accountability

Pinceladas al aire sobre élites, opinión pública y partidos políticos

13 Ago, 2012 -

Todas las democracias que conocemos se basan en el peso de la opinión pública. Los políticos actúan, los votantes los recompensan o castigan votando y, entre medias, cosas como la prensa o las encuestas sirven a los políticos de proxy para ver como de probable es que en las próximas elecciones sean elegidos o no.

Una pregunta clave en todo esto es ¿qué es lo que forma la opinión pública? Es clave porque, al margen de las preferencias ideológicas de cada uno, no termina de estar claro qué explica la forma de entender de los votantes qué política son o no son posibles. Un primer conjunto de respuestas es que, por un lado, cada persona está más o menos en condiciones de formarse sus propias opiniones sobre política. La prensa, los medios, la cultura, todo eso, juegan un papel importante.

En lo que me quiero centrar en este post es en el papel de las élites y los partidos políticos en la formación de la opinión pública. Una parte razonable de los votantes vota de forma ideológica y la ideología es algo que está bastante influido por lo que defienden distintos actores políticos. Esto es algo que se ve bastante bien en ese tipo de debates inútiles dónde se intenta definir qué es de izquierdas y qué es de derechas: al final, no es algo que se pueda definir por el contenido, sino que lo que es de izquierdas es lo que defienden los partidos de izquierdas y lo mismo con lo de derechas, siendo estos contenidos históricamente contingentes. En general, me parece razonable asumir que a la hora de formar sus creencias políticas, el votante medio le da un peso significativamente distinto de cero a lo que defiende el partido con el que se siente más identificado, bien directamente, bien indirectamente a través del impacto que tiene la acción de este sobre las identidades políticas y la ideología.

Volviendo al problema del principio, esto plantea que la ideología y las preferencias políticas son endógenas (se forman dentro del proceso político) y por tanto están afectadas en cierta medida por el contexto institucional. Pero, si los votantes votan en cierta medida de forma ideológica, ¿qué es lo que garantiza que los políticos, con la idea de ganar elecciones, no hagan más demagogia de la que observamos para manipular a la opinión pública? Entiendo aquí por demagogia prometer cosas que no están en el menú de políticas posibles («aumentar el gasto social, reducir el deficit y no subir los impuestos»), pero que los votantes están en condiciones de creer. Aquí, de nuevo, es razonable pensar que hay muchas fuerzas; desde las creencias preexistentes de los votantes hasta la prensa, los medios, los intelectuales; «la sociedad civil». Sin embargo, esto en mi opinión solo desplaza el aspecto un poco más allá: a menos que cada ciudadano forme su opinión en una isla desierta, es razonable pensar que hay muchos equilibrios de creencias pensables de forma que si todas los formadores de opinión («élites») convergen a uno de ellos, terminarán arrastrando a cada individuo y para simplificar la discusión me fijaré solo en el papel de los partidos políticos como marcadores de agenda.

Esto nos lleva a una de mis obsesiones más persistentes: el conflicto entre la ética de los principios y la ética de las responsabilidades. En general, suele existir una brecha entre las creencias de los gobernantes y las de los votantes. Los políticos que están expuestos a la experiencia de gobernar tienen la sensación de que las opciones son muy restringidas, de que tienen las manos atadas y de que todo es muy complicado. Los votantes, salvo que se trate de expertos en un tema concreto, parten de la idea de que el conjunto de elección es mucho más amplio, que elegir depende únicamente de la voluntad política y como consecuencia de ello tienen planteamientos mucho más radicales.

Es posible hacer una distinción interesante entre «partidos de gobierno» y «partidos de oposición». Tipicamente, un partido de gobierno tiene experiencia gobernando y está más o menos al corriente -sus élites, sus estructuras, su cultura política está amoldada a ello- de qué cosas son factibles y cuáles no. Además, la expectativa de estar en el gobierno mañana les hace defender políticas dentro de la responsabilidad. A medio plazo, esto genera una colusión entre los partidos mayoritarios sobre el tipo de políticas que son y no son aceptables en el discurso político y esta «corrección política» se refuerza con una cultura política que ejerce un feedback sobre las creencias del electorado.

Enlazamos así con un tema que ha tratado en un par de ocasiones mi amigo Pablo Simón: problema de la estabilidad de los sistemas de partidos. Para que una democracia funcione, el sistema de partidos tiene que ser estable. Esto es así obviamente por razones de «accountability»: si no hay una continuidad en las estructuras de partidos, no hay nada que prolongue la responsabilidad política a lo largo del tiempo. Pero también, y esto es algo que creo que no se trata lo suficiente, es importante porque, al mantener cierta estabilidad entre las élites, hace posible que un equilibrio como el que señalaba en el párrafo anterior sea estable. Si todos los partidos se comportan como partidos de oposición, no hay socialización de las élites y no hay nada que discipline a los partidos políticos. En otros sitios, dónde no hay partidos políticos (como en Francia o en EUA), esto funciona gracias a notables; pero la estabilidad de las élites políticas es similar.

