cosas. Primera, que en un sistema parlamentario un modelo Westminster se traduce en una (aún mayor) concentración de poder en el ejecutivo – dictadura electiva, en palabras del ex lord canciller Quintin Hogg. Segundo, que los cambios programáticos o la toma de decisiones impopulares salen completamente gratis entre elecciones y que no existe mecanismos de contrapeso – no puede haber congresos divididos, raro es que no hayan absolutas. Tercero, que incluso con estos distritos uninominales, la disciplina de partido suele ser elevada y se mantiene en lo esencial (aunque se debilita, parece, con el tiempo). Y por último, que incluso la proximidad con el diputado parece que no es tanta como se pinta.

Se supone que la otra cara de la moneda de estos sistemas es la gobernabilidad. Este concepto puede enmascarar muchas cosas. Si gobernabilidad es que tengamos gobiernos que agoten legislatura, sin duda estos sistemas Westminster lo aseguran. No hay IV República que valga. Si gobernabilidad es que haya un actor político fuerte (casi el único), que pueda tomar decisiones impopulares, también. Ahora, parece que esta gobernabilidad no es equivalente ni a bueno gobierno ni a siquiera un gobierno con rumbo. Más bien parece un sacrificio estéril de actores con capacidad de veto o de pesos y contrapesos. Sabéis perfectamente a lo que me refiero.

En mi opinión nos encontramos ante otro trade-off. Podemos optar por gobiernos monocolor en sistemas electorales uninominales, pero entones hay que fiar el control político al propio partido. Que haya cierta rendición de cuentas interna es fundamental; diputados y cargos medios fuertes dispuestos a apuñalar al líder. Por otra parte, podemos optar por partidos cohesionados y fuertes, pero entonces hay que intentar que no tengan absolutas para que el control político sea externo. Que tengan que cumplir acuerdos programáticos sobre la transacción entre partidos. El primer modelo es más anglosajón, el segundo es más continental (Italia, quizá, está con lo peor de ambos mundos).

El caso español lo trataré más en detalle en la siguiente entrada. Sin embargo, basta mirar cómo los partidos combinan una férrea disciplina interna con un cambiante juego de mayorías: en España la rendición de cuentas la hemos asimilado a alternancia y uno no puede pensar que falle la claridad en la atribución de responsabilidades. Si lo que el PSOE se comió en 2011 no es rendición de cuentas, que baje Przeworski y lo vea. De hecho, ser el único país de Europa donde jamás ha habido gobiernos de coalición a nivel estatal ayuda a ello. Por eso, incluso en el caso de que el Congreso se fragmente, casi seguro volveremos a ver otro gobierno en minoría apoyado desde fuera (ya veremos de quién, ya veremos apoyado por quién). Pero me interesa menos mirar el panorama general como a las comunidades autónomas, mucho más ricas en casuísticas y de las que creo que se pueden extraer algunas lecciones interesantes. También a propósito de la rendición de cuentas. Eso mañana.


5 comentarios

  1. Jose R. dice:

    «Que haya cierta rendición de cuentas interna es fundamental»

    Eso es esencial, y eso es lo que falta en la política actual.

  2. […] ha escrito un artículo sobre la rendición de cuenta en los partidos, y en el caso de las elecciones por distrito al estilo británico indicaba la importancia que […]

  3. Epicureo dice:

    Estamos deseando que aparezca la siguiente entrada. Esta ha sido estupenda, tan cierta como clara.

  4. […] Sigamos hablando de esto del fin del bipartidismo. En esta entrada voy a entrar con más profundidad en el caso español si bien solo aclarar un momento que España no es un sistema bipartidista, sino más bien un “bipartidismo imperfecto”. No olvidemos que lo anormal fue el nivel de concentración electoral en el PP y PSOE de 2008 (más del 84% de los votos), de modo que es natural regresar a la media. Veremos si al final hay la fragmentación que señalan los sondeos o si es un espejismo momentáneo causado por el voto en blanco, indecisión o la abstención. La tendencia en todo caso está clara. Sin embargo creo que el caso estatal es mucho menos interesante para lo que quiero hablar hoy; gobiernos y multipartidismo. Sería pura especulación. Lo que os invito es a que miremos al nivel autonómico, que controla más de la mitad del gasto público y cosas tan “irrelevantes” como sanidad y educación, donde sí tenemos experiencia en la materia. […]

  5. Lluís dice:

    Quizá a riesgo de anticiparme al próximo artículo, y volviendo a temas que Pablo ha tratado en artículos previos; creo que en España (en el Congreso, a nivel autonómico en bastante menor medida) se logró la cuadratura del círculo -probablemente para evitar los males de la II República: que sean factibles las mayorías absolutas (no tanto como en sistemas mayoritarios, pero en cualquier caso bastante) y por lo tanto no se debiese caer permanentemente en coaliciones, y al mismo tiempo que los partidos fueran fuertes y por lo tanto no quedar los gobiernos a la merced de la indisciplina -a veces por principios, y a veces no- parlamentaria. Supongo que la tradición en Italia es la de ser justo lo contrario: poca disciplina parlamentaria y gobiernos de coalición al mismo tiempo.

    Creo que en España se conjuraron para evitar esto, y a decir verdad el éxito fue mayor todavía del esperado; y es que cuando se desea algo se corre el riesgo de conseguirlo.

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