Ciencia recreativa

¿Cómo de democrático es el mercado?

7 Dic, 2011 -

Decía en el post anterior que lo que venía a plantear Alberto sobre el carácter «democrático» de los mercados era un tema interesante y venía a sugerir que el anonimato que garantizan (algunos) mercados era algo valioso. Una parte de la que no he hablado es de un tema que trata Joel Waldfogel en un librito muy interesante que voy a aprovechar para recomendaros.

Una economía de mercado garantiza que las empresas sirvan a los consumidores y por eso, se puede hablar de una «democracia de los consumidores»: las decisiones de producción se toman en función de lo que los «consumidores» deciden comprar. Sin embargo, la forma en que el mercado agrega preferencias es, al igual que para el caso del sistema político, sesgada. Al igual que en el sistema político, el voto de todo el mundo no vale -no puede valer- lo mismo. Lo importante en un sistema de decisión colectiva es como los inputs  -las preferencias- se transforman es poder de influencia y, por ejemplo, un sistema de voto excesivamente proporcional puede hacer que las minorías tengan un poder de influencia desmesurado.

El estudio comparativo de cómo se toman decisiones en el mercado y en el estado es interesante porque los dos tienen muchas analogías y diferencias interesantes. Al igual que estudiar los sistemas electorales nos da una idea del tipo de políticas que se hacen, el estudio de la estructura de los mercados y la tecnología da para entender qué tipo de bienes se van a producir.

El mercado tiene dos sesgos muy claros. El primero -que es el que le interesaba a Alberto- es naturalmente en función de la renta. Es obvio que no todo el mundo vota igual en el mercado. En un sistema dónde el 80% de la renta que se consume está en mano de un 20% de la población, es fácil entender que la industria de ese país estará dedicada a servir a (las preferencias de) 20% más rico. Esto -la distribución de la renta- tiene implicaciones sociológicas y antropológicas fundamentales en el sentido de que la cultura de esa sociedad y el paisaje del país girará alrededor de los más ricos.

Un segundo sesgo tiene que ver con la tecnología de producción. Es aceptable bien que el mercado discrimine en función de la concentración de la renta, porque incluso en una sociedad muy desigual, siempre que la concentración de la renta que se consume no sea brutal, podemos pensar que la gente que está en el centro de la distribución ganarán en número. Esto es, Botín puede gastar 60 veces más que yo, pero si por cada Botín tenemos más de 100 personas como yo, su impacto seguirá siendo menor y tendremos un sistema relativamente democrático (no mucho menos que el sistema político, en cualquier caso) 

¿Como afecta la tecnología? Esto es lo que explica Waldfogel. El mercado al producir bienes de consumo privado y a diferencia del sistema político, sirve a cada consumidor en función de su poder de compra. La diferencia es que cuando la administración decide cuanto gasta en defensa, solamente es una cifra de la que nos vamos a beneficiar todos; da igual si yo soy pacifista y tú belicista: los dos vamos a tener una sola cifra. Esto es obviamente un «coste» en términos de agregación de preferencias. El mercado, a priori, nos vende bienes de consumo privado dónde cada persona puede decidir cuanto compra de cada cosa sin que lo que los demás hagan importe demasiado y por tanto es más «individualista». O al menos esto es lo que aprendemos en los libros de Hacienda básicos.

Bueno, pues el problema es ligeramente más complicado. Lo anterior sería cierto si el mercado funcionara sin costes fijos y producir la primera unidad costara lo mismo que producir la unidad enésima de cada bien. En ese caso, las decisiones de los distintos consumidores serían separables entre sí y se traducirían en decisiones de producción independientes: un producto para cada individuo.

Pero la mayor parte de industrias no funcionan así. Cuando yo voy a elegir mi teléfono movil, es posible que desee tener uno que combine la cámara de uno con la pantalla del otro y ese producto simplemente no exista cuando costaría haberlo hecho lo mismo que los demás. La razón para esto es que muchas decisiones funcionan con costes fijos: diseñar un teléfono, promocionarlo, crear una imagen, todas esas cosas las pagas igual si produces uno o dosmil teléfonos. En estas circunstancias a mí me va a afectar, al igual que cuando voto con más gente, con quién comparta mercado. Cuando la empresa decide diseñar su producto, lo va a hacer pensando en todos los clientes potenciales a la vez porque sólo va a diseñar uno (o un número limitado de) productos.

Un caso extremo y especialmente visible de esto está en la industria de la cultura. No sé si habéis hecho alguna vez el experimento de pensar un producto que os gustaría consumir. Por ejemplo «Como molaría una Historia de la revolución francesa coescrita por Zizek y Acemoglu». Si esto fuera algo compartido por mucha gente -si hubiera un mercado suficientemente grande para ese libro- probablemente Daron y Slavoj se animarían a colaborar. No obstante, mi excéntrico gusto probablemente no llegará nunca a materializarse en algo concreto porque no lo comparto con más gente. En un caso más concreto, pensad en el ambiente cultural que hay en determinadas ciudades: Madrid no tiene casi oferta cultural si uno lo compara con, por ejemplo, París, y en buena medida porque no hay demanda. La idea es que al igual que para el caso del sistema político, el hecho de compartir un espacio con gente más parecida a mi condiciona a qué tipo de bienes puedo acceder.

Una prolongación interesante de esto es lo que Mandingo ha venido a llamar «The Long Tail», «La larga cola» (de la distribución estadísticia) -y que en realidad no es más que una aplicación vulgar de las nuevas teorías del comercio.  Pensad en las nuevas tecnologías, la globalización y en general en la posibilidad de que un mismo producto pueda hacerse accesible a mucha gente localizada en muchos sitios distintos. Cada producto tiene un mercado potencialmente mucho mayor  De repente, la economía se ha vuelto mucho más «democrática»porque uno depende menos de con quién comparte espacio a nivel local: se pueden producir más productos ya que hay suficiente gente sumando el conjunto del mundo para cubrir el umbral de rentabilidad de un producto.


