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Beethoven y el nacimiento del hombre moderno

28 Ago, 2011 - - @jorgesmiguel

Siempre me ha llamado la atención un pasaje de The Pursuit of Glory en el que Tim Blanning compara los entierros de Mozart y Beethoven como símbolo del advenimiento de un tiempo nuevo hacia 1800, y del distinto papel que éste otorgaba a los artistas e intelectuales en la nueva esfera pública alumbrada durante los dos siglos anteriores. Como es bien sabido, Mozart fue enterrado en una fosa común del cementerio vienés de St. Marx, sin otros asistentes que los enterradores y, según alguna versión posterior, unos pocos colegas -Salieri incluido. Las honras fúnebres de Beethoven, sin embargo, congregaron a 20.000 personas en esa misma ciudad treinta y cinco años más tarde. Es dudoso que el detalle pueda tomarse en algo más que un sentido metafórico, porque el hecho es que los funerales y las ceremonias públicas en
honor de Mozart se sucedieron desde el mismo momento de su muerte, y su reputación creció aún más en los años inmediatos. Al fin al cabo, el mundo de Mozart era ya muy distinto de el de Bach, no digamos Marais y Lully.

Pero no cabe negar tampoco que esos treinta y cinco años marcan muy aproximadamente un tiempo bisagra entre el mundo cortesano, estamental y malthusiano del Antiguo Régimen y la modernidad. Un tiempo en el que un nuevo sujeto político, el hombre propiamente moderno, toma posesión del mundo. Es difícil resistir la tentación de interpretar este proceso a través de la música. La de Beethoven responde ya a un universo estético y político distinto del cortesano y proto-burgués de Mozart y Haydn y, por supuesto, del propio de la gran música barroca, ya fuera en la versión protestante alemana o en la católica de los maestros italianos y franceses. Cuando escuchamos a Bach, oímos un mundo que se contiene en sí mismo y es -en Bach- perfecto. Pero es imposible no escuchar ecos de la Historia en sentido hegeliano, con todos sus accidentes, en Beethoven; por ejemplo, desde los primeros acordes del Concierto No. 4 para piano y orquesta, compuesto hacia 1805, a comienzos de su periodo de madurez y antes de la grandilocuencia de las últimas sinfonías. Un momento lleno de promesas en el que se inaugura la política en sentido moderno y Europa sale de las tinieblas y los ensueños del Antiguo Régimen. Y, a la vez, pronto un tiempo de desengaños a medida que ese nuevo hombre moderno despierta también -guerras napoleónicas, Hamilton, Viena- del sueño constructivista de la Ilustración francesa y se descubre, aun si más libre y más autoconsciente, tan indefectiblemente atado a la ley de la gravedad como el de 1648.

He enlazado una grabación de Glenn Gould. No es casual. Beethoven presentó públicamente el Concierto No. 4 por primera vez el 22 de diciembre de 1808, en el que habría de ser su último concierto como intérprete debido al avance de su sordera -y la incapacidad para dar conciertos le supondría un serio revés económico a partir de entonces. Entre las muchas excentricidades del pianista canadiense estaba un profundo desdén por la institución del concierto público, popularizado en época de Beethoven, y al que achacaba una banalización de la música: la presión del público lleva al intérprete a renunciar a los riesgos de la recreación personal de la obra, o a refugiarse en un virtuosismo vacío en detrimento de la complejidad y la profundidad verdaderas -algo en cierto sentido análogo a la degeneración del cine comercial en las últimas décadas. Sirva entonces este último apunte como símil de algunos de los incentivos perversos y peligros del proceso de incorporación de las masas a la política que se inicia también en los días de Beethoven.


4 comentarios

  1. Ian Marteens dice:

    En tiempos de Bach, si Anna Magdalena quería oir el famoso minuet de Petzold, tenía que pedirle a su marido que se lo transcribiese. Ahora se lo hubiese comprado en iTunes (en el mejor de los casos).

  2. Muy bueno. Sobre la concepción hegeliana de la Historia propia del mundo moderno se ha escrito mucho. A mi juicio, una de las más breves ilustraciones del concepto la encontramos quizá en Engels, cuando escribía a Danielson en 1893: «La historia es ciertamente la más cruel de todas las diosas, y su carro triunfal pasa por montañas de cadáveres […]».

  3. Fritz dice:

    Esta misma idea desde el punto de vista de la historia del arte la he leído en algún artículo sobre Velázquez y Goya, el primero como culminación del artista cortesano (que cuaja justo antes de 1648; el matiz sobre Mozart-Bach es justísimo) y el segundo ya plenamente moderno: esperanzado al principio, desengañado al final, libre siempre.

    Por otra parte, es difícil esconder que Mozart es lo más cercano a Dios que esta humanidad nuestra ha padecido, y el resto, bueno, el resto no tanto.

    Un saludo

  4. Jorge San Miguel dice:

    La comparación con Goya y Velázquez pensé en incluirla, porque los paralelos, sobre todo entre Goya y Beethoven, son muy claros. Y lo que apuntas, ese camino de la esperanza al desengaño que se da ciertamente en ambos y que ha sido el modelo repetido hasta la saciedad -y ya como farsa- por el artista o intelectual público desde entonces. Que era lo que quería simbolizar con el Concierto No. 4 y el lugar preciso que ocupa en la producción de Beethoven, y describir a través de ello el itinerario no sólo de las generaciones de Goya y Beethoven, sino de ese mismo hombre moderno que descubre el desengaño político casi al mismo tiempo que la libertad.

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