Política

Insiders (políticos) en todas partes

20 Feb, 2013 - - @egocrata

François Hollande llegó a la presidencia de Francia con una promesa muy clara en su programa electoral: una reforma constitucional, con cuatro puntos principales:

  1. Eliminar le cumul des mandatsesa tradición tan francesa que permite a un mismo político ser alcalde, diputado, ministro y presidente de su club de petanca simultáneamente. Es una práctica terriblemente endogámica, y fuente de infinitos problemas de gobernanza. Uno de los motivos por los que el sistema de partidos francés es una auténtica verbena (intentad seguir el Gaullismo sin que se os fría el cerebro) es la capacidad de los políticos de tener sus feudos y baronías territoriales eternamente. 
  2. Reforma del Consejo Constitucional, despolitizándolo vía sacar nombramientos automáticos de ex-Presidentes.
  3. Modificar el estatuto legal del Presidente (retirándole la inmunidad, para evitar un nuevo Chirac).
  4. Una reforma del poder judicial.

Son reformas sensatas, ciertamente; el sistema político francés tiene algunos elementos tremendamente disfuncionales, y estas propuestas eliminarían unos cuantos. Le cumul des mandats es un sistema absurdo, y no me extraña que quiera eliminarlo. Sólo hay un pequeño problema: los notables del Partido Socialista Francés están en contra, ya que (obviamente) destruye sus bases de poder.

¿El resultado? Bueno, la reforma oficialmente no va a ir a ninguna parte, con el Primer Ministro (otra estupenda tontería constitucional francesa) reconociendo que no tiene los votos en la Asamblea Nacional para sacarla adelante. Los insiders del partido y grandes beneficiarios del sistema, los diputado-alcalde-presidente regional-fallera mayor que componen la mayoría parlamentaria de Hollande han tenido que escoger entre sus privilegios y lo que les pide el jefe, y han escogido privilegios. Como (obviamente) Hollande no tiene ganas de ir a la opinión pública a criticar a sus propios diputados (más que nada porque esos mismos diputados le pueden hacer la vida imposible), una buena reforma constitucional se quedará en nada.

Esta historia, por cierto, os debería ser familiar. Hace unos días me quejaba amargamente sobre la triste inoperancia de Mariano Rajoy a pesar de disfrutar de una amplia mayoría absoluta en el Congreso. Un Presidente del Gobierno español, en esa circunstancia, es poco menos que un monarca casi absoluto; sólo el Tribunal Constitucional puede tumbarle una ley, y aún así no lo hará hasta seis o siete años después, si están de humor. El tener un poder omnímodo de forma teórica, sin embargo, no quiere decir que el Rajoy realmente tenga esa libertad de maniobra.  Como comentaba Victor Lapuente en una entrevista esta semana, cuando le preguntaban sobre la reforma de la administración (las negritas son mías):

Hubo un pacto implícito en la Transición: lealtad a las nuevas instituciones democráticas a cambio de no alterar la estructura básica de la Administración. Además, las reformas serias requieren un apoyo político al más alto nivel y no ha existido, y el “quién se ocupa de esta competencia” ha superado al “cómo podemos ejecutarla de forma más eficiente”. En tercer lugar, a diferencia de otros países, gran parte de los políticos son funcionarios y, por tanto, es mucho más difícil reformar “a los tuyos” cuando esto puede implicar que pierdan privilegios.

Los políticos franceses no están sólos en su no del todo admirable campaña para protegerse a si mismos, ciertamente.

Es bastante posible, por cierto, que cuando Rajoy y los diputados del PP piensan en si es necesario hacer reformas no se digan que deben mantener sus prebendas y la de sus amigos funcionarios. Lo que dicen, probablemente, es que ellos son una parte necesaria del funcionamiento del estado, y es obvio que los altos funcionarios deben estar al servicio de los representantes electos y por tanto los políticos deben tener amplios poderes de designación, o algo similar. La gente que se opone a reformas nunca lo hace por egoísmo, o al menos nunca lo ven de ese modo; siempre están «protegiendo un servicio público», «seleccionando a los mejores», «manteniendo el sector con vida, que esto del taxi es muy duro» o «evitando la especulación», y realmente creen que eso es cierto. Es muy difícil conseguir que alguien esté a favor de su propia autodestrucción; serán políticos, pero no son idiotas.

Reformar un sistema político o el sistema de selección de élites en un país es rematadamente difícil precisamente por esto. A menudo los políticos no cambian las reglas hasta que no empiezan a temer que con las reglas actuales van a acabar perdiendo, o cuando creen que cambiarlas les puede generar réditos electorales. Es posible que el cambio en la opinión pública española estos últimos meses empiece a cambiar estos incentivos, pero no será fácil. Sobre cuándo los países deciden reformar sus instituciones, sin embargo, hablaremos largo y tendido este domingo en la tertulia. Avisados estáis.


6 comentarios

  1. Juan de Juan dice:

    Te aportaré una opinión desde el flanco que a mí más me gusta, que es el histórico.