Todo lo anterior produce una de esas conclusiones melancólicas que plagan las ciencias sociales analíticas: existe un tradeoff entre la «atacabilidad (contestability)» del mercado político que es, en teoría, la esencia de una democracia, por un lado, y la eficiencia procesando información y generando creencias acertadas de un sistema político, por otro. Una democracia es, en teoría, un sistema dónde cualquiera puede presentarse a las elecciones y ganar presentando cualesquiera alternativa que no están excluidas. Sin embargo un sistema sin barreras de entrada, dónde la oferta política no está restringida, sin cuerpos intermedios es un sistema dónde no pueden emerger partidos de gobierno.

Un aspecto interesante es, entonces, qué tipo de factores sostienen este equilibrio. La mayor parte del tiempo, me refiero en situación en las que no hay crisis profundas, existe un consenso político y social para aprobar las instituciones políticas en sentido amplio. En sentido amplio, esto es, incluyendo cosas como la cultura política que señalaba antes, los partidos políticos mayoritarios y las élites del régimen. Lo que sostiene este consenso no son creencias profundas, sino heurísticos relativamente frágiles: yo tengo cierta confianza en lo que dice el periódico que leo o el partido que compro y solo a posteriori hago un examen crítico. A la inversa, también tiendo a ver con desconfianza lo que defiende un partido que me produce rechazo.  Lo característico de una crisis -política o económica- es que este consenso, el sistema institucional, se resiente. La gente ve como su bienestar y el de la gente próxima se resiente y deja de confiar en las élites y de considerar las ideas recibidas («la cultura política») como válidas. Ortega lo contaba mejor que yo:

las masas se han hecho indóciles frente a las minorías: no las obedecen, no las siguen, no las respetan, sino que, por el contrario, las dan de lado y las suplantan

La rebelión de las masas,  pg 30

En relación con esto, cabe preguntarse si el tipo de instituciones intermedias que aguantan este equilibrio siguen teniendo la misma validez hoy y que consecuencias tiene eso para la democracia tal y como la conocemos. Hoy, cada vez más, los intermediarios políticos están viendo como su papel se erosiona. La movilización política es cada vez más sencilla al margen de los partidos y tenemos un ciclo informativo permanente que erosiona el margen para que exista cierto filtrado o cierta colusión en las alternativas. El tipo de pregunta que es pertinente es, suponiendo que el análisis anterior sea acertado y en el pasado los Volkspartei hayan jugado un papel importante disciplinando el discurso político ¿qué va a sustituirlos?


28 comentarios

  1. Penny dice:

    Tras leer esta interesante post, me surgen algunas preguntas:

    ¿Cuál es la función objetivo de (las elites de) los partidos políticos?

    ¿Se diseñan las políticas públicas a la luz de la frontera del conocimiento?

    ¿Hay que restringir la oferta política para que pueda emerger partidos de gobierno?

    Una ideología: ¿no es un tipo de pereza intelectual?

  2. Cives dice:

    La ideología es un conjunto de prejuicios, es decir, un atajo cognitivo que tiene sentido. Y es como los culos, todos tenemos una

    La función objetivo no está clara porque son organizaciones complejas. Gonzalo Rivero me ha recomendado este libro qeu tengo en lecturas pendientes http://www.amazon.com/Policy-Office-Votes-Political-Comparative/dp/0521637236

    Las políticas públicas, en la práctica, se diseñan como buenamente se puede.

    Sí, hay que restringir la oferta en alguna medida, eso es lo que digo de las barreras de entrada. Las constituciones sirven para eso, entre otras cosas.

  3. Penny dice:

    Muchas gracias, Cives, por la referencia. La leeré con cuidado

    ¿Qué sistemas de incentivos se pueden establecer para minimizar el papel del office-seeking y para que el diseño de las políticas públicas responda al bienestar colectivo?

    ¿Cómo abrimos los ojos a los votantes para que sean más analíticos?

    PD ¿Se te ocurre alguna forma de extorsionar a Gonzalo Rivero para que escriba aquí? 🙂

  4. Epicureo dice:

    Esta saludable desconfianza en la racionalidad y el conocimiento de la gente podría aplicarse tanto a la política como a la economía. La gente no tiene por qué ser más lista cuando compra y vende que cuando vota.