6 comentarios

  1. Jorge San Miguel dice:

    Me parece indignante que me hayas pisado el chiste que iba a hacer cuando he visto que empezabas a hablar del tamaño del mercado.

  2. Folks dice:

    ¿Soy el único que está aplaudiendo con «Mandingo» y «Cola larga»?

  3. Manuel dice:

    Me parece que Botín gasta más de 60 veces lo que tú.
    Ahora en serio, muy interesante el post.

  4. Juan dice:

    El matiz es que el «mercado» más importante (no el único) en el que votan los euros es el de las influencias (que existe, no me vaya a decir que las relaciones personales no influyen en precios y mercados, y viceversa, ¿eh?), y ese mercado está monopolizado al 155% por los vulgarmente llamados «ricos». Ese es el voto del dinero.
    Vamos, que al señor Botín no le interesa tanto (aunque cuando le interese se notará) cuánta democracia hay en el mercado de los tablets o del menaje, sino cuánta justicia hay en la regulación de la banca, o en las protecciones sociales. A los señores del Carrefour les interesa mucho el «mercado» de intermediación, y cómo «mágicamente» (esa «mano invisible») mantiene los tomates por encima de 1€/Kg en tienda cuando los agricultores han bajado ya 10 veces su precio (¿menos de 5c/Kg?).
    En ese mercado yo no puedo votar (osea, comprar) a su nivel…

    Sin salir de los tomates, y del mercado más convencional, es de llorar de pura rabia cómo se tiran y destruyen toneladas de alimentos todos los días (no me va usted a decir que los alimentos a veces no tienen valor) por esas «manos fuertes» para que no entren en el mercado «ni gratis» y no hagan bajar la escasez ni los «precios sicológicos» de éstos en tiendas…

    ¿Es que no hay suficiente mercado [«votantes»] de tomates a 0,5€/Kg para que se tiren containers enteros y mantenerlos a 1,5€??
    Pero igual estoy desinformado, no lo tomen al pie de la letra.

    Finalmente, se puede decir que en ese mercado de influencias normalmente todas las decisiones colectivas están cartelizadas por el dinero en varios estratos, de manera que a la mano fuerte le basta con comprar un empujoncito a un factor, para llevarse toda la tarta.

    Está tó pensao ya. Que parece que vamos a reinventar la rueda todo el rato…

  5. Sebastián dice:

    Si, interesante tu idea. Pero por favor revisa el post, que no es normal que escribas con tantos errores semánticos. Los de concepto, los de medias verdades, en fin, siguen en tu línea. Esos déjalos, así la tropa de zombies que te leen aplauden con el culo.

  6. ¬a. dice:

    el tema de los mercados, la materialidad que generan y la «democratización» me toca la fibra.
    Llevo algún tiempo trabajando racionalidad y hace poco creo que he comenzado a hacer algún progreso (creo). Esta semana he trabajado dos artículos imprescindibles y que no había tenido en cuenta aún. El primero es «Rationality of Self and Others in an Economic System», de Kenneth J. Arrow. 1986, y el segundo «Rationality and Psychology in Economics». de Herbert A. Simon. Ambos en la The Journal of Business y en el mismo número; los dos disponibles online. Arrow sirve para la consideración de los problemas de racionalidad desde un punto de vista neoclásico con gran énfasis en las asimetrías de información y en mercados incompletos. Las cuatro primeras páginas del de Simon son antológicas, por claridad expositiva y por alejamiento de cualquier tipo de hojarasca zizekiana.
    ¿por que los traigo a mientes? existe una verdad en la exposición que haces sobre la democratización del consumo y que tiene que ver con la división del trabajo, la sistematización y la consideración de los grados de homogeneización óptimos para que la mayor parte de la gente que se pueda tenga «acceso a».
    Pero, nos dice Simon, que el concepto neoclásico de racionalidad (maximización de la función de utilidad) precisa de varios supuestos adicionales que para que ésta se dé: (*) Los valores de los consumidores deben ser considerados como dados y consistentes. (**) La descripción que los consumidores hacen del mundo –su representación de éste-, debe coincidir con cómo el mundo es realmente, y (***) debe poseer, el consumidor, un poder de cálculo ilimitado.
    Donde pone «consumidor» podemos poner «agente». Zizek pone en cuestión y/o entiende las estrellitas (*) y (**) de forma completamente distinta (coherencia de los valores y representación de lo que el mundo es). De hecho tampoco las entiende como lo hace el marxismo convencional: hablo de los marxistas hortodoxos, la escuela de frankfurt o el pesado del Althusser. Y no digo más por que sino os desvelo el solomillo de la cuestión.
    ¿A qué viene esto? Pues a que la mayoría de los economistas burgueses, tan prudentes en cuestiones de incentivos y diseños, no lo son tanto a la hora de definir aquello que pueda ser bueno o malo. Nótese que en ningún momento estoy diciendo que la producción a gran escala sea mala, muy al contrario. ni que la democratización del consumo lo sea, sino que tiendo a indicar que ese «bueno» o «malo» están siempre en situación precaria debido a otro tipo de cuestiones.
    Venga, a darle a la olla.

    [NOTA 1] Slavoj lo que debería es hacer un documental sobre neurociencia con c. malabou al alimón, –la otra diosa hegeliana-, en en el que se comprobasen los efectos que el arte dadaista (sobre todo su poesía) produce sobre mentes burguesas (estoy pensando en el equipo de redacción de REDES).
    [NOTA 2] Abajo el materialismo histórico, arriba el materialismo dialéctico.

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