En círculos frikis, Crunchyroll es una pequeña leyenda. Una página de internet pequeña, hiperespecializada, totalmente dedicada al anime japonés más reciente, y completamente gratuita, accesible desde prácticamente cualquier sitio. De vez en cuando pierdo el tiempo mirando episodios de Saint Seya en mi Roku, de hecho – el sitio es altamente adictivo.

Lo mejor de Crunchyroll, sin embargo, no es su casi infinita selección, la estupenda calidad de imagen o poder ver series subtituladas prácticamente el mismo día que se televisan en Japón. Lo mejor de la página es que es completamente legal, con las productoras de anime colaborando y proporcionando contenidos con entusiasmo. ¿El modelo de negocio? Muy familiar: contenido gratuito con anuncios y calidad de imagen limitada (320p) de forma gratuíta, con los episodios disponibles una semana después que en Japón. Por $7 al mes, episodios el mismo día de emisión, 720p y sin gota de publicidad. La mitad de los ingresos va a los creadores; el resto, para Crunchyroll.  El modelo Spotify, sólo que para un contenido extraordinariamente especializado.

¿Es extensible a otros mercados? No veo por qué no. La piratería de anime ha caído en picado – ni con contenido gratis se puede competir con este servicio. Lo realmente especial de la era digital es que el coste de distribución es (casi) cero, así que cualquier cosa rara que consigas vender te hará dinero. Por qué Verano Azul, La Bola de Cristal y Oliana Molls no están disponibles en alguna página de internet allá fuera legalmente me supera, la verdad.

Y sí, todo lo de arriba era una excusa para reclamar eso.