    Si en política lo ideal parece ser un pequeño «oligopolio» de posibles partidos de gobierno, sometidos a unas reglas acordadas ¿no podría ocurrir lo mismo en otros mercados? Quizá la obsesión por liberalizar y abrir a la competencia absolutamente todo esté de hecho reñida con la eficiencia y no sea más que una inercia ideológica.

    El problema, como en todo, es no pasarse ni quedarse corto. Nuestro sistema de partidos está diseñado para la estabilidad y ya lleva 20 años de estabilidad. El resultado es que la élite de todos los partidos de gobierno es de una calidad pésima y lo único en lo que están de acuerdo es en mantener el sistema para no dejar entrar nuevos actores.

    Pienso que lo ideal es que los partidos «de gobierno» no tengan tan seguro que lo van a seguir siendo siempre, que tienen detrás a un competidor con posibilidades de quitarles el sitio. Y, si lo hacen muy mal, que lo pierdan. O, si no los partidos, sí las élites de los partidos, por medio de la democracia interna.

    • Cives dice:

      «¿no podría ocurrir lo mismo en otros mercados?»

      No. A estas horas de la mañana siento que necesito un modelo para explicar esto porque todavía no me hacen contacto las neuronas pero, cuando tú votas, las decisiones se agregan en un órgano que es el parlamento, o el gobierno, que toma decisiones globales e inseparables que nos afectan a todos (estamos gestionando bienes públicos). Cuando tú compras un bote de salsa de tomate, esa decisión tiene que ver con un bien privado y es más o menos separable de las del resto de consumidores.

      Dicho esto, en mercados con problemas de información aparecen problemas similares, pero en estos casos hay mecanismos alternativos, como la regulación. No puedes «obligar» por ley a un político a no mentir (¿como? ¿quién? ¿quién determina que ha mentido?); puedes obligar a una empresa a cumplir su contrato o a no mentir.

    • Cives dice:

      La idea básica del segundo punto después del primer café es esta:

      Cuando un mercado tiene problemas graves de información, hay al menos dos formas de resolverlo: encargarle a un tercero -a menudo el Estado, pero no necesariamente- que supervise que la información es verídica y no te están vendiendo humo (regulación) y la reputación.

      Como en el mercado político no puedes regular lo que se vende (porque no hay forma de hacerlo sin que termine siendo una dictadura; ¿como obligas a los político sa ofrecer políticas viables y no vender humo? es dificil) tienes que hacer que los agentes desarrollen una reputación a través del trato repetido y eso requiere cierta estabilidad.

      La reputación también existe en los mercados de productos, pero en general hay otras formas más eficaces de regularlo. Pero aquí, aparte de las relaciones suelen estar más despersonalizadas (no compras porque el presidente de la empresa te inspire confianza).

      No descarto que se me ocurra otra cosa conforme avance la mañana

      • Epicureo dice:

        Acepto que el mercado electoral es muy diferente de otros mercados.

        También acepto que la reputación es importante. No obstante, no me parece que sea tan importante la estabilidad a muy largo plazo. Los electores no se caracterizan por tener memoria de elefante.

        Por otra parte, habría que poner a prueba la hipótesis de que la experiencia de gobierno hace a los partidos más razonables. Recuerdo a uno, lleno de gente experimentada, que durante dos legislaturas hizo una oposición totalmente destemplada e irresponsable.

        Una cuestión que quizá no hayas considerado es que el ser un partido «de gobierno» en un sistema estable no es necesariamente un incentivo para hacer las cosas bien; puede ser todo lo contrario, porque las barreras de entrada son también barreras de salida. No importa tanto perder unas elecciones cuando sabes que después de un par de legislaturas vas a volver al poder, porque no hay más opciones. El resultado puede ser (en España lo ha sido) un deterioro progresivo en la calidad de las candidaturas y la acción de gobierno.

        ¿Y qué ocurre cuando los dos grandes partidos han gestionado fatal y tienen una reputación igualmente pésima? Si las barreras de entrada hacen imposible sustituir a los partidos de gobierno, el resultado será (ya lo estamos viendo) el abandono de la política y la aparición de formas alternativas, incluso violentas, de protesta.

        Es posible que las mismas barreras de entrada contribuyan a radicalizar a los partidos alternativos. Cuando tienes cerrado el acceso a los medios de comunicación de masas y al Parlamento, la única forma de darse a conocer es hacer todo el ruido posible y vociferar consignas. Si hay más de dos partidos con posibilidades de gobernar, podríamos llegar a tener más de dos partidos razonables.

