Cien años atrás, el Imperio Británico era la primera potencia del planeta. Era un imperio basado sobre todo en el comercio y el dominio de los mares, y los dirigentes de la Inglaterra victoriana lo sabían. Para garantizar su hegemonía naval se estableció en 1889 los que llamaron el two-power standard: la Royal Navy tenía que ser como mínimo tan grande como la suma de la segunda y tercera flotas del planeta. En términos prácticos, la idea era que Inglaterra debía tener tantos barcos como sus dos competidores más cercanos juntos, para asegurar que a nadie se le ocurriera desafiar al imperio.

Muchos años después, tras el final de la guerra fría, los Estados Unidos de América tienen una política de defensa curiosa: gastar el triple en defensa que los dos países que le siguen juntos. De hecho, gastan más que todo el resto del mundo juntos, algo que no deja de ser un poco exagerado.

En vista de los problemas que Estados Unidos ha tenido estos años en traducir este nivel de gasto en victorias militares claras, parece relativamente obvio que todo ese dinero está siendo desperdiciado de un modo u otro. La administración Obama es consciente de esto, y el nuevo presupuesto presentado por Robert Gates, el mejor nombramiento de la era Bush y secretario de defensa que ha seguido en la nueva administración, se toma esos problemas en serio.

La propuesta de presupuesto elimina o recorta muchísimos programas absurdamente caros y ridículamente ineficientes, fruto de la tendencia del Pentágono de querer comprar sólo calidad sin que importe el precio. El ejemplo más obvio es el F-22, un avión espantósamente caro de comprar pero no inmensamente superior a otras alternativas mucho más baratas (Rafale, Typhoon, Grippen); el típico síndrome de el doble de caro sólo para ser un 10% mejor. Por añadido, el F-22 es uno de esos programas diseñados para luchar un enemigo ficticio; tras gastarse cantidades ingentes de dinero comprando 187 cazas, no han sido utilizados ni una sola vez en Irak o Afganistán.

El F-22 es sólo un ejemplo de los muchos elefantes blancos que el presupuesto pretende eliminar; el gasto militar, sin embargo, no disminuye en agregado, sino que pasa a concentrarse en pagar por armas y equipo siendo utilizado en las guerras que Estados Unidos está luchando ahora. Es una redefinición del gasto, no una reducción – al menos de momento.

La idea parece sensata, ¿no es cierto? Bueno, no en el Congreso. Pongamos el ejemplo del F-22. Los fabricantes del cacharro no son tontos, así que como mecanismo de defensa preventiva del programa (y para caer bien a tantos legisladores como sea posible) el trasto se fabrica en 44 estados. Básicamente todos los estados de la unión hacen alguna pieza del F-22, así que el recorte va a ser vendido con grandes aspavientos como una pérdida de puestos de trabajo a legisladores en prácticamente todas partes. Eso son muchos, muchos legisladores lloriqueantes y confusos, con pocas ganas de cambios.

Ahora imaginad esto multiplicado por siete, ocho programas, e intentad conseguir votos para que el presupuesto sea aprobado como está planteado. Sí, legislar en Estados Unidos es difícil; me sorprendería mucho ver todos esos recortes sobrevivir en el Congreso. El gasto militar americano seguirá subiendo, en gran parte víctima de prácticas legislativas absurdas. El complejo industrial-militar avanza.


2 comentarios

  1. rubén dice:

    hay un buen documental sobre el tema, why we fight de la BBC4.

  2. meneame.net dice:

    Defensa y recortes…

    ..los Estados Unidos de América tienen una política de defensa curiosa: gastar el triple en defensa que los dos países que le siguen juntos. De hecho, gastan más que todo el resto del mundo juntos, algo que no deja de ser un poco exagerado.En vista…

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