Otra noche de primarias, otra vuelta de tuerca al maravillosamente confuso circo republicano. En dos estados en los que Mitt Romney se esperaba que se estrellara, Alabama y Mississippi, el ex gobernador cumplió con los pronósticos y efectivamente perdió, quedando tercero en ambos estados. La derrota ha escocido especialmente ya que algunas encuestas daban al pobre Mitt como posible ganador en en al menos uno de los dos estados,  y este ciclo de «casi, pero no» es lo que hace que los periodistas hablan de gran decepción y fracaso. Otro palo en la rueda en la maquinaria del candidato inevitable, que parece quedarse encallado en los sitios más tontos.

El pequeño problema para el gran ganador de esta noche, el impagable Rick Santorum, es que ha sido una victoria pírrica: por mucho que haya quedado primero en ambos estados, el sistema de reparto proporcional de los delegados para la convención hace el escaso margen recorte distancia con Romney. La cosa es especialmente triste para el ex-senador, ya que el culpable del ajustado resultado es del segundo en ambos estados, el cretino de Newt Gingrich, ejerciendo de perro del hortelano para el voto conservador.

La cuestión central, por descontado, son los delegados, y Romney ahora mismo tiene una ventaja considerable, casi insalvable para Santorum. Si Gingrich sigue dedicándose a tocar las narices sin ganar nada, de hecho, es completamente imposible que el bueno de Rick consiga evitar que Romney llegue a la mayoría. La campaña, ahora mismo, entra en un compás de espera: si Newt abandona la carrera antes de abril, Santorum tiene la posibilidad, aunque sea remota, de evitar que Romney acumule suficientes delegados antes de la convención. Si no lo hace, Romney puede seguir sumando a base de perder por poco y tener suficientes apoyos en el saco a finales de mayo.

Y sí, un político racional que deteste a Mitt Romney en la situación de Newt se retiraría mañana mismo. Newt no es un tipo especialmente racional.