        Yo concluiría con que todo está en la medida. Un sistema demasiado anárquico, lleno de pequeños partidos absurdos y escisiones (como Israel o Italia en un tiempo) no nos dará gobiernos eficaces, o nos los dará con pésimos programas. Un sistema demasiado rígido, como el de España, acaba deteriorándose y anquilosándose.

        • Cives dice:

          «Los electores no se caracterizan por tener memoria de elefante.»

          A corto plazo no. El mecanismo que sugiero es que esto actúa a través de como se forman las concepciones normativas, la «cultura política», los tabúes de lo que se puede y no se puede hacer. En España, por ejemplo, es tabú, o al menos lo era hasta hace poco, poner en cuestión la herencia de la transición. Nadie lo hace porque era electoralmente costoso y como nadie lo hace, los electores perciben que es inadecuado que lo hagan y eso es un equilibrio reforzado por ambos lados.

          «¿Y qué ocurre cuando los dos grandes partidos han gestionado fatal y tienen una reputación igualmente pésima?»

          Si te fijas, en el post explico que hay un tradeoff. En el fondo, esto es un problema de circulación y sustitución de élites muy parecido al que puedes ver en una transición política. Si me da tiempo igual escribo sobre esto. GRacias por darme la idea

    • Penny dice:

      Hola Epicureo

      Sobre desconfianza en la racionalidad y economía: Es buen punto. De hecho, la rama de Behavioral Economics se dedica a estudiar las decisiones de los agentes sin emplear el supuesto de racionalidad o teniendo en cuenta que la recogida y el procesamiento de la información son costosas. Es un campo en el que queda mucho por desarrollar, pero es muy interesante

      Sobre competencia: La competencia entre empresas nos permite al conjunto de los consumidores disfrutar de precios menores y mejorar nuestro bienestar. Claro, que los agentes protegidos por barreras de entrada o con poder de mercado pueden perder mucho con los cambios y no lo van a poner fácil

      No me convence nada lo del oligopolio político. Como dices, los partidos tienen que tener muy claro que alguien tiene posibilidades de quitarles el sitio

  5. varo dice:

    Todo esto es muy interesante, y está muy bien escrito. A mí me da la impresión de que los partidos de gobierno, aquellos que operan dentro de los horizontes de lo posible, pueden tender a funcionamientos perversos: el gasto de la mayor parte de sus energías en el mantenimiento y la estabilidad de ese horizonte. Lo cual también puede terminar por empequeñecerlo.

    Y si el modelo, el horizonte, propuesto resultara disfuncional, algo que, discutiblemente, podría darse ahora, mala suerte: resulta ser el único posible.

  6. Carles Sirera dice:

    Uff, entre tanto tópico y prejuicios probados no se sabe cómo, intentaré resumir el intratexto de este post: los demás (el pueblo común, la masa o todos esos que me incordian por no adorarme) son incapaces de alcanzar la categoría de ente racional (¡malditos plebeyos devenidos en ciudadano a pesar de su necedad que les imposibilita aprehender la autonomía de la razón kantiana¡), por eso tienen una cosa llamada ideología que es el conjunto de sus fobias e imperfecciones personales. Esa bolsa de tonterías infantiles es ordenada correctamente por las elites o los partidos políticos para evitar que imperfecciones del sistema o catástrofes hobbesianas. Gracias a esta tarea de formación de la opinión (poco sabemos del tema… esta frase es antológica: “y de considerar las ideas recibidas (“la cultura política”) como válidas”), se logra la necesaria estabilidad indispensable para que una democracia funcione. Porque en “un sistema sin barreras de entrada, dónde la oferta política no está restringida, sin cuerpos intermedios es un sistema dónde no pueden emerger partidos de gobierno”.
    Falta concluir o titular: Muerte al 15-M, me ofrezco a cualquier gran partido para ser realmente elite competente y modernizadora de España (mira tú por donde, el gran sueño de Ortega, ese gran mediocre copión/traductor).
    Dices que estás leyendo a Thompson e imagino que no lo entiendes o no lo compartes.
    Por cierto, ¿no os parece patológico el empleo obsesivo que hacéis de la palabra elite cuando os referís a “servidores públicos”? ¿Se trata de algún tipo de complejo psicológico (proyección del deseo no realizado)?
    Al final vuestro barojismo resultará tierno y todo (¿Será esa la causa de la absoluta falta de colaboradoras en este blog?)
    Bueno, en breve un post dedicado a la gloria de Burckhardt, Nietzsche, Mosca y otros adalides de las elites bien entendidas que supieron limitar correctamente la oferta política por el bien del sistema y la población/Nación/Progreso. (No cito explícitamente a ningún totalitario para que no me acusen de caer en la Ley de Godwin). A veces tengo la impresión que el sustrato cultural falangista abonó el mejor terreno posible para que creciera el liberalismo autoritario y antidemocrático de Hayek.
    Bueno, como mínimo, algunos sabemos conformarnos con el “free competition for a free vote” que, en vez de tragedia para la democracia, consideramos su mejor salvaguarda.

