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La deuda y el fin del bloque soviético (Cuando los gnomos de Zúrich salvaron el comunismo)

6 Ago, 2011 - - @jorgesmiguel

Ahora que vamos a morir todos con bastante certeza, me permito republicar este post del año pasado que nunca ha aparecido en Politikon y que, creo, conserva cierta actualidad.

En fechas recientes, hemos tenido oportunidad de comprobar la perfidia de los todopoderosos gnomos de Zúrich, y la siniestra voracidad con que se lanzan sobre inocentes países soberanos para destruir su autonomía económica y poner coto a las trabajosamente ganadas conquistas sociales. Algunos de los referentes morales de la sociedad se han alzado ya para denunciar lo que el sabio popolo minuto, la buena gente del común que se levanta cada mañana para trabajar y generar dinámicas de convergencia, sabe hace ya tiempo: lo llaman democracia, y no lo es.

Lo que algunos quizás no sepan es que los insidiosos gnomos no sólo conspiran para derribar la socialdemocracia, el sindicalismo y todo lo que es noble y hermoso. A veces actúan como una auténtica fuerza de progreso hegeliano. Ya el imperio zarista sufrió sus asechanzas, lo que demuestra que ni el Ancien Régime estaba a salvo de ellos. Pero es que, no contentos con sabotear el zarismo, los especuladores internacionales contribuyeron asimismo a mantener los regímenes levantados sobre las cenizas de aquél. Pero vayamos por partes.

Después de haber explotado a sus satélites con maneras imperiales durante alrededor de una década, la URSS se encuentra hacia 1955 con que los países comunistas europeos atraviesan serias dificultades; no sólo por la prolongada rapiña y el marasmo social, sino porque la metrópolis socialista había impuesto un modelo de desarrollo basado en la industria pesada, calcado de la propia industrialización soviética, que no aprovechaba las condiciones y la ventaja comparativa de cada país, y que hacía las nuevas industrias redundantes en muchos casos. Así las cosas, Moscú acudió al rescate, y el flujo se invirtió: por ejemplo, entre 1971 y 1978, la URSS proporcionó alrededor de 14.000 millones de dólares a los países europeos del COMECON como subsidios encubiertos en forma de energía, materias primas, productos agrícolas y semi-manufacturados por debajo de precios de mercado.

A medida que avanzaba la década de los setenta, sin embargo, el volumen del subsidio se fue reduciendo por varias razones. Con la distensión nuclear, los países comunistas habían incrementado sus relaciones comerciales con Occidente; y la URSS descubrió que, con los precios del petróleo y el oro por las nubes, le resultaba más rentable vender sus materias primas a precios de mercado que subsidiar a los siempre desagradecidos polacos, húngaros y checoslovacos. Sensu contrario, los países de Europa Oriental descubrieron que pagar energía y materias primas a precios cada vez más cercanos a los del mercado no era ningún chollo. Afortunadamente, ahí aparecieron los bancos occidentales, con las cajas llenas de dólares procedentes de los países de la OPEP y dispuestos para prestar a quien los quisiera. Además, los gobiernos occidentales avalaron los préstamos a los camaradas del otro lado del Telón: la crisis pegaba fuerte en el mundo desarrollado, y abrir los mercados del Este e inyectarles algo de
liquidez parecía una buena opción estratégica.

Así las cosas, con los camaradas convertidos en adictos a las divisas occidentales, los tipos de interés se dispararon entre 1978 y 1982, y la deuda comenzó a asfixiar a los satélites soviéticos. Polonia tuvo que renegociarla en 1981; Rumanía, al año siguiente. Yugoslavia, fuera del COMECON y con vínculos tradicionalmente más estrechos con Occidente, tampoco se libró de apuros: en 1983 precisó un rescate financiero.

Mientras tanto, la URSS tenía sus propios problemas, que le impedían acudir en socorro de sus satélites o preocuparse por la pureza ideológica de sus políticas. Desde 1979 mantenía una intervención costosa en Afganistán, además de financiar otras empresas por todo el mundo, como la aventura cubana en Angola; y la reactivación de la Guerra Fría por parte del gobierno de Reagan la llevó al límite de sus capacidades. Al igual que sus «hermanos menores», se había visto obligada a endeudarse en los mercados de Europa Occidental para poder comprar cereales y bienes de capital. Hacia 1982 ya era evidente en el Kremlin que el gasto militar soviético (entre un 16 y un 25% del PIB) era insostenible si se quería reducir el abismo que separaba a la URSS de Occidente en bienes de consumo y sistemas informáticos -los intentos durante la era Jruschev de producir un sistema eficiente de asignación de recursos en ausencia de precios de mercado, así como una industria de la computación genuinamente soviética, fracasaron trágicamente. A partir de 1985, la caída de los precios del petróleo devolvió la deuda soviética a sus peores niveles históricos; aunque, para entonces, la mejora de las relaciones bilaterales con la llegada al poder de Gorbachov le reabrió la caja de los gnomos transatlánticos: a finales de año, la URSS contrató con cuatro grandes bancos estadounidenses y otro canadiense un préstamo por valor de 200 millones de dólares ampliables a 400 para comprar grano en ambos países norteamericanos.