    No pongo en lo absoluto en cuestión lo que dices en el artículo, que está perfectamente expresado y, además, es muy obvio. Nadie, salvo quizá algunos miembros de familias reales, se dispara en el pie. Pero, a más a más como se dice en tu tierra, hay otros factores que colaboran para explicar el inmovilismo.

    Si te paras a pensarlo, Francia, como nación, como proyecto Francia, siempre ha sido inmovilista. Lo que pasa es que no lo vemos porque casi siempre nos centramos en los periodos de avance, que son muy cortos y muy profundos (cambian muchas cosas); sin darnos cuenta de que una cosa nace de la otra, o sea: la Revolución Francesa es hija de la estupidez capeta; el republicanismo moderno es hijo de las enormes torpezas de emperadores y seudoemperadores; las izquierdas-muy-izquierdas son el resultado del inmovilismo milenarista de Action Française y todos los que querían freír a Dreyfuss; y Mayo del 68 es el resultado de un general jugando a jefe de Estado democrático y decidiendo personalmente cuándo el país cambiaba, en qué medida, y hacia dónde.

    De todos estos procesos, el que me parece más interesante, sobre todo por su cercanía estructural a los tiempos presentes, es Mayo del 68. Resulta acojonante estudiarlo (yo, de hecho, te invito a que lo hagas, si no lo has hecho aun) porque es un proceso extraordinariamente rápido. En marzo de 1968, todo lo que tenían los estudiantes eran ideas genéricas contra la intervención americana en Vietnam y muchas ganas de follar. El primer conflicto con el ministro de Educación en Nanterre se produce en ese mes, y la reivindicación de los estudiantes era que chicos y chicas pudiesen estar juntos por las noches en sus habitaciones de los colegios mayores (sic). Pasan abril, mayo y parte de junio, tres meses, y Francia vive una huelga general espontánea (que nace y crece no por convocatoria sindical, sino incluso a pesar de ella) secundada por 10 millones de trabajadores (que se dice pronto); y el famoso mitin del estadio de Charléty, en el que las fuerzas de izquierdas celebraron, con excesivo optimismo, la victoria de una revolución sistémica en el país.

    La querencia francesa por el inmovilismo es tan grande que en Mayo del 68 se produce un hecho inusual en la Historia: la salida a la calle de los que nunca salen a la calle. M68 se cierra con una gran manifestación monstruo por París protagonizada por todos aquéllos a los que Cohn-Bendit ponía a parir: los oficinistas, los probos funcionarios, las amas de casa con lorzas, los jóvenes apolíticos, la gente acomodada. Los burgueses. Este tipo de gente cuya opinión no se capta visitando la calle, porque no se manifiestan, no hacen pancartas, no inventan eslóganes; sólo ven la tele, compran, y votan.

    A mi modo de ver, no son sólo las élites acomodadas en el sistema las que son renuentes al cambio; es esa mayoría silenciosa, que en Francia es menos silenciosa que en ninguna otra parte (cosa que a cualquier inquilino medianamente inteligente del Elíseo más le vale no olvidar), la que tiene la manija en la mano. Francia es uno de los países de Europa donde, por ejemplo, el debate sobre las pensiones es más difícil de conducir por derroteros racionales; y es obvio porque, cuanto más te jode el cambio, menos dispuesto estás a escuchar a alguien que te dice que lo que tienes debe cambiar.

    La sociedad francesa es inmune al cambio porque esa inmunidad acaba provocando cambios muy rápidos y de corte extremadamente radical; lo cual, en una espiral perversa, no hace sino conspirar para que la renuencia al cambio se enquiste más.

    • PaulJBis dice:

      Una pregunta: ¿qué cambio o avance sustancial supuso el Mayo del 68? Porque que yo sepa, apenas meses después ganó la derecha por goleada en las elecciones. A nivel político, no veo yo que consiguieran nada, aparte de cambios en las costumbres sociales/sexuales, que eran algo que estaba cambiando ya de todas formas.

      • heathcliff dice:

        Para mí el 68 siempre será Praga, y no París.

        Esa bisagra es fundamental.

        • Alatriste dice:

          Fue un año movidito… para mí en cambio el 68 lo que me trae a la mente es Vietnam y la Ofensiva del Tet – soy uno de esos niños que escuchaban en casi todos los telediarios palabras como Hue, Mekong, Saigón, Hanoi y Quang Tri.

  2. Carlos Jerez dice:

    Roger, gracias por el post, muy interesante lo de la no reforma francesa y los límites de poder de los líderes de la manada. En cualquier caso creo que nos quedan dos maneras para acabar con esos privilegios tan resistentes, aclamación popular con visos a costar muchos votos, o unas pelotas más grandes que las de Lincoln para acabar con la esclavitud. Y la verdad, casi nada es tan importante como la esclavitud ni casi nadie tiene el poder (ni el carácter) del difunto presidente americano.

    Saludos.

  3. Alatriste dice:

    Si son «cinco reformas sensatas», a mí me falta una…

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