    • Cives dice:

      Hola Carles

      Siento que la jerga te desagrade. Me gustaría que ofrecieras algún argumento aparte de ironizar sobre el mío. Este es el último comentario de este tipo que te acepto.

      No creo que caricaturizar mi argumento sea algo muy productivo para el debate. Lo único que estoy asumiendo es que las personas usamos atajos conceptuales, mitologías y prejuicios para tomar decisiones porque tenemos limitaciones cognitivas. Cuando uno tiene más información sobre un tema o algo es simple, emitir juicios es más barato (cognitivamente hablando). Es algo bastante bien establecido en psicología.

      Traducido a la política no tengo ni idea de como te formas tú tus opiniones sobre los temas en los que no has leído al menos un par de miles de páginas, pero yo, al menos, me baso mucho en mis prejuicios («ideología»). Mi experiencia es que cuando trabajas en algo seriamente, tu percepción cambia sustancialmente -y eso implica, sí, que hay una jerarquía en las opiniones. Me cuesta realmente entender que te parezca inaceptable asumir que alguien expuesto al estudio o a la experiencia de algo tenga más información sobre ese algo que alguien que no lo está.

      Me parece qeu todo lo demás se sigue de esto.

      • Carles Sirera dice:

        El problema que tú planteas fue expuesto, por primera vez, en los conflictos entre ilustrados y jesuitas del siglo XVIII. Los primeros consideraron que todos los problemas políticos se resolverían mediante la razón porque gracias a su constante ejercicio se lograría evitar las “limitaciones cognitivas”. El sueño kantiano de la razón ilustrada. Por el contrario, los jesuitas consideraban que la fe era superior a la Razón y que el modelo ilustrado llevaba a un mundo amoral, materialista con un utilitarismo mezquino. Para los jesuitas, la razón no servía para los problemas políticos, porque nuestras “limitaciones cognitivas” provenían de nuestros valores, de nuestra moral.
        La dicotomía que tú ordenas (experto o técnico profesional frente amateur, ciudadano limitado cognitiva/ideológicamente) no existe. Igual de condicionados ideológicamente están el experto como el ciudadano desinformado, aunque tú creas una diferencia al suplantar “deseo/preferencia” por información en esta frase: “Me cuesta realmente entender que te parezca inaceptable asumir que alguien expuesto al estudio o a la experiencia de algo tenga más información sobre ese algo que alguien que no lo está”. Como es evidente, tiene más información, pero eso no implica que él no esté igual de condicionado que el ciudadano lego. Los comentaristas deportivos tienen mucha información y conocimiento, pero los colores les pueden.
        La única solución a esta problemática, como machaconamente ha insistido Habermas (con quien fui muy injusto en mi adolescencia arrogante, pero ahora revalorizo como nunca), es la democracia deliberativa, la clásica opinión pública de liberalismo decimonónico. Una opinión pública abierta, inclusiva, racional y activa donde la competencia de ideas por ganarse el favor de la mayoría es, en última instancia, la única posibilidad de validar su legitimidad.
        Tú, por el contrario, propones en este post un espacio de participación política limitado para garantizar su estabilidad, gracias a una selección correcta de elites/expertos capaces que lograrán su correcto funcionamiento. Vuestro blog, de hecho, tiene como idea fuerza que el problema de España no es que haya establishment, el problema es que las elites de ahora son tontas. Son, por lo tanto, las consecuencias de la dicotomía que tú estableces lo que me molesta. Que hay expertos y legos, evidentemente, pero los expertos no tienen más legitimidad política que los legos per se.
        Además, me sorprende que afirmes que “Lo único que estoy asumiendo es que las personas usamos atajos conceptuales, mitologías y prejuicios para tomar decisiones porque tenemos limitaciones cognitivas. Cuando uno tiene más información sobre un tema o algo es simple, emitir juicios es más barato (cognitivamente hablando). Es algo bastante bien establecido en psicología.”, porque más bien se sostiene que, cuánta más información, más difícil la toma de decisiones, pero, curiosamente, no se toman mejor que de manera intuitiva. Hay mucha literatura crítica sobre los “expertos” y su infalibilidad, ya que, en muchas ocasiones, yerran más que el común de los mortales tanto ante preguntas simples como complejas.
        Finalmente, lamento que te molestase mi caricaturización de tus argumentos, pero me sorprende. Aunque los dos tenemos una opinión similar sobre Vicenç Navarro, tú la expresas en muchas ocasiones de una manera que algunos pueden considerar despectiva e hiriente (sobre gustos no hay nada escrito). Soy de los que usa del respeto y la humildad en los debates intelectuales: el problema es que me gusta el respeto y la humildad como constante de todos para todos.