Durante los ochenta, la situación financiera de los países del Telón de Acero se hizo cada vez más desesperada, a la vez que se extendía la desafección social y el sentimiento de pérdida de legitimidad de las elites comunistas. ¿Estaban ahogando los gnomos de Zúrich a los socialismos reales? No exactamente:

¿Estaba siquiera la RDA en bancarrota en 1989? La respuesta corta es «sí»; pero sólo desde un perspectiva capitalista. Por supuesto, en cuanto a beneficios y pérdidas, Alemania Oriental llevaba años yéndose al garete. Sus esfuerzos por obtener moneda fuerte para pagar las deudas con Occidente eran cada vez más frenéticos, pero la verdadera presión para satisfacer a los banqueros occidentales no venía de los gnomos de Zúrich ni del Banco de Dresde, sino del Kremlin. Alemania Oriental no tenía grandes dificultades en obtener nuevos créditos de Occidente. (…) Imaginemos que Berlín Oriental hubiese adoptado una política de «no puedo y no voy a pagar» con su deuda de moneda fuerte: ¿le hubieran mandado los bancos occidentales un alguacil? La renegociación y nuevos préstamos hubieran sido, por supuesto, la respuesta más probable; o, en el peor de los casos, la cancelación de la deuda (Almond, 2003: 401).

En resumidas cuentas, los camaradas podían haber seguido viviendo del crédito occidental, de no ser porque el nuevo inquilino del Kremlin estaba dispuesto a reformar los socialismos reales y poner sus cuentas en orden. A los pocos días de ser nombrado, Gorbachov ya había comunicado a sus colegas del COMECON que esperaba de ellos reformas de la misma naturaleza que las que él estaba a punto de emprender, y que tendrían que empezar a valerse por sí mismos en todos los sentidos. Por supuesto, cortar todos los vínculos especiales y someter a las economías del Este al contacto con precios reales de mercado hubiese supuesto una bancarrota real -algo que, en una u otro medida, se produjo después de 1989. El comunismo podía funcionar indefinidamente, siempre que nadie pretendiera que funcionase de verdad.

Porque el hecho es que, a pesar de los esfuerzos de los gnomos de Zúrich, los regímenes comunistas se derrumbaron. La caída de los precios del petróleo desde 1985, como hemos visto, redujo drásticamente los ingresos de la URSS. Hacía tiempo que el antiguo «imperio» no era un activo, sino una carga demasiado pesada. Que, además, podía usarse para negociar con Occidente. Gorbachov aseguró a Reagan que no movería un dedo para intervenir en los antiguos satélites soviéticos en ninguna circunstancia. A cambio, esperaba cimentar la confianza y la amistad mutuas; y, por supuesto, ayuda económica, que obtuvo durante un tiempo. Sólo en 1990, la comunidad internacional comprometió casi 17.000 millones de dólares en ayuda a la URSS. Pero, con la llegada de la nueva década, se hizo evidente que la nave soviética iba a la deriva; y que su timonel tenía una idea demasiado vaga de adónde se dirigía, y absolutamente ninguna de cómo llegar allí. En la primavera de 1991, el secretario general solicitó a EEUU un préstamo de 1.
500 millones de dólares, que le fue denegado. Tampoco obtuvo nada en la Cumbre del G-7, celebrada en junio. La suerte del imperio estaba echada. El total de la deuda soviética en el momento de la disolución de la URSS rondaba los 100.000 millones de dólares.

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  • Almond, M. (2003). «1989 Without Gorbachev. What if Communism had not collapsed?», en: N. Ferguson (ed.), Virtual History. Alternatives and Counterfactuals. Londres: Pan Macmillan (pp. 392-415).
  • Marer, P. (1984). «East European Economies: Achievements, Problems, Prospects», en: T. Rakowska-Harmstone (ed.), Communism in Eastern Europe. Bloomington: Indiana University Press (pp. 283-329).
  • Service, R. (2008). Comrades. Communism: A World History. Londres: Pan Macmillan.


5 comentarios

  1. Elijah Snow dice:

    ¿Paralelismo apocalíptico?

  2. Alatriste dice:

    Korge, ¿conoces el artículo «The Soviet Collapse: grain and oil» de Igor Gaidar? Viene a tratar casi el mismo tema y en muchos puntos coincide punto por punto con tu relato, pero da una idea más a largo plazo de las causas que llevaron a la URSS a necesitar esos préstamos (basicamente dos, el largo desastre que fue la colectivización de la agricultura y la incapacidad de la URSS para exportar otra cosa que no fueran materias primas)

    http://www.aei.org/issue/25991

  3. Jorge San Miguel dice:

    No lo habia leido, y es excelente y muy didactico. Gracias.

  4. Alatriste dice:

    De nada, Jorge (con J… estoy necesitando como el pan esas gafas nuevas que me tienen que dar esta semana).

  5. […] las crisis financieras suponen, como hemos dicho, un suceso inherente al propio sistema económico (ni siquiera los supuestos sistemas económicos alternativos se vieron libres de ellas). Obviamente, dependiendo del grado de complejidad (o estadío de desarrollo) y de la integración […]

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