        • Cives dice:

          VN: es una cuestión de estándares. Lo considero una persona que ha dado pruebas más que suficientes de deshonestidad intelectual profunda pero que, a pesar de ello, goza de un respeto totalmente inmerecido en muchísimos círculos. Creo que la opcíon del respeto contribuye a mantener esa sobrevaloracíon. Tengo un planteamiento parecido con la religión.

          Ahora, el tema de fondo. Si no he entendido mal (por favor, podría rogarte que fueras algo más sintético en tus respuestas?), aceptas que hay gente que tiene más conocimientos sobre determinados cosas, pero piensas, me imagino, que eso no los hace más legítimo porque la ideología los condiciona igual, así que todas las opiniones valen lo mismo en la arena política.

          Aquí hay varias partes que me gustaría matizar. Yo, personalmente, soy profundamente escéptico sobre que los debates o la deliberación converjan hacia algo parecido a la verdad. Pero no hace falta ser tan cínico como yo para que el argumento del post te parezca válido.

          Es suficiente con que admitas que para que converjan hacia la verdad tienen que estar enmarcados dentro de unas reglas determinadas. Es decir, que, dependiendo del marco en el que se lleve a cabo la «deliberación» y «el debate público», se converge a un resultado u otro porque la gente proceso la información de forma distinta dependiendo de como se les presente.

          Piensa en una dimensión del marco institucional como es el sistema de voto. ¿Qué es más democrático, un sistema mayoritario o uno proporcional (puro)? A priori, es dificil decirlo ¿no? Dado que uno converge a un sistema bipartidista y el otro a uno muy framentado, ambos producen (probablemente) dinámicas de opinión pública distintas. ¿Con qué criterio eliges cuál de los dos marcos es mejor?

          Otra cosa que me gustaría matizar es qeu yo no niego que haya un conflicto de intereses entre los «expertos» y «los legos». Por eso no podemos tener un gobierno donde la gente no vote. Lo que estoy sugiriendo es a) Posiblemente haya que poner otras cosas en la balanza además de lo democrático que es un sistema y b) que, igual que no consideramos democrático un sistema que no tenga una prensa o un sistema educativo plural, a la hora de evaluar lo democrático que es un sistema habría que ver si tiene el marco y los cauces apropiados para que las opiniones de la gente se formen correctamente.

          • Carles Sirera dice:

            Sobre VN: con tu actitud, sólo logras aumentar el respeto que genera como respuesta o mecanismo defensivo por parte de sus acólitos. Es poco funcional. Supongo que es un ataque visceral (¿lo soportaste de profe?).

            Sobre el fondo del post:
            Primero: no creo que ningún debate público converja en una verdad, porque no hay verdad objetiva si se trata de implementar políticas públicas que deben conciliar preferencias y aversiones de los ciudadanos, preferencias subjetivas. Asimismo, pretender que hay unas normas exógenas al debate público que permiten dirimir qué es verdad o quién tiene razón es un error que suelen cometer los matemáticos y Bertrand Russell.
            Segundo: mezclas el modelo parlamentario británico con uno de representación proporcional para referirte al carácter democrático del voto y mantienes que el parlamento condiciona la opinión pública, cuando, más bien, el proceso es inverso. Esto es otro error. Pero, en respuesta a tu pregunta: sin lugar a dudas, prefiero (para mí es mejor) un sistema parlamentario articulado mediante partidos que se presentan en circunscripciones electorales grandes con la mayor proporcionalidad posible entre voto y representación.
            Tercero: esto es otro error: “b) que, igual que no consideramos democrático un sistema que no tenga una prensa o un sistema educativo plural, a la hora de evaluar lo democrático que es un sistema habría que ver si tiene el marco y los cauces apropiados para que las opiniones de la gente se formen correctamente.” ¿Quién y cómo determina que las opiniones de la gente se forman correctamente? Supongo que Lenin, que es quien más ha escrito sobre el tema.

          • Cives dice:

            Bueno, supongo que llegamos al fondo del desacuerdo. Yo tengo por cierto que tanto analíticamente como en el mundo real, dados unos objetivos de corte normativo, hay formas más o menos objetivas de determinar a) Si son alcanzables b) Cuál es la forma más eficiente (menos costosa, que permita conciliarse con otras cosas que consideremos deseables) y que, digámoslo de paso porque obviamente esto tiene una dimensión ética, por eso es posible el progreso y merece la pena dedicarse a las ciencias sociales -sí, soy un positivista anticuado que cree en la guillotina de hume. Pienso, además, que la mayor parte de las sociedades que conocemos se basan en que hay alguna forma de determinar este tipo de cosas y que discutirlo supone ir en contra de lo que de hecho una amplia mayoría de gente. Supongo que desde algún tipo de relativismo cognitivo particularmente extremo, esto es discutible, pero creo que aquí dónde «we agree to disagree».

            También pienso -y esperaba que tú y tu respeto habermasiano estuvierais de acuerdo- que incluso en el plano normativo no hay, al menos en las sociedades occidentales, desacuerdos profundos e irreconciliables, sino que casi todo el mundo está de acuerdo en qué es una sociedad justa. Esto es menos convencional, pero creo que resiste un análisis de fondo. Los desacuerdos están en el plano positivo y, como creo que ahí es más o menos fácil separar lo que se sostiene y lo que no, pues tengo una visión de la democracia más schumpeteriana y menos habermasiana que tú. Pero esto, repito, es salirse del tema del post y solo lo menciono por razones de completitud.

            Luego aclarar:

            » mantienes que el parlamento condiciona la opinión pública, cuando, más bien, el proceso es inverso. »

            Estoy manteniendo que va en ambas direcciones. La estructura del parlamento marca que temas están (o no están) en la agenda política.

            Con esto creo que podemos dar por cerrada la discusión.

  7. Aquí un interesantísimo artículo en El País publicado hoy 15 de Agosto sobre la politización de la Función Pública:

    http://elpais.com/elpais/2012/07/23/opinion/1343043295_174561.html

  8. Maese Alcofribas dice:

    Pues sí que hay colores para todos los gustos, porque en mi opinión, que empecé a comentar por aquí debido a lo que me parecía un discurso irrespetuoso y soberbio, desde hace determinado tiempo Cives ha cambiado ostensiblemente en ese aspecto, mientras que Roger anda por el camino contrario (aunque estoy seguro de que se trata más de un estilo comunicativo tendente a lo coloquial que de una disposición personal). No considero este post irrespetuoso

    Otra cosa es que los argumentos expuestos se asienten en una premisa asumida sin discusión, por más que haya sido debatida-criticada-discutida con mejor o peor suerte en este blog, sobre la capacidad de la ciencia económica para guiar la acción política por encima de un nivel de certeza “exigible”, para definir con dicho nivel de certeza cuál es el horizonte de lo posible, y dentro de este, de lo mejor o menos malo

    Luego, en función de esto, discutir si en el carro sólo debe ir Techné, Habermas, o si en el caso de que ambos debieran entenderse, quién debe tirar del carro. En mi opinión, Habermas debe tirar del carro, continuamente asesorado por Techné y Phrónesis. Escuchará con igual respeto a ambas

    Por otra parte, ante la caleidoscópica realidad cada cual se centra en aquellos aspectos que le dicta su particular aversión al riesgo. Yo diría que Cives es averso al riesgo en lo político y menos en lo económico, al contrario que yo. A él le obsesiona cómo conjugar los principios con lo posible, y a mí que la realidad de hecho de los “principios unicórnicos” se utilice como coartada para manipular ante la opinión pública la concepción de lo posible (y dentro de esto, de lo recomendable), y así promover políticas económicas en función de determinados intereses y no de otros. Ambas obsesiones son productivas

    ¿Alguien ha analizado la historia de la filosofía en función de la personalidad de los filósofos? Me resulta obvio que Kant era bajo en neuroticismo y moderadamente cordial. Nietszche era un neurótico con una capacidad introspectiva ultrahumana (fatídica, para él, combinación). No podían haber pensado de otra manera a como lo hicieron

    • Carles Sirera dice:

      Estimado F.R.

      Como bien sabes, los hacedores de pronósticos de Lovaina monopolizan la Techné. Habermas debe escuchar para obedecer. Los primeros humanistas, cristianos temerosos, sabían que la Razón y Dios eran la misma potencia y, por esa poderosa “razón”, nuestro conocimiento sobre el mundo era limitado, porque nunca nos elevaríamos al nivel de la razón pura o absoluta de tan imperfectos, volubles y egoístas que somos. Soberbia de los ilustrados pensar que sus procedimientos eran más perfectos que el de los astrólogos.
      Como bien sabrás (si eres tan bien leído como supongo), Berlioz se negó a entender que Kant, después de refutar las cinco pruebas de la existencia de Dios de Santo Tomás, necesitara crear una sexta prueba. Sólo por ello merecía estar tres años encerrado en Solovkí. La cuestión es que Kant quería prevenirnos de los Kissingers futuros, demiurgos capaces de conocer y prever el futuro.

  9. José Jarauta dice:

    En una mirada desapasionada sobre élites y regímenes políticos ninguno de los que conozco me impresionan de forma singular. Circunstancial y provisionalmente algunos me parecen más equilibrados o longevos sin más. En cualquier caso mi programa de mínimos consiste en poder expresar mi opinión, mi desagrado o mi reprobación total sin acabar en la cárcel o algo peor. Ni más ni menos.

    La selección de élites (los que mandan vulgarmente dicho)) es un problema que ya atrajo a Platón y visto el debate contemporáneo no veo que haya avanzado mucho, es posible que sea cuestión de ADN y algunos pretendan echar mano de eugenesia educativa o de capacidades, o quizás de algún misterioso equilibrio institucional que a día de hoy no se ve la manera práctica de alcanzarlo (o yo no lo he visto).

    En mi biografía como votante pasé de votar en la esperanza a votar a la contra (evitar lo percibido como peor o negativo, voto útil) para pasar a votar lo irrelevante o no votar para mostrar mi rechazo (voto inútil ¿?).

    Ni espero ni deseo que los votantes lleguen a un acuerdo sobre la mejor de las sociedades (coincidencia en medios y fines) en primer lugar porque es imposible y en segundo lugar porque el resto de las consideraciones me sobran.

    Que los votantes estén medianamente informados y simultáneamente sean entre otras cosas unos especialistas perfectamente formados y eficientes lo considero una entelequia (cuento) que no resiste el análisis crítico más elemental. Es cuestión de tiempo y en la vida de la mayoría es un bien escaso.

    En las sociedades humanas lo provisional tiene la tendencia ¿sana? a convertirse en permanente, siempre ha sucedido así por motivos que creo obvios y si no la politología sobra. Eso en definitiva es al mismo tiempo una gracia y una desgracia, en su ausencia blogs como todos los que leo carecerían de toda utilidad y sentido. Sus autores podrían dedicarse al «carpe diem» sin ninguna sensación de culpabilidad, aunque no sientan tendencia natural hacia ello.

    El que algo quiere algo le cuesta, cualquier concepción elitista tiene mi rechazo frontal y aunque parta de mi propia visión tiene mi más absoluto desprecio. Y sí, es una posición ideológica y no tengo intención de cambiarla.

    España es un país de trincheras perfectamente definidas desde hace un par de siglos y eso condiciona todo, lo veo todos los días y no tiene fácil solución. Para ser sincero desconozco la solución, por eso leo blogs como éste.

    Si algo he aprendido de la historia es que para que algo fracase primero tiene que triunfar, estamos en uno de esos momentos y también tienen sus cosas buenas. Algo se puede hacer para evitar sus consecuencias más negativas

  10. Penny dice:

    Cives: como bien sabes, los criterios de eficiencia generalmente no permiten determinar soluciones únicas, sino solo continuos de posibilidades

    Un ejemplo sencillo es el de intercambio entre dos agentes. En general, el problema tiene infinitas soluciones eficientes

    Hay que aplicar otros criterios.

  11. Carles Sirera dice:

    A pesar de que consideras cerrada la discusión:
    Primero: No soy un relativista cognitivo, mi primera crítica fue porque establecías una jerarquía cognitiva entre expertos y ciudadanos legos (juicio descriptivo) que de forma tácita derivaba en la conclusión de que las elites debían estar formadas por expertos para que la democracia y la opinión pública funcionasen correctamente (juicio normativo). Esto, por cierto, sí es la guillotina de Hume.

    Segundo: es evidente y no resiste un análisis de fondo que en todas las sociedades occidentales consideramos la pena de muerte, la asistencia sanitaria universal y el derecho a interrumpir el embarazo como cosas justas. Los desacuerdos son simplemente positivos y por eso es más o menos fácil separar lo que se sostiene y lo que no.

    Tercero: en la argumentación de “dados unos objetivos de corte normativo” olvidas que no son “dados”, son decididos. Por lo tanto, implican preferencia subjetiva. Decidir esos objetivos suelen ser preguntas más trascendentales que si son alcanzables y a qué coste. Pero, curiosamente, al experto no le despiertan interés, porque él los considerada “dados” por su objetividad. De hecho, el experto es necesario y poderoso porque es el mejor para determinar si son alcanzables y a qué coste.

  12. […] un mal que está realmente arraigado. Esta falta de madurez emerge por todos lados, desde que falla lo que se llama la “acountability” o el dar cuenta de, porqué ni leemos los programas, ni tampoco es que castiguemos electoralmente a […]

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